De manera gradual, casi imperceptible, ensamblándose en el propio devenir de la humanidad a través del tiempo, el fenómeno de la convivencia entre humanos y máquinas se convirtió en una palpable realidad: una máquina nos calienta el desayuno, otra nos proporciona la hora, otra nos abre la puerta del edificio, otra nos guía a través del tránsito, otra se empeña en mantenernos vivos mientras agonizamos y otra nos ultima sin más. Los avances tecnológicos concretaron en los hechos algo sobre lo que muchos filósofos venían cavilando desde la antigüedad, pues el propio Aristóteles imaginaba que si una máquina pudiera obedecer, ya no serían necesarios los esclavos. Hay un largo camino desde los autómatas primigenios sobre los que cavilara Aristóteles (en uno de sus tratados de zoología, compilado en Obra biológica, compara los huesos de los animales con las piezas de madera y hierro de las máquinas, mientras que los tendones son como cuerdas que se distienden e impulsan desde el interior del propio ser vivo) a la labor de Cambridge Analytica, cuyos algoritmos pueden, con sólo diez likes de una persona, conocerla mejor que sus compañeros de trabajo, con 100 likes pueden conocerla mejor que su familia y con 230 likes pueden conocerla mejor que su propio cónyuge.

En el libro Máquinas filosóficas. Problemas de cibernética y desempleo, el filósofo argentino Dardo Scavino (1964) emprende un largo viaje por la convivencia entre los seres humanos y las máquinas, advirtiendo desde el arranque que no se propone resucitar ninguna espiritualidad agonizante ni decirle adiós al humanismo, sino inquirir sobre “desde cuándo y por qué pensamos lo que pensamos acerca de las máquinas y su relación con los humanos”, teniendo presente que, “a diferencia de la ciencia, la filosofía no trata de explicar por qué suceden ciertas cosas, sino más bien por qué pensamos que suceden de ese modo”.

Dividido en cuatro grandes secciones –“Fin del empleo: ¿promesa o amenaza?”, “Servidumbre de las máquinas”, “Máquinas como nosotros” y “Señorío de las máquinas”, compuestas a su vez por capítulos con títulos como “Los robots de Aristóteles”, “Los artificios de Descartes”, “‘Los sóviets más la electricidad”, “Taylorismos rojos”, “Las herramientas mecánicas de Kant” y “Los ciborgs de Martin Heidegger”, entre otros–, Máquinas filosóficas no se limita a repertoriar el pensamiento sobre la relación entre los hombres y las máquinas en diversos filósofos, sino que permanentemente establece vínculos con el presente y el futuro inmediato, tales como la supresión de millones de puestos de trabajo en áreas clave de la economía como la producción y los servicios, o el continuo despliegue de datos personales que les proporcionamos a los artilugios tecnológicos cada vez que navegamos en internet.

En cuanto a las reflexiones de los filósofos en sí, el procedimiento de Scavino es límpido y contundente: describe las ideas sobre el tema de un determinado autor, desmonta los conceptos y los interrelaciona con pensamientos precedentes, al tiempo que los enfrenta a situaciones concretas, sin perder nunca de vista la progresión histórica que implica, entre otras cosas, cómo determinadas representaciones cayeron por su propio peso al pasar del plano ideal al material. A modo de ejemplo, podemos detenernos acá en el capítulo “Los ambivalentes autómatas de Marx”, en el que el autor aborda la noción de “mecanización” desarrollada por Karl Marx en El capital, partiendo a su vez de la diferenciación entre las figuras del artesano y el obrero industrial. Para abordar el núcleo de este capítulo, Scavino repasa, entre otros puntos, el origen del concepto de plusvalía, y describe la desilusión del economista liberal David Ricardo (“un propagandista del progreso tecnológico”) cuando, poco antes de morir, constató que el perfeccionamiento de las máquinas en la industria inglesa había significado la ruina de los artesanos expertos del siglo XVIII, al tiempo que retrocede en el tiempo hacia el siglo I antes de Cristo, cuando el poeta Antípatro de Tesalónica celebró la invención de los molinos hidráulicos que sustituían a los morteros, permitiendo a las molineras disfrutar a la vez del pan y el ocio. La variedad de citas y momentos históricos es hilvanada por Scavino con envidiable precisión argumentativa para concluir que “aunque Marx se burlara de la utopía tecnológica de Aristóteles y Antípatro, sus profecías tenían un mismo aire de familia”.

Para deslizar el estilete del análisis por las ideas de diversos filósofos, Dardo Scavino se vale, entre otros procedimientos, del abordaje a algunas obras de ficción, siendo una de las más destacadas, al punto que de ella proviene el epígrafe que abre el volumen (“En el otoño del siglo XX, llegó por fin el primer paso hacia el cumplimiento de un viejo sueño, el comienzo de la larga lección que nos enseñaríamos a nosotros mismos: que por complicados que fuéramos, por imperfectos y difíciles de describir –aun en nuestros actos y nuestros modos de ser más sencillos–, se nos podía imitar y mejorar”), la novela Máquinas como yo (2019), del escritor británico Ian McEwan, oportunamente comentada en estas páginas. El otro autor que sobrevuela el volumen y, en especial, el capítulo final que precede al “Epílogo con el Gólem”, es Jorge Luis Borges, cuyo cuento “Funes el memorioso” le permite a Scavino reflexionar sobre la imposibilidad de las máquinas para razonar. Se trata de una imposibilidad que debe ser entrecomillada o, al menos, abordada con especial cuidado mientras nos movemos en este universo de autómatas en el que nos hemos convertido.

Máquinas filosóficas. Problemas de cibernética y desempleo. De Dardo Scavino. Barcelona, Anagrama, 2022, 366 páginas.