En julio de 1953, cuando Lavrenti Pávlovich Beria, el temido jefe de la Policía y el servicio secreto de la NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos) cayó en desgracia y fue finalmente detenido, la actualización de la Gran Enciclopedia Soviética de ese año ya había salido de imprenta y contenía una larguísima y elogiosa entrada sobre el funcionario en cuestión. A los pocos días de la detención, los camaradas recibieron un sobre con un papel y las instrucciones para, con la ayuda de una hoja de afeitar y muchísima paciencia, recortar la entrada “Beria” y cambiarla por la de “Bering, estrecho de”, en una nueva ramificación del procedimiento del régimen de hacer desaparecer de la foto la imagen de un indeseado.
El episodio da nombre al nuevo viejo libro del escritor parisino Emmanuel Carrère (1957), El estrecho de Bering. Introducción a la ucronía, aunque no conforma ni por asomo el punto central del ensayo, sino que sirve para graficar la relación de la Historia con el modelo ucrónico, esto es, la sustitución de una realidad por otra posible a partir de un cambio específico en la progresión de los hechos verídicos.
Carrère, un escritor de los límites entre la ficción y la no ficción, que de diversas formas en sus libros ha domesticado a la realidad con herramientas especulativas, deformando el lente que se aplica sobre los hechos para darle cabida a un estilo único, que no deja de sumar adeptos en todo el mundo mientras conforma una sólida obra (El adversario, Una novela rusa, Limónov, El Reino, Yoga, etcétera), ya mostró la hilacha en este temprano ensayo publicado en 1986, que al año siguiente se alzó con el Grand Prix de la Science-Fiction y que un cuarto de siglo después la editorial Anagrama rescató para verterlo al español. Más que los títulos antes mencionados de Carrère, en este ensayito menor (pero contundente) se encuentra el germen de esa impresionante e iconoclasta biografía llamada Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Un viaje en la mente de Philip K Dick, que el autor francés publicó en 1993.
La referencia a Philip K Dick en un texto que trata sobre la ucronía (paréntesis para lectores neófitos en la materia: el término “ucronía” fue acuñado por el filósofo francés Charles Renouvier en el libro Ucronía: la utopía en la Historia (1857) como “lo que no tiene tiempo, lo que no está alojado en el tiempo, y, en particular, en el tiempo histórico, suponiendo la posibilidad de un cambio radical de la historia por la más ligera desviación de su curso”) no sólo es pertinente sino que obligatoria, dada la sostenida coincidencia de críticos, ensayistas y demás estudiosos de la materia en señalar a su novela El hombre en el castillo (1960), en la que los Aliados perdieron la Segunda Guerra Mundial y Estados Unidos se encuentra bajo el dominio de Japón, como uno de los puntos más elevados del género, lo que en sí ya es mucho decir si se tiene en cuenta que la primera ucronía apareció en un capítulo de la Historia de Roma, de Tito Livio, cuando el autor expuso las consecuencias que habría generado una guerra entre Roma y el imperio de Alejandro Magno en el siglo IV a. C., y campea por todo el prodigioso siglo XX literario en un sinfín de obras mayores, tales como la novela Ada o el ardor (1969), del maestro ruso Vladimir Nabokov, en la que la historia de amor entre dos hermanos se sitúa en unos Estados Unidos conquistados por la Rusia zarista.
Lo que Carrère hace en este arborescente (y por momentos algo caótico) ensayo, surgido a partir de una tesina sobre el tema, es conformar una serie de apuntes para un ucronista, no a la manera de un decálogo o un soso manual de taller literario, sino a través de un proceso de espigación de lecturas, que invita a la búsqueda y el análisis de un conjunto de obras clave en la materia. La tarea de decantación de materiales se propone más que necesaria, pues, como el autor plantea casi al arranque del ensayo, “toda forma de narrativa roza la ucronía, en la medida que integra elementos imaginarios en la trama de una historia conocida. La batalla de Waterloo no contó con los servicios de Fabrizio del Dongo. Stendhal desliza en ella un grano de arena foráneo y, en consecuencia, nos ofrece una versión de la historia ‘no tal como ha sido, sino tal como habría podido ser’”.
El ojo clínico y el bisturí afilado de Carrère se deslizan sobre obras tan disímiles y alejadas entre sí como Napoleón apócrifo. Historia de la conquista del mundo y de la monarquía universal (1836), de Louis-Napoleon Geoffroy-Château, en la que el emperador francés somete a Rusia en 1812 e invade Inglaterra dos años más tarde para convertirse en el gobernante máximo de la Tierra; Poncio Pilatos (1961), de Roger Caillois, en la que el prefecto romano de Judea, en vez de convertirse en el responsable de propiciar el suplicio y posterior crucifixión de Jesús de Nazaret, opta por liberar al Mesías; y El sueño de hierro (1972), de Norman Spinrad, una novela que presenta dentro de sí otra novela –la principal–, llamada El señor de la Svástika, escrita por Adolf Hitler, un emigrado austríaco en Nueva York, que cuenta la historia de Feric Jaggar, un combatiente genéticamente puro que debe combatir a los mutantes que habitan una Tierra alternativa.
El estrecho de Bering es un libro menor pero contundente, no sólo para completistas del autor sino para todos aquellos lectores interesados en los fenómenos laterales que ocurren en las fronteras del canon, además de, como se señaló antes, para los propios cultores del género. A ellos les habla Carrère cuando expresa: “Ser ucronista, incluso a nivel privado, es precisamente estar solo contra todos, no poder granjearse la aprobación de los demás, del sentido común, de la memoria compartida”. Al final, quizás sólo quede la ucronía.
El estrecho de Bering. De Emmanuel Carrère. España, Anagrama, 2022, 156 páginas. Traducción de Encarna Castejón.