Tatiana Oroño (San José, 1947) es profesora de literatura e investigadora asociada de la Academia Nacional de Letras del Uruguay. También ha hecho curaduría y crítica en artes plásticas. Su obra poética se compone de algo más de una docena de títulos (desde El alfabeto verde, de 1979) y ha sido incluida en el Programa Oficial de Literatura de Bachillerato. Recientemente publicó Deriva, para lo que contó con el incentivo a la edición que otorga el Fondo Amanda Berenguer de la Dirección Nacional de Cultura.

El título Deriva da una idea de movimiento, un movimiento a la vez inexorable y azaroso. De esta manera, la voz lírica irá llevándonos, a través de las palabras y las imágenes, en pequeños recorridos en que lo más mínimo y cotidiano se entrelaza con lo más universal y trascendental. Por otra parte, aunque la idea de una deriva pueda dar la impresión de un movimiento errático, Oroño no deja de ser una poeta experiente, y tiene claro adónde quiere llegar. Ningún elemento está puesto al azar, y aunque la voz se propone abarcar grandes porciones de realidad en textos relativamente cortos, todos los elementos al final terminan encajando, en cada texto y en el conjunto como unidad.

El libro está dividido en cuatro partes, numeradas a la romana. En la primera predomina una poesía de fuerte impronta política y social, desde un alegato por la libertad de Julian Assange (“Una fibrilla” y “Declaración testimonial asaz impropia”), hasta una no tan sutil alusión al bloqueo de Cuba (“Jardines”), pasando por varias referencias al cambio climático. En la segunda, el común denominador es que todos los poemas hablan de pájaros, y en ellos la observación de una forma de vida tan distinta nos lleva a lo inaprensible y efímero de la experiencia. La tercera constituye una serie de textos en torno a la cocina y la preparación del diario alimento, en la que la cotidianidad y las pequeñas cosas toman un papel protagónico, como en las Odas elementales de Pablo Neruda (1954). En el cuarto habrá lugar para diversas observaciones y experiencias, y conviven un recuerdo de la escuela rural Ecilda Paullier (“La huerta”) con reflexiones en torno al quehacer poético (“Destinado a amparar tu corazón”), la simple observación de un rayo de sol irrumpiendo en una habitación (“Como el rayo de sol”) y la revelación que significará para un niño la muerte de su perro (“Tupac”). Aunque, como veremos más adelante, la primera parte, con su impronta comprometida, no está desgajada de la paleta más intimista de las siguientes secciones.

El tiempo predominante es el presente, de una manera notoria y para nada casual. Este presente tiene la característica de ser breve, de detenerse en su totalidad sobre un instante. El recurso recalca una idea que se desarrolla a lo largo de todo el poemario, referida a lo pequeño y efímero de las cosas. Todos los textos están imbuidos de la idea de que lo que está ahí bien podría desaparecer, desvanecerse. Y si bien esto podría derivar en un tono melancólico y nostálgico, parecería más bien que lo que aquí se propone es otra cosa, quizá vivir con mayor intensidad el momento, quizá rescatar esos breves instantes de belleza.

El erotismo, sin embargo, está ausente en este poemario, en el que predomina un tono más filosófico. No es que no haya una carga emotiva, pero no se recurre a grandes golpes de efecto en este sentido, y la emotividad parece, de alguna manera, razonada, serena, contemplativa. También están muy cuidadas la musicalidad y la rítmica. Es frecuente el uso de aliteraciones, sobre todo de los sonidos l y n. La combinación de los recursos métricos con los fonéticos genera un ritmo decidido pero sutil, un sonido delicado y fluido que colabora en el movimiento sugerido por la “deriva” del título.

A pesar del tono de denuncia de varios de los textos, se vislumbra cierta fe en la especie humana, e incluso en el quehacer poético. El mismo afán de decir, de alertar, conlleva una esperanza de que ese acto de denuncia aporte o contribuya. Pero, por otra parte, hay una redención también en esa atención a lo pequeño, a la medida de lo humano, y una apuesta a la sensibilidad como forma de rehuir la frialdad con la que la especie se empeña en destruirse a sí misma y al planeta, que de algún modo articula en una unidad las cuatro partes del libro. Quizá el texto donde se condensa esta unidad sea “Los dioses asadores”, en la cuarta sección, que trata de un encuentro entre ex presas políticas y la comunión que allí se logra, y es uno de los pocos textos con un tono francamente jubiloso.

Aunque se trata de una autora de cierta edad, se nota una sensibilidad e inteligencia hacia los problemas más actuales. Cabe apuntar, además, que el arte y la literatura comprometidas ya no se consideran tan demodé como en las últimas décadas, y cierto interés hacia problemáticas sociales y políticas es perceptible en una gran cantidad de poetas jóvenes.

Son frecuentes los epígrafes y las citas. De esta y otras maneras la voz lírica entra en diálogo con tradiciones y herencias de otras voces. Algunos de los momentos más cargados emotivamente incluyen “Y el mundo, pobre, pobre”, en referencia a “Pobre mundo” de Idea Vilariño, o un poema a Víctor Hugo titulado “Viktoria”. Este afán de diálogo contribuye también a ese cierto optimismo (tenue, pero existente) que se desprende aun en una percepción de la realidad tan alarmante y caótica.

2022 ha sido un año muy fecundo en ediciones de poesía a nivel nacional. No se puede negar que el Fondo Amanda Berenguer contribuyó bastante, aunque también hay mucha actividad fuera del circuito oficial. Entre esta gran oferta, Deriva es un trabajo sólido y bien concebido, que nos lleva a una reflexión a la vez histórica y atemporal.

Deriva. De Tatiana Oroño. Montevideo, Estuario, 2022, 96 páginas.