En menos de dos meses, Leandro Delgado publicó su cuarta novela, El fuego verde, y su tercer volumen de cuentos, Inhumanes. Vienen a confirmar su dominio de las técnicas narrativas, con una escritura ágil que no les teme a los usos coloquiales ni a jugar con sintaxis inesperadas. Ambas publicaciones responden a un autor preocupado por la escritura, las diferentes formas de construirla, atento al mundo caótico y disruptivo que lo rodea, que en sus historias siempre se pone en tela de juicio.
En El fuego verde abandona la ciencia ficción de sus últimas novelas (Ur y Elecciones internas) y vuelve al realismo de la primera, Adiós Diomedes (2005), aunque en este caso el escenario principal no será Montevideo: la acción se desplaza hacia los bordes de la ciudad, el personaje central se traslada a San Fernando, cruzando el límite departamental, al oeste, ya en Canelones; sin embargo, la capital sigue siendo el punto de referencia, el lugar adonde volver.
La narradora protagonista se nos presenta como Sami y acapara la perspectiva de la narración, salvo cuando irrumpen diálogos con otros personajes. No es difícil empatizar con ella, identificarnos con lo que le pasa y siente; quizás esto funciona de manera opuesta a lo que se podía experimentar con el narrador de Adiós Diomedes, que tenía un perfil de antihéroe. En todo caso, los dos narradores protagonistas comparten la pertenencia o conexión con el mundo del arte y ambos, cuando se sumergen en las obras de arte que producen o contemplan, se alejan de la realidad. En ese sentido, estamos frente a un realismo que a veces se tensa, pero no se quiebra del todo.
El fuego verde arranca como una road movie, un viaje de dos amigas íntimas por la carretera, pero pronto sabemos que ese viaje tiene un destino no muy lejano, y el recorrido que seguiremos es únicamente el de la protagonista. La historia se concentra en un solo día de Sami, que permanece en el recuerdo. A modo de un plano secuencia, las acciones se suceden prácticamente sin cortes temporales: Sami relata un día puntual y trascendente en su vida y presenta los hechos como pasados (“todo lo que sigue a continuación lo tengo grabado como un tatuaje”).
Cami, Sami, Rami son los diminutivos de los personajes principales y también el nombre con el que se encabezan simétricamente los primeros capítulos del libro; los últimos dos, en cambio y como estableciendo una distancia con estos, se llaman “Sebastián”. Esa distancia también parece ser, entre otras cosas, la del mundo adulto con el de los jóvenes, con el futuro. El título de cada capítulo lleva el nombre de los personajes que toman más trascendencia, como si fueran escenas de teatro, pero aunque la acción se desplaza en la focalización del drama de distintos personajes, la perspectiva es siempre la de Sami.
La prosa de Delgado entretiene, fluye a buen ritmo, con un tono coloquial que no teme incluir un uso aleatorio del inclusivo, lo que se podría leer como una licencia caprichosa o irónica del autor, como acto disruptivo en sí mismo.
Además, el autor nos traza un mapa de innumerables referencias a la cultura pop. Su eclecticismo no tiene limitaciones; así, aparecen menciones “cultas” y “populares”, desde directores de cine (Ingmar Bergman, Woody Allen) a programas de televisión (el epígrafe del libro, por ejemplo, pertenece a un personaje de la serie de anime Dragon Ball). Música, obras de arte, libros se refieren a veces de forma explícita y otras más solapadas.
Delgado ambienta la novela en el momento incierto del final de las restricciones de la pandemia. Los personajes, que vienen de un mundo de encierro e incomunicación, se esfuerzan en crear nuevas conexiones, nuevos vínculos, quedando expuesta la neurosis contemporánea, la necesidad de la terapia, de sentirnos acompañados, de buscar vínculos que completen el sentido de la existencia.
El fin de algo como posibilidad de lo nuevo
La protagonista le ha puesto fin a una relación conflictiva y proyecta una nueva, vive la ilusión de lo diferente: terminar un vínculo y empezar otro, el encuentro y el desencuentro, la imposibilidad de estar sola frente al abismo y el riesgo de volver a enamorarse. El vivir contemporáneo no descarta pensar las relaciones en términos de sustitución. Para Sami, conocer a Ramiro, su nuevo interés romántico, implicará también conocer su casa, que se presenta a modo de laberinto y como posibilidad del arte y del amor.
Un lugar a descubrir, la descripción de la espacialidad, cobra protagonismo; en ella se activan todos los sentidos, la visión, los olores, la mezcla sinestésica, el juego de contrastes entre colores, luz y oscuridad. El taller de Ramiro “era un paseo, una diversión, un laberinto cuidadoso, denodado e incongruente armado con muebles de diseños de todos los tiempos”, “era como una ciudad hecha de ambientes de distintos tamaños, de habitaciones sin paredes que se transformaban en otras, de pasajes y corredores, de biombos y secretaires”, “paredes invisibles, habitaciones ilusorias”.
A medida que entra en el mundo de Ramiro, en el diálogo que entablan, en su casa, en lo que ve, siente y experimenta allí, Sami va poniendo en duda afirmaciones que creía inalterables sobre el mundo y el funcionamiento del arte, y en esto entran nociones sobre las lógicas del original y la copia, la idea de la falsificación, la reproducción o copia legítima. La pérdida aurática de la obra en la era de la reproducción esgrimida por Walter Benjamin aquí es puesta en entredicho: “¿Por qué un artista accede a que reproduzcan dos millones de afiches de su obra, pero tiene que rechazar una copia que fue hecha con el mayor de los cuidados?”, dice Ramiro.
En la voz de la protagonista, Delgado parecería transmitir sus propias concepciones y cuestionamientos al mundo del arte. Sami pertenece a ese círculo y va desmenuzando los costos de pertenecer, tener éxito con las obras, las lógicas impuestas. Dice cosas como “El arte no está distorsionado por la guita de los compradores. Está distorsionado por esa idea horrorosa de que todo tiene que ser original, único e irrepetible”. O, al hablar de sus colegas: “Sueñan con los Fondos Concursables, con los Fondos Insuperables y los Insoportables”. Se autodenomina “pintora” porque aborrece los términos “trabajadora del arte” o “artista plástica/visual”.
Pero es con la introducción del personaje Sebastián, el hijo de Ramiro, que Sami termina de poner en cuestión todas sus ideas sobre la creación y el arte. Sebastián se presenta no sólo con un aspecto extravagante, sino como un genio con particularidades únicas. De aspecto andrógino, no sólo es capaz de crear el fuego verde: “Todo Sebastián era un personaje de anime”, “había algo en los ojos, en la forma de los ojos, que me atraía de forma extraña”, dice Sami, y lo compara con figuras de Los Caballeros del Zodiaco.
El habla extraña de Sebastián se refleja también en la escritura y la sintaxis de su parlamento: a través de puntos en lugares no esperados, alteraciones en el orden lógico de las oraciones, Sebastián parece representar el desarrollo creativo más puro, previo al lenguaje, el pensamiento sin palabras, la posibilidad de comunicación más profunda, no mediada necesariamente por la razón. Sería el artista completo, como de otro mundo, un David Bowie profeta.
La historia que inicia como un diálogo cotidiano y trivial entre amigas va transformándose en una sucesión de revelaciones existenciales y profundas. Un viaje que en parte es adentrarse en el mundo del otro también es un viaje de autoconocimiento y revelación. Para cuestionar al mundo en el que nos movemos, sea este el de las artes visuales o cualquier otro, hace falta correrse del centro, parece decir Delgado, y apropiarse de una perspectiva diferente sólo es posible en esa distancia. Así, el viaje de la protagonista de esta novela no puede sino arrastrarnos con ella en una lectura por demás interpelante.
Los tres grandes tópicos de la novela son el poder de la amistad, el del arte y el del amor. Si en momentos pareciera que sólo el arte y su capacidad transformadora pueden salvarnos del sinsentido del mundo, esta novela viene a cuestionar y dar vuelta los preceptos más arraigados: quizás sea el amor la única salida o posibilidad. En un mundo como el que habitamos, ni siquiera el arte, ante la imposibilidad de la trascendencia de la obra luego de la muerte del autor, sobrevivirá; sólo el amor podrá salvarnos.
Incertezas
Inhumanes contiene cuatro relatos extensos que recibieron en 2022 el premio Felisberto de incentivo a la edición del MEC. En ellos, el mundo imaginario y creativo de Delgado se despliega de formas muy diferentes, al punto que parecerían tener pocos puntos de contacto. La soledad, la imposibilidad de seguir siendo en el mundo, el sentido de pertenencia, el de amistad, el de fracaso, la incerteza: sus páginas nos interpelan en estos y otros aspectos.
También aquí Delgado no teme jugar con el lector, ponerse como personaje que dialoga con otros interlocutores o crear un personaje que a la vez realiza la contratapa del propio libro. Su principal herramienta es el lenguaje: simula el hablar coloquial (también en inglés), sustituye el punto por la coma o los dos puntos, labra oraciones cortas que se continúan en un discurrir productivo y animado.
El relato que da comienzo al volumen, “David desvaneciéndose”, podría leerse como una especie de homenaje al duque blanco, aparece un David Bowie travestido en David Jones, de forma intrigante lo hace desaparecer, en la emulación del último de sus videos. La estrella andrógina, ser de otro planeta, no puede sino abandonar este de forma inesperada, volverse estrella, parte del universo todo.
El segundo y quizás más ambicioso de los cuentos, “No llores por mí” (del que se publicó una versión mucho más breve en la revista Lento, bajo el título “No llores por mí, argenchina”), es el que claramente está más cerca de la ciencia ficción. No es difícil percibir en este relato la influencia de Philip K Dick, en la introducción de un personaje que es una “creatura” imposible de determinar, babosa, una entidad no humana que tiene relación cercana e íntima con el narrador personaje. El escenario de los acontecimientos se presenta como una Montevideo trasformada y distópica, similar a la de Fernanda Trías en Mugre rosa, aunque en este caso rebautizada “Villa Estúpida”, en la que podemos ver el espectro de la capital uruguaya, siempre presente en la narrativa de Delgado.
El título del tercer relato, quizás el mejor del volumen, pareciera un oxímoron: “Culebrón erudito”. Suerte de monólogo interior, comienza con la mención del que podría ser uno de los primeros relatos con tintes narrativos de nuestro país, la carta que Pérez Castellano envía a Benito Riva. El narrador continúa discurriendo sobre la historia literaria, y no sólo de América y Occidente, pero también entran la cultura popular, la televisión, internet.
El último de los cuentos, “Modo ahorro batería ultra” podría verse como una mezcla de policial y relato fantasioso. La encomienda de un crimen deviene en una aparición mística o un delirio de autojustificación y una queda con la duda de quién -o qué- es el que controla la acción.
La escritura de Delgado logra al mismo tiempo ser emotiva, irónica y disruptiva, llena de formulaciones originales e inesperadas, e invita a perderse en la ficción.
El fuego verde. 204 páginas. Hum, 2023.
Inhumanes. 168 páginas. Estuario, 2023.