Pocas figuras en la historia de la humanidad han sido tan abordadas –analizadas, contrastadas, parodiadas, diseccionadas, desmontadas y vueltas a montar– como la del polímata florentino Leonardo da Vinci. Su condición simultánea de pintor, botánico, escritor, escultor, anatomista, arquitecto, ingeniero, músico, urbanista e inventor, por nombrar algunas de sus múltiples ocupaciones, lo convierte en la imagen más gráfica del llamado “hombre de Renacimiento”, al tiempo que por contraste y acumulación nos interpela, pues si un individuo que vivió cinco siglos atrás alcanzó tamaño grado de conocimiento de los hechos del mundo, al tiempo que antecedió con sus investigaciones y elucubraciones muchos sucesos e invenciones que llegarían en las siguientes centurias, no deja de ser incómoda nuestra posición en este presente que habitamos, donde la búsqueda de confort, la sostenida decadencia educativa, la frivolidad rampante y el opiáceo sostenido de las redes sociales determinan una suerte de involución.

En el flamante libro La Gioconda y Leonardo. Una historia de ciencia, arte y amor, el médico (cardiólogo y especialista en clínica médica) argentino Daniel López Rosetti (1957) emprende un tema harto analizado en los estudios sobre Da Vinci: las razones de su intrínseca genialidad. La novedad del volumen la constituye el abordaje clínico del individuo Leonardo da Vinci a partir del elemento neurocientífico que determina, entre otras cosas, la conformación de una suerte de historia médica del hombre que pintó La última cena, analizó las particularidades de un embrión humano y desarrolló una máquina para pulir espejos, entre otras actividades.

López Rosetti, que ya había escrito sobre el protagonista de su nuevo libro en El cerebro de Leonardo (2006), y que es autor de títulos como Estrés, epidemia del siglo XXI (2000), Ellas. Cerebro, corazón y psicología de la mujer (2016) y Estrés, sufrimiento y felicidad (2022), entre otros, se vale de una prosa precisa, sin florituras literarias, propia de los textos de divulgación, para determinar qué se entiende por “la inteligencia de un genio” y abordar por su intermedio el funcionamiento del cerebro de Da Vinci, la motivación de un artista para desarrollar una obra, el déficit atencional del individuo (es muy interesante el análisis que realiza de todas las obras que Da Vinci dejó sin terminar), cómo operan sobre el creador las diferentes emociones, así como la propia sexualidad y los vínculos con sus pares.

Sin notas al pie de ningún tipo, López Rosetti desmenuza conceptos científicos y los vuelve de fácil trasiego para lectores neófitos, valiéndose de muletillas propias de un profesor en un aula o de un médico que le explica determinados conceptos a su paciente (“Veamos”, “Vamos a definir algunos conceptos”, “Fíjese usted qué notable”, “Ahora bien”, etcétera). Ese tono cercano permite no repeler al lector, volviendo de fácil comprensión diversos términos clínicos, así como las características de determinadas enfermedades (sirva para graficar este punto la precisa distinción que López Rosetti realiza en el noveno capítulo entre el accidente cerebrovascular isquémico, el accidente cerebrovascular hemorrágico y el accidente isquémico transitorio).

Es en ese capítulo final, además, donde el autor se centra en el análisis del lenguaje y de la movilidad del brazo derecho de Leonardo luego de que sufriera un ACV. Al no poder acceder, por obvias razones, a algo así como una historia médica de Da Vinci, López Rosetti reconstruye el episodio del ACV a partir del testimonio que dejara escrito Antonio de Beatis, secretario del cardenal Luis de Aragón, cuando visitara al artista en su casa de Clos-Lucé, así como del retrato del genio que pintara con tinta roja su contemporáneo Giovanni Ambrogio Figino, en el que aparece con su brazo derecho flexionado y cubierto bajo una túnica, a manera de cabestrillo.

La otra protagonista del libro de López Rosetti es, desde luego, la Gioconda, que le da nombre a la obra más famosa de Da Vinci y que acompaña el desarrollo del texto a través de un relato en primera persona, que abre cada uno de los capítulos. Este recurso ficcional, que por su propia naturaleza rompe con el tono de divulgación y analítico del resto del texto, constituye el punto menos interesante del volumen, no por su factura literaria (cuidada, sin abusar de modismos de la época), sino por el juego de verosimilitud que propone: el personaje nace con las primeras pinceladas de la obra (“Recuerdo cómo comenzó a pintarme. Sensaciones que se hicieron presentes muy de a poco”) y acompaña desde su condición el resto de la vida de Da Vinci, viéndolo morir incluso, pero en sus sucesivas apariciones será el encargado de desglosar la biografía de su autor sin que se explique cómo esa entidad abstracta, que sólo puede comunicarse a través de los ojos con quienes la observan, se apropió de todos los detalles de la existencia de su creador previo a su propia aparición en el mundo.

Con una prosa amena e informativa no exenta de algún chispazo de humor, lúdico en su propia conformación (por un aparente error de compaginación editorial el texto remite a figuras que no aparecen en el libro), La Gioconda y Leonardo. Una historia de ciencia, arte y amor tiene algo nuevo para decir sobre un artista, una obra y una época destinados a seguir sorprendiéndonos.

La Gioconda y Leonardo. Una historia de ciencia, arte y amor, de Daniel López Rosetti. 288 páginas. Planeta, 2023.