Hay obras que atraviesan el cielo de la literatura condenadas a una mera condición de chatarra espacial; hay otras que resplandecen fugazmente en la sideral espesura, iluminando a su paso a otros cuerpos celestes; y también están esos aerolitos que aparecen muy de vez en cuando y que por la propia estructura y desplazamiento destrozan al pasar cuantas convenciones han logrado fijar los observadores más aplicados. El poema La tierra baldía (1922), de Thomas Stearns Eliot (1888-1965), es uno de esos casos, no sólo por el impacto que sus 434 versos escanciados en cinco cantos producen en cualquier lector atento, sino por la estela de abordajes, lecturas, paráfrasis, tesis y estudios de todo tipo que ha generado en el largo y ecléctico siglo transcurrido desde su publicación.
El año pasado, la editorial argentina El Cuenco de Plata publicó una Edición 100° aniversario de La tierra baldía, traducida y presentada por Pablo Ingberg, responsable de verter a nuestro idioma obras de autores como Safo, Sófocles, Aristófanes, William Shakespeare y Joseph Conrad, entre otros. Ingberg, tal como cuenta en el texto “Recuento agradecido”, que oficia como una suerte de epílogo de esta edición, dedicó varias décadas de su vida no sólo a estudiar el poema de Eliot –sus circunstancias de escritura, sus múltiples referencias, su acogida crítica, etcétera–, sino a repertoriar las distintas traducciones que con el paso del tiempo se han realizado en español (según sus cuentas, la suya sería la número 26), en las que The Waste Land ha aparecido como La tierra estéril, El páramo, La tierra yerma, La tierra agostada, entre otras.
Se ha escrito tanto acerca de La tierra baldía –sobre sus célebres palabras iniciales (“April is the cruellest month”), el aparato de notas finales que le agregó Eliot, su condición de palimpsesto, las múltiples conexiones internas, los personajes que lo atraviesan, la relectura de la leyenda del Santo Grial, la desconcertante figura del adivino ciego Tiresias, etcétera– que borronear esta página con consideraciones sobre el poema en sí suena a despropósito o a garuar sobre lo ya garuado. Se me ocurre, en cambio, que puede resultar interesante, a modo de alentar al descubrimiento del poema por parte de lectores neófitos, o a su relectura por lectores más versados, señalar algunos aspectos que vuelven especialmente atendible esta edición anotada de la obra.
Más allá de sus decisiones puntuales como traductor, que muchas veces pueden resultar caprichosas, por no decir desconcertantes (en el poema “Canción de amor de J Alfred Prufrock”, incluido en el volumen como un texto precursor de “La tierra baldía”, Ingberg traduce, por ejemplo, los versos “In the room the women come and go / Talking of Michelangelo” como “Las damas en la sala andan en ronda / hablando de Leonardo y la Gioconda”), el responsable de esta edición homenaje estructura el libro como un dispositivo para ser leído en diversos niveles. En el nivel primario se encuentra, desde luego, el poema en sí, presentado en edición bilingüe a páginas enfrentadas, despojado de cualquier tipo de notación o de otro elemento que distraiga del contacto directo con el genio de Eliot. El poema no se cierra en el también famoso último verso (“Shanti shanti shanti”), sino en las seis páginas de notas escritas por el propio Eliot, que aparecieron en la primera publicación en formato libro de la obra, en diciembre de 1922, a cargo de la editorial neoyorquina Boni and Liveright.
Entre otros datos claves para la comprensión del poema, en las mencionadas notas Eliot afirma que “no sólo el título, sino el plan y buena parte del simbolismo incidental del poema fueron sugeridos por el libro de la señorita Jessie L Weston sobre la leyenda del Grial: From Ritual to Romance”. Como complemento de ese nivel inicial de lectura del volumen, Ingberg incluye el apartado “Poemas precursores”, con tres obras que prepararon el terreno para que surgiera “La tierra baldía”, a saber, el poema “Otra endecha de Lord Pierrot”, de Jules Laforgue, el gran poeta simbolista del que, junto a Baudelaire, Eliot aprendió que “el tipo de materiales que yo tenía, el tipo de experiencia que había tenido un adolescente, en una ciudad industrial de Estados Unidos, podía ser materia de poesía; y que la fuente de poesía nueva podía encontrarse en lo que se había considerado hasta entonces como lo imposible, lo estéril, lo insolublemente antipoético”. Junto al poema de Laforgue aparecen como precursores de “La tierra baldía” dos poemas del propio Eliot: “Conversación galante” y el ya mencionado “Canción de amor de J Alfred Prufrock”.
El nivel secundario de lectura que propone esta edición de La tierra baldía lo integra el profuso apartado de notas del propio Ingberg, que ocupan casi la mitad del libro: 100 páginas en las que el editor rastrea, verso tras verso, palabra tras palabra, cada referencia oculta, implícita o evidenciada en el texto, desde los desplazamientos geográficos de Eliot en los meses de redacción del poema a su vinculación con el escritor alemán Hermann Hesse, desde la condición de exigente primer lector de Ezra Pound (fue el responsable, por ejemplo, de hacerle talar a Eliot varias decenas de versos originales del Canto IV, dejándolo en apenas diez líneas) hasta la significación de las figuras del Tarot que aparecen desperdigadas en el Canto I, desde las abundantes referencias a la obra de Shakespeare a la revalorización de la figura de la mecanógrafa, que hasta aquel momento sólo había aparecido en poemas satíricos o humorísticos, asociada al sexo extramarital.
Apabullante en su erudición y en la pertinencia de cada dato, que suma no sólo a la comprensión del poema (en caso de que eso sea posible alguna vez) sino también de la propia existencia de TS Eliot, lo anotado por Ingberg se termina acomodando en el nivel primario de lectura, de modo tal que convierte a esta edición de La tierra baldía en un volumen de referencia obligatoria en la materia.
La tierra baldía. De TS Eliot. Buenos Aires, El Cuenco de Plata, 2022, 224 páginas. Edición y traducción de Pablo Ingberg.