A pesar de los miles –más bien millones– de libros que se editan año tras año cuyo destino no es otro que la máquina trituradora unos meses –o semanas– más tarde, a pesar de las innúmeras chacritas y prebendas del rubro, de las agachadas estratégicas y el fuego cruzado, a pesar de la catarata de exégesis inútiles que escuadrones de universitarios emborronan sobre determinados autores semestre tras semestre, a pesar de la manía del aparato comercial (redactores de contratapas, distribuidoras, librerías) para etiquetarlo todo y reducir obras enteras a una única categoría, y a pesar del sostenido atrofiamiento de la capacidad lectora (que no es otra cosa que el atrofiamiento de la capacidad de atención), la Literatura, así, con mayúsculas, también se empeña en los prodigios. Veinticinco años después de su publicación original en la extinta editorial montevideana Aymara, el libro Frontera móvil, del poeta Alfredo Fressia (1948-2022), ha regresado a las librerías de la mano del sello Yaugurú.
Poeta de múltiples exilios –el de la lengua primero, tras su temprana (y obligada) partida de Montevideo para radicarse en San Pablo, donde se ganó la vida mucho tiempo como profesor de francés– y, por ende, de múltiples desarraigos; puntilloso observador de la cotidianidad más pedestre pero, también, un finísimo lector de los clásicos; cultor de una soledad personal que por su propia deriva existencial se vuelve cósmica, Fressia escribió el libro que acá se comenta en el medio del camino de su existencia editorial, iniciada con aquel lejano Un esqueleto azul y otras agonías (Ediciones de la Banda Oriental, 1973) y cerrada, por decirlo de alguna manera, con el póstumo Última Thule (Yaugurú y Editorial Lisboa, 2022).
Si nos ceñimos estrictamente a las fechas, lo anterior es un poco engañoso, porque la edición original de Frontera móvil se encuentra en el pequeño volumen Destino: Rua Aurora, que vio la luz en una edición de autor en San Pablo, en 1986, y que luego el propio poeta tradujo al español. Tal como cuenta el mismo Fressia en la nota introductoria de esta nueva edición (que, como precisa el editor Gustavo Wojciechowski en una brevísima nota previa, iba a contar con algunos textos complementarios que la muerte del autor impidió determinar), “como traducirse a sí mismo ya es atravesar una frontera móvil, el texto uruguayo resultó diferente –por lo pronto, más extenso–, respecto a aquel primer Destino: Rua Aurora”. De esa forma, puede afirmarse que esta nueva edición de Frontera móvil recupera la edición original de 1997 al tiempo que se constituye en un libro inconcluso, al que le faltan los textos que Fressia consideraba agregarle.
Por su particular composición estilística y disposición interna, Frontera móvil es uno de esos volúmenes destinados a provocar los consabidos sismos neuronales a dependientes de librerías, que dudarán entre colocarlo en la sección poesía, ensayo, autobiografía o acomodarlo lisa y llanamente como un extrañísimo polizón en el estante de Literatura Uruguaya. En una de las primeras recensiones de Frontera móvil, allá por enero de 1998, en las páginas de la separata cultural Insomnia, René Fuentes Gómez trataba a esta obra como un libro de poemas, lo que estrictamente aplica para los dos textos finales –“Solís o la flecha” y “Tres mesas del Sorocabana”. El grueso del volumen lo ocupa otro registro escritural, en el que si bien late el poeta (en determinadas observaciones, vueltas retóricas e, incluso, en ciertos ocultamientos), es un cronista, ensayista y hasta aforista el que ocupa el panorama.
“Destino: Rua Autora”, el texto más extenso del volumen, presenta a un Fressia caminante por la paulista calle homónima, un poco al modo de un flâneur benjaminiano, que luego sube a su pequeño apartamento y, en compañía de su gato Hippolyte, escribe las impresiones recientes en progresión novelística, en la que las percepciones del observador se desplazan hacia las vidas de un puñado de personajes, tales como María, la joven cearense que todas las mañanas viaja en el ómnibus Penha-Lapa para trabajar en La Molicie Calzados, o su trashumante novio José, gordito y universitario, del que no se sabe dónde nació ni cómo llegó a la ciudad. En este posterior desmenuzamiento ficcional de las vidas ajenas, en el que siempre está presente la apelación al lector, como si quien lee acompañara al escritor durante el recorrido (“Ahora veamos”, “¿Ustedes querían más? ¿Un romance?”, “Ustedes saben de su vida”, etcétera), ya no es el paseante de Walter Benjamin el que late en la escritura de Fressia, sino que un posible modelo lo constituye otro autor alemán, el bastante olvidado novelista Alfred Döblin y, especialmente, su obra maestra Berlin Alexanderplatz (1929).
Los textos “Aeropuertos. Aviso a los pasajeros”, “Homenaje a Pitágoras” y “Montevideo La Coquette”, que anteceden a los dos poemas antes mencionados, desgranan una prosa aforística, una suma de pasajes hilvanados por un tema común, en los que también brilla la particular capacidad de observación del poeta en variantes de conjunción espaciotemporal (“Las secciones Departures de los aeropuertos son las más aeropuerto. Ya las Arrivals se aproximan a la esperanza”) y hasta sociológicas (“Todos los montevideanos sabemos lo que es caminar por General Flores de madrugada. Por eso nadie lo hace”).
Hay que celebrar la reaparición en las mesas de novedades de este viejo nuevo libro de Alfredo Fressia, rescatado por Yaugurú en una edición que reproduce las portadas de los volúmenes de 1986 y 1997 y que no está libre de algunas erratas que es de esperar que desaparezcan en una futura reimpresión.
Frontera móvil. De Alfredo Fressia. Montevideo, Yaugurú, 2023, 96 páginas.