El libro FAC/ Historia oral de un colectivo de artistas visuales, lanzado en diciembre pasado y escrito por Gabriel Peveroni, es un testimonio coral sobre cómo la Fundación de Arte Contemporáneo (FAC) se las ha arreglado, en los últimos 20 años, para ser un espacio creativo que potencia a los artistas, dando una posibilidad real y concreta a quienes deciden vivir del arte. Lo cuentan más de cien artistas que han tenido diferentes vínculos con el colectivo, desde los que tuvieron sus talleres en las varias casas alquiladas colectivamente, hasta los que participaron en los cursos de arte dictados por Fernando López Lage, en muestras, en semanas de acciones. Y lo hacen con un lenguaje ameno, descubren secretos, se cuentan anécdotas, se narran cadenas de errores que, por ser tantos y tan ingenuos, han terminado en grandes obras. Esa humildad en el contar hace que el lector no se dé cuenta de que está leyendo parte importante de la historia del arte uruguayo.

Este libro es un ladrillo más en la historia de la cultura underground, y vaya que hacía falta. Hay una historia sobre la cultura posdictadura que no es muy conocida, aunque fue muy habitada. El libro permite armar un rico mapa cultural que muestra cómo la idea de que aquí no pasaba nada durante los años noventa y la crisis de 2000 no es acertada: pasaron muchas cosas, que fueron semilla de grandes transformaciones que hoy nos parecen obvias, como las cuestiones de género, por ejemplo.

Hay algunos denominadores en común en este relato a muchas voces: la libertad de pensamiento, la coordinación de Fernando López Lage, la disciplina del trabajo artístico, la investigación, la contención emocional, o la conciencia de que el arte debe hacerse preguntas, más que dar respuestas.

La importancia de la colección Engelman-Ost, las exposiciones en el Centro Cultural de España, los apoyos de la Alianza Francesa revelan una red cultural montevideana que fue fundamental para el arte uruguayo.

Gabriel Peveroni, autor por encargo, entrelaza relatos de más de cien personas y genera una red en la que cada artista cuenta sus experiencias, pero también se presenta y reflexiona sobre las ideas de arte que ha tenido en momentos distintos de su carrera. La propuesta editorial tiene un interés doble: por un lado está la riqueza de la historia de un colectivo artístico que está presente en el arte uruguayo desde hace más de dos décadas, y por otro (de forma intrínseca), los artistas se cuentan y se presentan en primera, segunda y tercera persona. El índice onomástico es papel fundamental, ya que nos permite tener a mano un índice de artistas uruguayos que es un elenco claro y conciso de productores de arte en nuestro país.

Peveroni propuso el formato del relato coral que le permitió articular distintos testimonios. Preguntó por Whatsapp, correo electrónico y todas las formas posibles durante dos años, haciendo hablar a más de cien personas. Una propuesta que busca romper con el relato hegemónico, en una historia contada por cientos de voces y sin un protagonista principal.

La FAC, con una constante presencia en los espacios culturales (formales e informales), nació en 1998. Sus orígenes estuvieron en el Taller Longa, del que fueron alumnos varios de los protagonistas, así como el director, Fernando López Lage. No es una fundación formal, el nombre jugaba con fuck pero de forma un poco menos grosera; tenía que ver con el punk y con el do it your self (hazlo tú mismo), y todo lo que pensaban que se podía hacer, se hacía. “Teníamos una pensión, que era la casa que habíamos alquilado, y ahí hacíamos muestras y sentíamos que estábamos en el MoMA, era tanta la avidez por ver cosas que se llenaba de gente, y ahí empezaron a dialogar generaciones distintas: Clemente Padín, [Ernesto] Vila, Marosa Di Giorgio, Dani Umpi, que recién empezaba, Julia Castagno, que recién empezaba, era una situación muy interesante donde se daba una sincronía con propuestas que tenían un mismo propósito”, cuenta López Lage.

El colectivo de arte siempre ha funcionado en casas taller, y en el libro se cuentan de forma extensa y muy divertida las vivencias en cada una de ellas. No hay un tiempo histórico con fechas que nos ubiquen en una temporalidad lineal: los lenguajes y los temas marcan los tiempos. Así, el lenguaje inclusivo evidencia experiencias más cercanas al presente, y los relatos que remiten a la crisis de 2000 nos ubican al comienzo de este siglo.

La primera casa de artistas FAC estuvo en la calle Juan Paullier, en 1999. En 2001 se mudaron a Canelones y Salto, desde 2005 estuvieron en la gran casa de Juan Carlos Gómez y Piedras, en 2011 se mudaron a la calle Maldonado y desde 2017 funcionan en una casa en la calle Sarmiento. En todas las casas funcionó el área de formación, dirigida por López Lage, quien dicta cursos anuales de arte contemporáneo y son punto de encuentro y partida para muchos artistas.

Sobre los espacios de trabajo de artistas, López Lage dice: “Los espacios tomados por artistas generan un poder distinto, generan mucha más libertad, mucha más capacidad de pensar, mucha más crítica, cuestionamiento, más preguntas. Hay lugares donde uno como artista hace sin pensar si gusta, hace, hace y hace, y en ese ritmo de locura es que aparecen las cosas que van generando situaciones emergentes interesantes”.

El colectivo es como una parra de la que nacen distintos racimos, como los colectivos en que se situaron Arte Degenerado, Colectiva COCO y otras disidencias. Artistas como Fabricio Guaragna, Fabián Barrios o María Mascaró cuentan que las reuniones eran nocturnas y parecían terapias grupales, se conversaba sobre género, identidad y sexualidad. Otro de los racimos es el de los pintores: Sebastián Sáez, Agustín Sabella, Fabio Rodríguez, Sergio Porro y Santiago Velazco, entre otros, hablan del color estridente que los caracteriza, de los pigmentos, y plantean cómo la paleta de color desenfrenado es una herramienta que critica el discurso amable y entonado de la paleta uruguaya (baja o marrón). El constructivismo de Torres García es desafiado por los artistas que confiesan haber querido romper con todo ese planteo, en una actitud tan sana como la de los hijos que buscan romper con los planteos universales de sus padres.

“Creo que el arte enseña mucho a todas las otras disciplinas justamente desde los entrenamientos en lo colectivo, los cuestionamientos, las preguntas. Hay un rol fundamental en el arte que no lo tiene ninguna otra disciplina, creo que en este siglo el arte puede llegar finalmente a tener más fuerza que la política”, nos dice desde su taller López Lage.

Las peripecias del grupo de Cine experimental, sus dificultades con Cinemateca y el descubrimiento de una caja con los archivos del primer festival de cine experimental uruguayo que encontraron en el Museo del Cine de Turín (aquí no encontraban nada, ya que en el incendio del Sodre se había perdido todo), las experiencias de la radio en la casa de Juan Carlos Gómez, que para poder transmitir tuvo que pedirle conexión a internet a un vecino y un cable atravesaba la cuadra, son algunas de las historias que reúne el libro, que suma anécdotas muy divertidas, como cuando Patricia Bentancur se quedó colgada del techo mientras hacían registro de obra: sus piernas se veían desde abajo y nadie entendía qué estaba pasando. Para dar prueba de la riqueza de experiencias narradas, hay un registro fotográfico en blanco y negro, parte del archivo de la FAC, en el que se puede ver a artistas en acción durante fiestas y perfomances.

El libro termina con un bonus track de Ana Clara Talento que es una joyita, un libro dentro del libro en el que la artista que se convirtió en tal sin quererlo cuenta, desde Noruega, cómo las cocinas de las diferentes casas fueron el punto de encuentro y desarrollo de obras, pero principalmente cómo el colectivo se convirtió en su familia especial, que la aceptó y le enseñó a soñar. Porque los colectivos de artistas son eso, cocinas alquímicas en las que todos los sueños se pueden realizar, todo se puede hacer, siempre que la salida sea colectiva.

FAC/ Historia oral de un colectivo de artistas visuales. De Gabriel Peveroni. Montevideo, Estuario, 2022, 472 páginas.