Con una novela –formato que también eligieron Gabriel Peveroni y Carolina Bello– José Arenas se incorpora a la colección Discos de Estuario Editora, coordinada por Gustavo Verdesio, que ya se acerca a la veintena de títulos sobre icónicos discos de la música rioplatense. En este caso se trata de Pasajeros permanentes, de Laura Canoura, que se convierte así en la primera compositora mujer en entrar a la colección.

Cuatro novelas anteriores, además de sus libros de poesía y su reciente perfil del cantante de tangos Gustavo Nocetti, explican el gran dominio de la técnica narrativa que exhibe Arenas, con una prosa y estilo muy propios, sumados a valoraciones críticas y perspicaces cargadas de ironía y humor. Los capítulos, breves y contundentes, generan una potencia narrativa cargada de fuerza poética que no desestima el uso de comparaciones y metáforas.

Se señala, entre otras cosas, que el oxímoron del título del disco, editado en 1998 por el sello internacional Warner Music con sede en Chile, opera de forma simbólica, porque no sólo alberga nuevas canciones, sino que también incorpora nuevas versiones de sus ya hits “Detrás del miedo” y “Andenes”. También deparaba otras sorpresas, como la versión de “Make You Feel My Love”, de Bob Dylan, que convierte a Canoura en la primera en volcarla al español (“Para hacerte sentir mi amor”).

El protagonista de la novela es Martín Vicuña, un periodista chileno con una particular fascinación por el disco de la uruguaya, que llega a Montevideo en 2019 con el fin de elaborar un perfil de Canoura para una revista cultural. Pero nada se le presenta sencillo a Vicuña, que emprende una búsqueda detectivesca y errática. El tono humorístico le permite a Arenas reírse de sí mismo a través de un álter ego homónimo que se postula como el biógrafo absoluto de Canoura, y que tiene serios problemas vinculares (tanto así que se encuentra confinado en su casa con el síndrome de aislamiento conocido en Japón como hikikomori).

Arenas consigue convertir la historia de un disco en una novela porque todo funciona a la manera de un patchwork o collage en el que cada fragmento, entrada o capítulo, aunque tiene sentido propio y puede operar de forma aislada, significa en el conjunto. Recortes de prensa, borradores, imágenes montadas y creadas para el libro, fotografías de archivo, fotogramas de video, partituras, portadas de discos, entrevistas, intercambios epistolares, afiches: todo se presenta a un mismo nivel. Esta construcción híbrida evidencia un serio trabajo de investigación por detrás (con documentos, archivos y realización de entrevistas). El gran logro de Arenas es transformar ese conocimiento en un texto que fluye a buen ritmo, que desde su estructura y composición despierta tanto comicidad como amor por la música.

En este montaje, Arenas propone un juego tenso y permanente entre lo existente y la ficción sobre lo real. Podría entrar en la noción baudrillardiana de simulacro: la simulación que opera contra el principio de realidad, en la que la diferencia entre lo real y la invención no es clara, y pasa a ocupar un mismo plano lo que puede resultar verosímil, lo que es verdad y lo que es puramente ficción. Por ejemplo, Arenas se permite el juego con una supuesta elogiosa carta de Bob Dylan a propósito de la versión que de su canción hace Canoura, e incluye textos ficticios de Pedro Lemebel y Alberto Fuguet, escritores icónicos del Chile de fines de los 90.

A través de una polifonía de voces, surge un relato sólido que va destejiendo la historia del disco y sus canciones. Vicuña se va contagiando del clima ambivalente y triste, de esa melancolía que transmiten la ciudad y la música de Canoura. Su Montevideo se parece a la ciudad gris y lluviosa escenificada en El dirigible, la de fines de los 90, contemporánea a la salida del disco, que está presente a través de fotografías de la época y referencias a videoclips en los que se ve a Canoura junto a Jaime Roos, Fernando Cabrera y Estela Magnone, con la sudestada de la rambla Sur, con casas derruidas y grises del Prado. Es una Montevideo que agoniza, pero en la que a nivel musical pasa de todo. El libro es también, en ese sentido, un homenaje a la generación de Canoura, a sus compañeros que entre mediados de los 80 y fines de los 90 colaboran mutuamente, conforman grupos y editan discos; una generación para la que la canción “El club de los martes” podría ser himno.

"Solamente los dignos y los tristes van detrás de la historia que guarda un disco”, nos dice el narrador, y Vicuña es un melancólico que no puede ser indiferente a la música de Canoura. En las últimas páginas el protagonista cita un tango de los hermanos Expósito: “Es mejor el verso aquel que no podemos recordar”, es decir, recurre al género que representa mejor la melancolía rioplatense.

Es casi imposible que los lectores no sientan la necesidad de escuchar las canciones de Canoura y que no se contagien del entusiasmo y amor que el autor expresa por su obra. Es una invitación –o pasaje– a una nueva escucha, más atenta e informada, o a conocer por primera vez la obra de esta imprescindible.

Pasajeros permanentes, de José Arenas. Estuario, Montevideo, 2023.