–Mm mm mm mm mm mm mm mm.

Si lo dicen en sus mentes, probablemente sepan de lo que estoy hablando. Y si no, les doy un segundo para que, ahora cuando les diga de qué se trata, vuelvan a decirlo en voz alta: Susana Giménez tiene un lápiz en la comisura de sus labios, enrolla y desenrolla el cable del teléfono y, mientras disca –o presiona los botones– va haciendo ese ruidito: mm mm mm mm mm mm mm mm. Son ocho veces, por los ocho números que tienen los teléfonos en Argentina. A veces pueden ser más números, porque hay prefijos y demás para llamar al interior, pero el ruido es siempre el mismo. Y la espera posterior, el tono sonando, inaugura una posibilidad: que alguien atienda, que alguien diga “Hola, Susana”, que alguien gane –o pierda– al establecer esa conversación.

Era 1987 y lo que se instauraba entonces en ATC, de Argentina, era, además de una imitación del programa italiano de Raffaella Carrà, una posibilidad: la de un encuentro federal, en vivo y en directo, entre el estudio capitalino y el resto del país. Ese acontecimiento, el de la conversación y la comunicación en tiempo real, es el núcleo duro del último ensayo de Martín Kohan, ¿Hola? Un réquiem para el teléfono, que va –como casi siempre en la prolífica obra del autor argentino, que tiene más de 20 libros publicados entre novelas, libros de cuentos y ensayos–, de la cultura popular a la erudición. De Walter Benjamin al Dr. Tangalanga. De Roland Barthes al Superagente 86. De Trotski a Luisa Albinoni. De Georg Simmel a Migue Granados. O de Jean-Luc Nancy a Eduardo Feinmann y Baby Etchecopar.

En casi 90 subtítulos a lo largo de 120 páginas Kohan despliega la lucidez costumbrista del que posa la mirada sobre lo cotidiano para alumbrar lo extraordinario: ante la inminencia de la pérdida (ya nadie llama por teléfono sin avisar) comienza a revisar aquello que todos llamamos teléfono (celular) para hablar de aquello que ya nadie usa (el teléfono fijo), y entender que eso que todos usamos es una cámara de fotos, una linterna, una calculadora y un montón de cosas pero que, de ningún modo, es un teléfono.

Y allí va, con un modo y cierto espíritu nostálgico, pero no ludita, que recupera la dimensión subjetiva de la aparatología y la tecnología para decir cosas antes de que sean incomprensibles. Incluso esa escena telefónica inicial, la de Susana Giménez enrollando y desenrollando el cable mientras espera ser atendida, en vivo y en directo, por algún televidente, parece imposible hoy. ¿Quién atiende una llamada de un número desconocido? ¿Quién está a disposición mirando y a la espera ante la posibilidad de un teléfono sonando? ¿Qué rol tenía ese teléfono plantado en esa mesita especialmente diseñada para el artefacto y que tenía una libretita al lado para anotar quién había llamado?

El ensayo de Kohan puede leerse de muchas maneras. Como ese mensaje en la botella antes de que nadie entienda de qué se está hablando, como una revisión a la vez erudita y pop de lo que el teléfono supo dar (y ahí van referencias a Borges, Onetti, Carver, Kafka, series televisivas, películas y telenovelas, tramas urdidas alrededor de lo que un teléfono podía –o no– desandar) o como una lectura existencialista: ¿qué somos sin la validación de ese otro (persona o posibilidad) que atienda el teléfono? La desesperación ante la ausencia, ante el silencio. Esa pregunta, hoy corrida de foco, se vuelca a las redes sociales. Son conversaciones diferentes –si acaso conversaciones– en las que el mensaje es diferido, la respuesta es posterior, y la mayoría de las implicaciones son soliloquios y búsquedas de atención generalizadas, no dirigidas. Pero la respuesta emerge similar: ¿qué se juega en la búsqueda de roce simbólico con el otre? ¿Por qué necesitamos esa validación y confirmación existencial de que somos y estamos? Una llamada no atendida desataba un tendal de posibilidades y fantasías (por lo general oscuras), del mismo modo que lo hace un visto.

Y sin embargo algo se ha perdido, nos dirá Kohan, con la muerte del teléfono: esa posibilidad de conversar, de un rozamiento en tiempo real, de lo espontáneo, de lo inesperado. ¿Por dónde pasa hoy la conversación? “Estamos envasados al vacío”, dijo Kohan en alguna entrevista hace poco en un medio argentino que no recuerdo (Télam o CNN, da igual) y no se refería al teléfono, pero sí a la incomunicación. Parece decir: estamos más conectados, sí, pero menos comunicados que antes.

¿Hola? Un réquiem para el teléfono. De Martín Kohan. Buenos Aires, Godot, 2022, 136 páginas.