¿Cómo escribir el desamor y la necesidad de estar rotos en tiempos en que estamos obligados a facturar? Es decir, más allá de Shakira y de la clara referencia de género, el desamor es improductivo en términos capitalistas para todos, como también el amor, aunque toda la parafernalia (en ambos casos) esté plagada y desbordada de souvenirs y objetos de consumo. De los ositos de peluche al ansiolítico hay, en el mejor de los casos, algunos buenos años. En el peor, no, y cómo duele. Pero aunque improductivo y, aunque lejos del mandato de empoderamiento que parece reinar en las canciones de Shakira –que son la nueva versión de las princesas de Disney al gusto contemporáneo–, las mujeres lloran. Los hombres, aunque más a resguardo todavía, también. Porque en ese llanto se cuela algo real sobre el amor, ese algo inaprehensible y de difícil dominio sobre el que todos tenemos algo para colar, algún comentario, experiencia y descrédito, pero que nadie es capaz de elucidar. Por eso se hacen canciones y poemas. Y libros.

Las mujeres lloran, facturan y siguen llorando. Al menos así es Laura, la protagonista de La viuda del diablo, la primera novela de Romina Tamburello, mención especial en el concurso de novela Futürock 2021, que se presentó recientemente en Montevideo. Es una mujer de su tiempo, independiente, con pensamiento crítico y propio, con fina ironía, sentido del humor, sexualmente activa, deseante y deseada, sin conservadurismos que la aten a su marido –exmarido– ni que hayan taponado sus deseos y fantasías. Va por sus treintayalgo, es independiente, ha tenido amistades, aventuras, experiencia de vida, amoríos, ha estudiado una, dos, tres cosas, ha triunfado y fracasado en su justa medida, en la medianía de su época. Y se sigue sintiendo a resguardo en el seno familiar. Es una mujer adulta que no extraña lo que fue, o que no lo llora a cada rato. Pero el tiempo de la memoria y la memoria del cuerpo, la del olfato, la del tacto, el gusto y demás, son otra cosa. Y sin embargo el amor, dice la psicoanalista Alexandra Kohan en uno de sus libros. El amor, por más que prometa y nos falle, sigue estando siempre como esa zanahoria que corremos a comer aun cuando sepamos que está podrida.

La historia nos trae a Uruguay. Laura es rosarina, como Romina, y tiene un exmarido con el que, en otro tiempo, compraron un terreno baldío –luego hostel– en Punta del Diablo. De Rosario a Rocha, Laura viaja 900 kilómetros y seis años en el tiempo, para reencontrarse con su ex, ahora noviando con otra, dueño de un emprendimiento turístico en el terreno compartido y al que, según acordaron, irá a venderle su parte de esa tierra.

–Vas, resolvés y volvés– le dice la madre a Laura, y ella, segura de que podrá cumplir el pedido, se embarca en un ómnibus de larguísima distancia. Pero el trámite se complica porque el amor –y el desamor– lleva otros tiempos: reencontrarse con un otre es, a la vez, chocar de plano con la idealización y también la desidealización. El problema no es tanto que ese otre sea o no sea lo que creímos y afirmamos hacia adentro que era; el problema es que todo eso se desvanece ante la mezcla de pasado y presente que se anudan: no es el otre, soy yo.

Una amiga me decía hace unos días, cuando cerró el libro, que le había gustado mucho, pero que le generaba dudas la necesidad de andar contando el despecho. De regalarle al mundo la imagen del despecho y el llanto femenino. Yo callé. Un poco por hombre, sí, pero también porque no supe bien cómo rebatir eso y expresar mi más abyecta devoción por los duelos bien contados. Lo valioso del libro es que ese llanto es patrimonio de la humanidad, que hacernos los duros es sólo una versión medio inexpresiva de nosotros mismos, que corrernos de los sentimientos es un peligro y que, aunque tiene razón, una cosa es sentir y otra cosa publicar. Pero cuando uno se siente mal, un libro es un salvavidas. Y La viuda del diablo, lleno de comicidad y gags, que podrían ser, por cierto, una linda serie –Romina es guionista, directora y ha ganado algunos premios en su faceta audiovisual–, es una compañía y un manifiesto. Es un grito –empoderado también, por qué no– que dice: puedo facturar, puedo resolver las cuentas, saldar las deudas, buscar un rumbo y, a la vez, llorar porque ese proyecto azaroso y atávico que es el amor mientras dura, ese complejo encuentro de individualidades que suponen un embrollo de la química, la física y la psiquis, cuando se termina, duele. Y mucho.

La viuda del diablo. De Romina Tamburello. Argentina, Futürock Libros, 176 páginas.