Como suele ocurrir cada año, cuando se anuncia el Premio Nobel de Literatura y sobre los nombres de los favoritos habituales (en los últimos tiempos: Mircea Cărtărescu, Haruki Murakami, Margaret Atwood y César Aira) se alza el de un ignoto para el gran público (tal como sucediera en 2002 con Imre Kertész, en 2015 con Svetlana Aleksiévich o en el último octubre con Jon Fosse) y se desencadenan varias reacciones simultáneas, tal como puede observarse en estas tolderías que habitamos. Aunque siempre hay algún adelantado que manifiesta haber leído ya al galardonado (incluso en su lengua original), la proliferación de notas de prensa, semblanzas y comentarios que explota en esos días tiende a la sobreexposición. De pronto, la mayoría de los lectores nos enteramos de que de ese autor existía y cuenta con una obra tan valiosa, etcétera. Al mismo tiempo, mientras libreros y distribuidores rescatan de sus depósitos algunos volúmenes de una vieja traducción que en su momento circuló sin pena ni gloria por el mercado, desempolvándolos y ubicándolos de apuro en vidrieras y marquesinas, algunas editoriales encargan de apuro traducciones y en pocos días el mercado se satura de libros del flamante Nobel.

Una vez ocurrido ese movimiento de reacción inmediata, que incluye la argumentación con que la Academia Sueca justifica su determinación y que, invariablemente, se compone de una ristra de lugares comunes (“La condición humana es el tema central de su obra, independientemente del género, y presenta situaciones cotidianas que son instantáneamente reconocibles en nuestras propias vidas”, dice un pasaje del fallo redactado en Estocolmo sobre Jon Fosse, como si ignorara el hecho de que la condición humana es el tema central de prácticamente todos los escritores y que situaciones cotidianas y reconocibles también podemos encontrar en la más vulgar novela de aeropuerto), sólo queda enfrentarnos a la obra en sí.

No es la tarea de este crítico acá, acotado por una cuestión de tiempos de lectura y del propio espacio del que dispone en esta página, la de analizar, comparar y poner en diálogo todos los libros (o al menos los que han aparecido en español) de Fosse, por lo que este abordaje a un único título, la breve novela Mañana y tarde, que acaba de publicar la editorial española Nórdica, pretende aprehender algún aspecto de una obra que se sabe torrencial y copiosa, compuesta por novelas, volúmenes de poesía, ensayos y libros infantiles.

Un primer elemento a tener en cuenta es la disposición formal de esta novela publicada originalmente en el año 2000, que respeta el estilo del autor: un particular uso de la coma (en un efecto de acumulación dentro de las oraciones pero, también, como una forma de establecer una extraña cadencia interna) y la progresión de los abundantes diálogos sin la marca distintiva de guiones y signos de exclamación. Conviven, así, largos pasajes de conversaciones entre dos personajes, desarrollados con la fluidez propia de cualquier diálogo casual, con extensísimos párrafos que ocupan varias páginas y que ofician como acotación luego de un “dice”.

La historia de Mañana y tarde es límpida en la superficie pero arborescente y perturbadora en la profundidad que la sustenta. En el plano más superficial, el libro narra la vida de Johannes, un pescador hijo de pescador, que habita una apacible comunidad pesquera. La primera parte –apenas 13 páginas– relata las circunstancias que rodean el nacimiento de Johannes y ubica el foco en el personaje de Olai, su padre. La segunda parte, a saber, las restantes 80 y pico de páginas, sigue a un Johannes ya viejo, en el limbo entre la vida y la muerte, que desarrolla una serie de acciones cansinas (el encuentro y la conversación con otro pescador, un viaje al pueblo, el cruce fugaz con un antiguo amor, la irrupción de una de sus hijas), pero teñidas por una inquietante pátina de irrealidad.

Mañana y tarde es, en verdad, un relato de fantasmas, pero no en el sentido clásico, decimonónico, de las historias de ese tipo, sino que discurre por otros caminos, menos trillados y por eso mismo más interesantes de transitar. Hay en todo el libro, especialmente en la segunda parte, una sensación profunda de desvanecimiento, como si al acercarse al borde prístino de lo cotidiano, la pluma (o el teclado más bien) no lograra asirlo a través de las palabras.

En un momento de su rutina diaria, Johannes “se queda ahí parado mirando y entonces piensa que de alguna manera todo es lo que es, y a la vez está todo distinto, todas las cosas son cosas corrientes, pero es como si hubieran adquirido una dignidad y un brillo dorado, un peso, como si pesaran mucho más que ellas mismas y al mismo tiempo carecieran de peso”. En varios pasajes como el anterior, así, como de pasada, la extrañeza de lo anodino se vuelve motivo de reflexión y centro mismo del relato, sin llegar nunca a conclusiones racionales. En esa rareza latente radica la fuerza de esta breve novela.

No queda claro, y al punto tampoco importa, determinar si Mañana y tarde constituye la mejor puerta de acceso a la literatura de Jon Fosse (una disyuntiva que siempre que se plantea en referencia a cualquier autor no deja de ser arbitraria, por no decir intrascendente), pero es posible entrever algunas de las preocupaciones formales y estéticas del autor, así como su manera de abordar el proceso narrativo. Ahora será cuestión de seguir leyéndolo, por lo menos hasta que se anuncie el nombre del próximo Premio Nobel.

Mañana y tarde, de Jon Fosse. Traducción de Cristina Gómez-Baggethun y Kirsti Baggethun. 108 páginas. Nórdica, 2023.

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