En 2022 se cumplió un siglo desde la primera transmisión de radio en nuestro país. El estudio Prendidos al dial: las radios en Uruguay desde la periferia al centro de la cultura (1922-1940), de la doctora Mónica Maronna, da cuenta de los primeros años de una actividad que transformó la vida cotidiana. Privados y Estado, comercio y seguridad, formación y entretenimiento fueron algunas de las dicotomías que desde entonces alimentan los debates sobre comunicación. Sobre algunos de ellos conversamos con la autora.
¿Fue difícil trabajar con los archivos? Las empresas mediáticas uruguayas no solían conservar el material hasta hace pocos años.
Las fuentes para el historiador siempre se convierten en un gran desafío. En esta investigación sabíamos de antemano que contábamos con una limitación inicial y era la ausencia de archivos sonoros. Para los años 20 y 30 no existen documentos sonoros porque no se grababa, porque no se conservaba, no era posible. Y cuando la tecnología permitió grabar, tampoco se conservó ni se consideró viable hacerlo. Lo más frecuente era reutilizar las cintas, grabando encima. Son pocas las radios que resguardaron algo del material, y con las que lo hicieron se requiere un trabajo previo porque el soporte, la máquina para grabar, era diferente. Para acceder a esos documentos es necesario hacer un proceso de digitalización. Además, no existía la conciencia que existe hoy acerca de la importancia de lo sonoro como fuente de conocimiento. Justamente, desde este reconocimiento de la importancia de los documentos sonoros el programa de investigación de la FIC Historia de los Medios lo incorporó como línea de trabajo permanente -impulsada por el colega Antonio Pereira- para recuperar el patrimonio sonoro.
Así que no pude acceder a todas las fuentes deseables; hay zonas que permanecerán en penumbras o en el terreno de las hipótesis. Es imposible escuchar la voz de los protagonistas, su entonación, aquellas expresiones que provocaban en el público la risa, el llanto, el enojo, los aplausos. No fue posible conocer directamente ese mundo sonoro, evanescente, irremediablemente perdido. Tuve que resignarme a estudiar la trasposición de la oralidad de la radio a sus formas escritas. A veces, esa barrera se rompió con algún hallazgo que no fue más que la supervivencia de algún fragmento, que nos ilusionó pero supimos incompleto. Consulté fuentes muy variadas, me sumergí en archivos y documentos particulares, y pasé muchas horas en bibliotecas de Uruguay y Argentina revisando revistas, folletos, legislación, diarios de sesiones legislativas, anuarios estadísticos, prensa, fotografías, catálogos de discos y fuentes orales.
Como otras tecnologías actuales, la radio comenzó de forma experimental, y pocos preveían el poder que iba a tener, ¿no es así?
La radio y la televisión se insertaron en la vida cotidiana después de un largo recorrido. Que en noviembre de 1922 existiera una antena de radio o en diciembre de 1956 la de la primera televisión no significa que su uso se extendiera de inmediato ni de la misma forma en todo el país. Además, los medios se retroalimentan, no se dejó de escuchar radio por ver televisión. En el caso de la radio, el sonido a distancia transmitido sin hilos es el resultado de un largo recorrido científico, técnico y tecnológico que hunde sus raíces en el siglo XIX. Lo que se buscaba era comunicar a distancia con fines empresariales o al servicio del Estado. Nadie imaginó que de allí derivaría el broadcaster, o sea la difusión de sonido por todo lo ancho que era posible de ser captado por quien tuviera un aparato receptor adecuado. Como decían en la época, ese “sonido que no guarda secretos”. Tampoco estaba claro en el momento inicial para qué podía servir esto, aunque había un numeroso grupo de aficionados que cultivaban el arte de captar sonido a distancia.
¿Cómo se llegó a construir el público masivo?
En esas dos décadas iniciales la radio pasó de ser un medio marginal a uno central. En 1922 no todos podían tener claro el alcance futuro; al final del período, todo pasa por la radio. Dos décadas más tarde, la radio está inserta en la vida cotidiana, transmite todo el día, a toda hora, está prendida en el lugar central de la casa. Nunca antes había existido un medio de comunicación que estuviera en el hogar y transmitiera todo el tiempo una variedad impresionante de contenidos. Prender la radio se convirtió en un rito esencial, configurador de los horarios y los tiempos de la cotidianidad. En el hogar, la radio se oía como fondo auditivo permanente y además se escuchaba, es decir, producía una atención selectiva cuando llegaba el programa esperado, la canción preferida, la voz del locutor conocido, las noticias, el partido de fútbol o el drama en dosis cotidianas.
Las primeras estaciones de radio eran iniciativas privadas. El Estado, sin embargo, aparece bastante tempranamente, en 1929. En tu estudio quedan marcadas las diferencias en los contenidos de las emisoras privadas y del Sodre, que tenía como base un proyecto cultural muy delineado.
Durante los primeros años de la década del 20 las iniciativas partieron de diferentes ámbitos. Desde el dueño de una importante talabartería, Sebastián Paradizábal, o la empresa multinacional General Electric. Ambos emprendimientos tuvieron que buscar estrategias para solventarse económicamente en tiempos en que aún no existía el público oyente, había que crearlo, promover la venta de aparatos transmisores, vender insumos y generar contenidos, es decir, algo para escuchar que fuera atractivo, y de ese modo entusiasmar para comprar aparatos de uso doméstico o para instalar antenas.
Uno de los aspectos interesantes de esta primera etapa fue la capacidad operativa demostrada por técnicos y aficionados uruguayos para interesarse por las innovaciones. Instalar un transmisor para emitir y levantar una antena requería, además de capital, muchos conocimientos y habilidad para sortear las dificultades. La primera generación se formó a medida que trabajaba en la instalación de los aparatos. Para ello contaba con información publicada en la prensa y en revistas y con el aprendizaje adquirido al asistir a los especialistas, algunos de ellos provenientes de las propias compañías que vendían los insumos.
Lo que pude comprobar es que hubo una conjunción de saberes de diferente naturaleza, desde el popular hasta el experto. La expansión del tendido eléctrico a cargo de la estatal empresa UTE permitió el desarrollo de competencias para muchos auxiliares o peones que aportaron su experticia en las radios, además del conjunto de ingenieros y técnicos que trabajaron en las estaciones de Telegrafía sin Hilos. En cuanto al conocimiento científico de las ondas y sus posibilidades, existían cursos en la Universidad de la República que se dictaban desde comienzos del siglo. Uruguay estaba al día con todos los adelantos que se producían en el mundo y tenía capacidad para incorporarlos y hasta disposición cultural para ello. Además del saber experto existía un “saber popular” y una predisposición que lograban, con pocos recursos, mucho ingenio y paciencia, integrarse y participar de aquella novedad que permitía casi mágicamente la captura de las ondas esparcidas por la atmósfera.
Junto a las primeras iniciativas privadas, el Estado ocupó su lugar. En primer lugar, porque este tipo de transmisiones requieren un permiso, porque utilizan ondas. En principio a nadie se le negaba una onda, pero había que regularlo, porque, como ocurrió en todo el mundo, en poco tiempo se produjo un “caos de las ondas”, no sólo dentro de cada país sino también entre países limítrofes. Las ondas no tienen límites territoriales, se propagan todo lo que su transmisor permite, y eso producía conflictos e interferencias mutuas.
En casi todo el mundo, como las ondas estaban asociadas a la telegrafía sin hilos, quedaron ligadas a los ministerios de Guerra de cada país desde antes de la Primera Guerra Mundial. En Uruguay fue también el Ministerio de Guerra y Marina el que asumió el tema, y así se mantuvo durante décadas.
Pero el aspecto más interesante y novedoso acerca del papel del Estado en materia de radiodifusión lo constituyó la creación del Sodre. Desde su concepción, se estableció que dependería del Ministerio de Instrucción Pública y del Ministerio de Guerra y Marina, como ocurriría con el resto de las estaciones. Además, se le otorgaba preferencia en cuanto al lugar a ocupar en el dial. El Sodre es mucho más que una radio, es un modo de concebir el rol del Estado en relación a la educación y la cultura; nació como parte de un proyecto cultural más amplio. El Sodre nació con una importante inversión que le permitió adquirir en muy poco tiempo el Estudio Auditorio, crear la Orquesta y el Cuerpo de Baile y conformar una discoteca muy selecta organizada por el especialista Curt Lange, los primeros ocho funcionarios y el empuje de Francisco Ghigliani, uno de sus mentores. Existía además una previsión para su futuro desarrollo, ubicándose así entre las mejores y más potentes [emisoras] del país. Ghigliani aspiraba a que el Sodre alcanzara todo el territorio y lo unificara culturalmente. La radio oficialmente inaugurada realizó sus primeras transmisiones desde el Palacio Legislativo, el templo laico de la ciudadanía uruguaya. El concepto de cultura que expresa el Sodre como aspiración incluía el canon musical más selecto para la época pero también las transmisiones de fútbol. No es menor tener en cuenta que el primer campeonato del mundo fue transmitido por la onda oficial desde el estadio Centenario, recientemente inaugurado. La radio estatal nació con alto grado de profesionalismo, que no alcanzaron las demás emisoras durante los años 30. Además, amplió los espacios en el dial adquiriendo nuevas ondas que le permitieron diversificar las propuestas.
Hay también una tensión entre el Estado y los privados por el ordenamiento del espectro y las concesiones de ondas, y en parte por el control de contenidos. Por esos años se funda la Asociación de Broadcasters del Uruguay (la poderosa Andebu) con el doble propósito de impedir que arriben nuevos competidores e impedir la evaluación de los contenidos que transmitían las radios comerciales. ¿Cómo se modula esa disputa?
En pocos años el interés por la radio fue creciendo. Obtener una licencia para transmitir era un trámite sencillo, sobre todo porque no existía un marco legal, pero también se creaban interferencias que impedían las transmisiones regulares. En todo el mundo, por sus características técnicas, la radio requirió una intervención del Estado desde sus inicios. Aunque más no fuera para organizar el espectro sin mutuas interferencias, resultaba imprescindible un marco regulatorio nacional e internacional.
Muy tempranamente, en diversas conferencias regionales e internacionales se acordaron normas fundamentales para favorecer el uso de las ondas sin interferencias. Esto obligaba a los gobiernos a acompasar su ordenamiento interno con el contexto regulatorio. La banda de frecuencia y la longitud de ondas que se iban a emplear requerían un mínimo de organización.
El primer marco legal en materia de radiodifusión fue la Ley 8.390, promulgada el 8 de noviembre de 1928 y reglamentada en junio de 1929. Según esta norma, las licencias se otorgaban mediante autorización de la Dirección de los Servicios de Radiocomunicaciones del Ministerio de Guerra. La ley ofrecía un marco general inspirado en el principio de “moderada intervención del Estado”, pero el reglamento especificaba el rol del Poder Ejecutivo. Más allá del Poder Ejecutivo no existió ninguna instancia parlamentaria. Esta situación resulta muy relevante y compleja, porque instaló un sistema que no podía ser controlado por fuera de quien dictaba la norma. En adelante, los permisarios de las radios quedaban, en buena medida, supeditados al relacionamiento con los gobiernos. Las licencias no se otorgaban en propiedad sino en usufructo, por lo que el tema de la renovación de los permisos estuvo siempre presente y no contaba con mecanismos claros.
De la misma forma, generaba incertidumbre cuántas licencias se podrían otorgar. ¿Se agota el espectro? ¿Son razones técnicas o comerciales las que impiden aumentar la cantidad de licencias? Esas disputas estuvieron presentes en la década del 30. Al tiempo que aumentaba el otorgamiento de licencias se iniciaron las gestiones para organizar una asociación de broadcasters. Una de sus primeras actividades, en 1931, fue el inicio de la publicación de la revista Programación Oficial de Estaciones Uruguayas de Radio, conocida por su sigla, Poeur. El proceso culmina en 1933 al crearse la Andebu, que reunía a los empresarios de la radio. El sistema comercial instalado en Uruguay se financiaba enteramente con publicidad, lo que era una hazaña en un mercado tan escaso. Por encima de su competencia, los empresarios de la radio debían acordar entre sí y ser interlocutores unidos ante el Servicio de Radiocomunicaciones.
Durante la década del 30 un conjunto de estaciones cambiaron de dueño inicial sin lograr consolidarse como negocio, otras se mantuvieron con reducido gasto y unas pocas lograron un desarrollo importante ampliando sus públicos en forma creciente.
La investigación da cuenta de cómo se van conformando un campo profesional y un modo de comunicación específicos, que toman recursos de otros medios (el teatro, la literatura) y pronto encuentran un lenguaje propio. Había un aire de “vanguardia” que incluso atrajo a varios artistas rupturistas, como Alfredo Mario Ferreiro. ¿Qué formas son las más características del período que estudiaste?
Alfredo Mario Ferreiro fue un gran escritor y trabajó en la radio. En 1927 publica El hombre que se comió un autobús (Poemas con olor a nafta), que traduce de manera extraordinaria los rasgos de la época. Sobre la radio, ha dejado una maravillosa descripción de los primeros tiempos en revistas y un hermoso poema sobre la radiotelefonía; “siento con él la voz de todo el mundo”, dice uno de sus versos.
Una de las preguntas de esta investigación consistía en conocer quiénes trabajaron inicialmente en la radio, cómo se conformó el campo profesional. Este período que investigo toma la primera etapa, es decir, nadie sabía cómo trabajar en radio ni qué hacer frente a un micrófono. De hecho, la música o transmitir desde el teatro o transmitir conferencias fueron las primeras expresiones. A su vez, tantas radios transmitiendo tantas horas por día abrían las puertas a quien tuviera algún talento con su voz, fuera cantar, recitar un poema, contar historias, comentar sucesos o contar chistes. Es lo maravilloso que tenía la radio, que permitía visibilizar todas las expresiones culturales en sus más variadas formas. Las puertas de entrada para trabajar en la radio fueron diversas. Muchos fueron invitados a partir de sus cualidades personales o necesidades del momento; otros se postulaban por el mero placer de participar. Pero esto tenía un límite y no se podía sostener eternamente. Los oyentes hacían sentir su voz criticando duramente la improvisación y la saturación de escuchar siempre lo mismo. Los trabajadores de la radio venían de otros campos: del teatro, de la prensa, del mundo de la escritura y del entretenimiento. Se habían formado en otros campos y ahora debían adaptarse al mundo del sonido. Es necesario distinguir a los escritores e intelectuales convocados a participar en ciclos de radio de aquellos que hicieron de la escritura para radio un oficio, aunque no fuera de tiempo completo. Tener un solo trabajo era una excepción, pero la radio ofrecía un campo nuevo para su inserción laboral y sus ingresos. La ductilidad adquirida en el tránsito entre revistas o periódicos dirigidos a diferentes públicos proporcionó el acceso a un medio emergente. Escritores como Ovidio Fernández Ríos, Edmundo Bianchi, Juan Ilaria, Juan Carlos Patrón, por citar unos pocos ejemplos entre una larga lista de autores, demostraron que podían adaptarse con facilidad. Obtuvieron un alto reconocimiento y desarrollaron una importante continuidad en la radiotelefonía.
Otros escritores optaron por el seudónimo, porque la radio tenía un sesgo comercial que los escritores no veían con buenos ojos. El radioteatro de los años 30 fue un gran laboratorio experimental para los actores de teatro. En cambio, le sucederá una generación que ya se formó en compañías radioteatrales y de guionistas que escribían para crear episodios.
Mencionás el rol de la radio como homogeneizador de la lengua en un país al que llegaban decenas de miles de inmigrantes no hispanohablantes. Al mismo tiempo, los inmigrantes eran objetos de parodias en varios programas cómicos.
La radio, sobre todo durante la década del 30, dio cabida a las expresiones de las colectividades de inmigrantes, porque ofrecía la posibilidad única de mantener viva el habla y la escucha en la lengua de origen. La “comunidad imaginada” encontró en el nuevo medio un lugar privilegiado para expresarse. Significaba mucho escuchar las voces y las canciones para comunidades que mantenían vivos los lazos y las tradiciones, desde canciones, poemas, noticias hasta recetas de cocina que conectaban con la tierra de origen, en muchos casos muy lejanos y tan diferentes. Hacia 1930 habían ingresado a Montevideo cerca de 120.000 inmigrantes (sobre una población de 650.000), provenientes de una Europa menos conocida en estas latitudes, como la central y del este. Pensemos en un polaco, por tomar algún ejemplo, que ni siquiera podía escuchar su nombre auténtico porque al llegar el funcionario lo cambiaba por algo parecido. La radio dio cabida a esas expresiones como también a la cultura de mezcla que se hacía presente en la literatura, el teatro y el carnaval. Por otra parte, la imitación del habla estaba muy presente en muchos programas radiales que incorporaban la parodia, algo que hoy nos resultaría inaceptable y políticamente incorrecto.
La investigación incluye el estudio de la trayectoria de Eduardo Depauli, una estrella mediática de los años 30 y 40. Con sus personajes y su humor observacional llegó a llenar estadios y a filmar una película. ¿Fue un caso excepcional o la expresión más destacada de un star system generado en torno a la radio?
Me propuse mirar la dinámica cultural, lo social, lo colectivo desde un caso, pero no para trazar una biografía sino para analizar la historia de la radio desde una trayectoria profesional. Es como mirar lo que se desarrolla en los otros capítulos desde un caso específico. Depauli condensa lo que es ese tramo de la historia. Sus personajes fueron de una enorme popularidad. Candelario, hijo de Nicola Paparulo, verdulero italiano, Virundela, el nostálgico, junto a defensores de la República española, andaluces, alemanes, gallegos y un largo repertorio de personajes populares reconocibles, formaban parte del elenco que Depauli recreaba diariamente con su voz. Algunos de sus personajes fueron libretados por Ovidio Fernández Ríos. Debutó en radio a partir de su pasaje por el carnaval, donde fue captado para trabajar en una emisora por la versatilidad de su voz. En diciembre de 1936 Depauli llenó el estadio Centenario de un público que esperó horas para ingresar. Un fenómeno de masas sin precedentes en la época. Desde su recorrido se observa la cultura popular, la masividad del espectáculo radio, la realidad, la ficción y el humor que interactuaban desde su personajes. Las cartas de sus oyentes son una fuente muy rica para entender ese contexto. Tanto las emisoras para las que trabajó como los horarios y los nombres de sus programas se modificaban constantemente sin que ello alterara su popularidad. En cambio, sus personajes fueron estables y duraderos. El género de los programas de Depauli podría enmarcarse en la forma “variedades”, caracterizada por la convivencia en un mismo espacio de interpretaciones musicales, espacios de humor y respuestas a las cartas de los lectores. Durante su trayectoria, Depauli ocupó siempre un espacio en las revistas: tapa, notas breves, fotos, caricaturas, concursos. Y a veces jugaba con la expectativa de su posible contratación en Buenos Aires o la noticia era que “no había noticia sobre Depauli”. Se convirtió en una presencia central de las publicaciones, porque entendió tempranamente ese circuito de retroalimentación entre la lectura de revistas, cine, prensa y escucha de radio. Además probó fotonovelas y filmó una película. Tenía muy claro el peso de los medios y ser siempre objeto preferente de atención para alentar a su público mediante la autorreferencialidad mediática. La película Radio Candelario fue precedida de una gran expectativa y llevó público al cine, porque, más que la calidad, lo importante era seguir al ídolo.
En la Navidad de 1946, a los 37 años, Depauli murió de un ataque cardíaco, en la plenitud de su carrera. El impacto social fue impresionante y conmovedor. Miles de personas asistieron a su funeral y, según la prensa, la Policía tuvo que intervenir para ordenar a las multitudes. Durante mucho tiempo se siguió recordando su paso por la radio hasta que la memoria se quedó sin personas que lo relataran. Los medios donde actuó vieron desaparecer a una de las figuras centrales de la radio en el Uruguay de la década del 30… Se fue desvaneciendo.
El lugar en la vida cotidiana que tuvo la radio pasó a ocuparlo la televisión décadas después.
La idea instalada de que un medio suplanta al otro casi en forma automática y obligada no es correcta si estudiamos la historia de la comunicación. Hoy no existe más aquella radio de los años 30, ya no hay una sola radio por hogar, ni tampoco los dispositivos se asemejan. Hay un abismo tecnológico y cultural respecto al momento actual. Hoy contamos con muchas y nuevas formas de vincularnos con el mundo sonoro. La escucha a demanda, el podcast y todas las posibilidades que se abren en el mundo digital constituyen el eje del momento actual. Con esos cambios, el placer que provoca lo sonoro permanece. Pero este nuevo contexto plantea discusiones instaladas hace tiempo en la academia. Una de ellas, que lleva bastante tiempo, remite al fin de la era de los medios masivos tal como se conocieron en el siglo XX. Otra, relacionada con el cambio actual mirado desde una perspectiva cultural y social: ¿cómo leemos, escuchamos, miramos e interactuamos hoy? No son preguntas banales si pensamos en la magnitud de los cambios que nos afectan actualmente en todas las dimensiones. Por ejemplo, en la comunicación política, en la forma en que se exponen las ideas, cómo se expresan, cómo se crea opinión pública. En tiempos como el actual, en que la tecnología avanza a un ritmo muy intenso, es imprescindible atender las implicancias que tiene. Hoy la ciencia y la tecnología avanzan más rápido que nuestra capacidad de entender sus derivaciones en nuestras vidas. El ejemplo más evidente son los avances en el campo de la inteligencia artificial, que tienen efectos muy fuertes e implicaciones legales que, creo, estamos lejos de comprender, visualizar y atender prioritariamente como corresponde. Si a algo nos ayuda la historia es a pensar y a comprender.