A medida que avanza la colección Discos de Estuario Editora, se va completando el álbum imaginario de música popular uruguaya; empiezan a aparecer aquellos trabajos que uno imagina tanto en la discoteca de la dama melómana como en la playlist del caballero fan de la música de este rincón del Plata. Y si a uno de antemano le preguntaban qué discos debían integrar esta enciclopedia, sin dudas, Fines, de Fernando Cabrera, estaba en esa lista.
El encargado de desmenuzar semejante bastión es Ignacio Martínez, periodista de esta casa y reincidente en la colección, ya que debutó con Otra navidad en las trincheras, de El Cuarteto de Nos. Primera particularidad: ambos trabajos son de la primera mitad de la década de los 90 –Fines es de 1993, Otra navidad…, de 1994–, tiempos en los que, como confiesa el autor, recién calentaba una silla de escuela, “aprendiendo a leer, escribir y todo eso”.
Aunque no se responde de manera explícita la consigna de la serie que propone escribir sobre un disco que haya dejado una impresión duradera, la admiración artística de Martínez por el músico y por Fines en particular impregna todo el trabajo y es conocida por quienes a diario seguimos sus entrevistas, cada vez que sale un nuevo disco del artista pasomolinense. Un grado de obsesión (de la buena) que llegó en esta empresa hasta el absurdo de advertir la presencia de guitarras que el propio Cabrera no recordaba haber grabado en alguno de los temas.
La que sí es explícita es la otra consigna del proyecto: hacer un análisis canción por canción. En este sentido, Martínez no anda con gre gre para decir Gregorio. Luego de un primer capítulo de aterrizaje llamado “Antes de Fines”, donde, en grandes pinceladas, se da un panorama de la previa a esta grabación, se mete de lleno en la disección de los temas. Es decir, los 15 capítulos siguientes corresponden a cada track, como si no hubiera tiempo ni hora ni reloj que perder. Sin embargo, a lo largo de todo el libro y con precisión de relojero, el escritor va colocando piezas biográficas e información del resto de la obra del músico, que aportan contexto general al análisis. De esta manera, entendemos de dónde viene lo tanguero en “Tuve”, profundiza sobre la depresión en “Tobogán” y escudriñamos el pasado taxista del músico en el capítulo dedicado a “La azotea”. Estos flashbacks y flashforwards –porque también incluye información posterior al objeto de estudio– nos dan la sensación de que Fines es la pieza central de una maquinaria en la que cada engranaje tiene una función y todos se conectan.
Dice Martínez sobre Cabrera: “Desde su primer álbum fue un subversivo de los géneros, un niño que agarra varios sets de Lego distintos, tira todas las piezas al piso, las entrevera y arma algo totalmente distinto a lo que ilustra la foto de la caja”. De alguna manera, la ajustada imagen sirve también para describir la arquitectura detrás del libro; como advertimos antes, un entrevero donde antecedentes, análisis y conclusiones se barajan con desfachatez y, sobre todo, mucho pulso para llevar el relato sin empantanarse en contextos o tecnicismos. Por ejemplo, en el capítulo dedicado a la canción “Reina” nos pasea por la influencia de The Beatles, los recitales multitudinarios, Roger Waters, Paul McCartney y la mar en coche, la fobia a las aglomeraciones, recuerdos del Rock in Río de 1985 y la solemnidad de algunas propuestas operísticas, para culminar hablando del autor de “Agua” y su relación con las drogas. Todo como si se tratara de un largo plano secuencia de seis páginas.
El libro cuenta con testimonios de protagonistas directos, entre ellos, claro está, el propio Fernando Cabrera. Más allá de la abundante y precisa información complementaria, el foco siempre está en el análisis de las canciones. Para cumplir con este desafío que presenta el proyecto, el de trasegar música para obtener un texto, el escritor se vale de un sinfín de recursos. Aprovecha sus conocimientos musicales –incluido aspectos instrumentales– pero no se limita, ni limita al lector, a un floreo técnico. Así puede pasar del estudio armónico y melódico de determinada canción a una descripción llana del estilo: “Mientras la guitarra apenas lanza unas notitas, tímidas pero destellantes, Cabrera canta una melodía que a secas se puede etiquetar de tristona”. De ahí, a detallar el minuto exacto en que se escucha al cantor tragar saliva. Por otra parte, el análisis está salpicado por un montón de referencias a otras disciplinas artísticas y a grandes autores de la cultura universal. El trasiego pasa por un alambique donde están Salvador Dalí, Jorge Luis Borges, Luis Buñuel, René Magritte, Francis Ford Coppola, por nombrar algunos. No está mal tener un dispositivo a mano para repasar alguna de las obras que se citan a lo largo del libro. La lectura en tiempos multimedia.
El rigor analítico no evita lo divertido, y el escritor descontractura cualquier atisbo de majestad con humor y oficio. Más de una vez, toma caminos laterales y rompe la cuarta pared –como cuando dice: “Lo único que no espera a nadie es el tiempo. No me va a esperar a mí ni a vos, que lo perdés mientras leés este libro”–, pero en seguida retoma la autopista cabreriana y la senda de la información, que, como la lucha, es larga y es mucha. Podemos pasar del contrapunto barroco al uso de aliteraciones y prosopopeyas en cuestión de párrafos. Reitero, nada es ostentoso, todo aporta; el fin es Fines.
“Quizás aquellos que le escapan a su obra porque los entristece, en realidad, esquivan por temor a la emoción”, sentencia el analista. Se nota la admiración y no está mal. Hay tiempo para la reflexión y toma la posta, como cuando advierte que “tristes son los informativos de televisión que duran tres horas”. Sin embargo, lo dicho, todo en su justa medida, o para estar a tono, en su tiempo justo. En definitiva, si hay que destacar un aspecto del trabajo, es el equilibrio. Es posible que la lapicera de Ignacio Martínez tuviera tinta para duplicar las páginas de este libro, algo que deja ver en el capítulo final, donde, entre otras cosas, repasa las tapas de los discos y analiza el sonido de la nueva reedición, pero eso hubiera atentado contra el don de comunicar. A veces es más importante lo que se omite que lo que se dice. Y aunque, como advierte al final, Fines es infinito, dejala ahí que ahí está bien.
Fines / Fernando Cabrera, de Ignacio Martínez. Estuario, 2022. 180 páginas.