Estaba vigente desde hacía tantas décadas que algunos lectores ocasionales de historietas quizás creyeran que Francisco Ibáñez ya había muerto. Pero para aquellos que crecieron leyendo sus viñetas cargadas de dinamismo y humor, él era inmortal. Así que unos y otros se vieron sacudidos por la noticia de la muerte del autor de 87 años, en su Barcelona natal.
La información fue dada por la editorial que sigue publicando su obra. “Con enorme tristeza desde Penguin Random House Grupo Editorial comunicamos que esta mañana ha fallecido en Barcelona el gran dibujante e historietista Francisco Ibáñez”, dice el comunicado emitido el sábado. “Despedimos a la figura más importante del cómic español. Nos deja el enorme legado de su lucidez, sentido del humor y más de 50.000 páginas con personajes memorables que han hecho felices a un gran número de lectores”.
De esos personajes memorables hay dos que se destacaron por encima del resto: Mortadelo y Filemón. Para llegar a ellos hay que recordar la importancia que tuvo en España la editorial Bruguera, que durante décadas (especialmente entre las décadas de 1950 y 1960) congregó a los talentos más importantes del noveno arte. En realidad, los maltrató y los explotó, mientras ellos daban al mundo obras maestras del costumbrismo y el absurdo.
Aprendiendo y compartiendo páginas con figuras como Guillermo Cifré, José Escobar y Manuel Vázquez, se encontraba Ibáñez. Perteneciente a una segunda generación, probó diferentes personajes y formatos hasta dar con una mina de oro en 1958. Mortadelo y Filemón, agencia de información era en sus comienzos una historieta de detectives que emulaban a Sherlock Holmes y Watson, pero el furor llegaría una década más tarde, cuando a lo detectivesco se le sumó el condimento de las historias de espionaje. Todo dentro de un mundo en el que los tortazos y las explosiones estaban a la orden del día.
La simpleza del concepto explica parte del éxito. Mortadelo es un maestro del disfraz, de una forma tan exagerada que hace que de una viñeta a la otra pueda transformarse en camello, cavernícola o un cohete. Filemón es tan sólo un hombre con pocas pulgas (y menos cabellos). Juntos resuelven casos, se infiltran en organizaciones secretas y constantemente reciben castigos físicos, o los infligen a otros agentes (amigos o enemigos). Los lanzallamas, las bolas de demolición y las pociones venenosas no hacen diferencia.
Durante años supieron encabezar varias revistas mensuales, con capítulos que más adelante eran recopilados, y así llegaron esas 50.000 páginas mencionadas en su despedida, aunque a la velocidad de Ibáñez hay que sumarle la presencia de varios ayudantes a quienes no reconoció de la mejor forma durante su carrera.
La imaginación de este historietista nacido en 1936, que trabajó ocho años en un banco y que dibujaba personajes calvos porque así era más productivo, no se limitó a los dos agentes de la T.I.A. (Técnicas de Investigación Aeroterráquea). Con influencias de otros autores europeos ideó 13, Rue del Percebe (1961), una serie de gags de una sola viñeta ubicados dentro de un edificio con su fachada seccionada, repitiendo siempre la misma plantilla. También fue el creador de El botones Sacarino (1963), en referencia a la ocupación con la que había comenzado en el banco, aunque la mayor influencia venía de Gaston Lagaffe, personaje lanzado por André Franquin en 1957.
En 1964 llegaría Rompetechos, el favorito del autor, que repetía el esquema de Mister Magoo de un torpe con baja visión que se metía en problemas debido a malentendidos. El formato de gags de destrucción de propiedad, que tan bien funcionaba en su obra más famosa, tendría renovados bríos en Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio, sobre dos obreros que dejaban todo mucho peor que como lo encontraban.
Ibáñez (y compañía) llegó a producir hasta cuarenta páginas semanales de historietas para una editorial que se quedaba con la propiedad intelectual de todos los personajes surgidos en sus revistas. Así que en 1985, en el ocaso de Bruguera, se marchó a crear nuevos personajes, aunque ninguno gozó de tanta popularidad como aquellos. Mientras tanto, Mortadelo y Filemón siguieron apareciendo de la mano del Bruguera Equip, que no era más que un montón de guionistas y dibujantes tratando de emular al maestro.
En 1987 una nueva ley confirmó la propiedad de sus creaciones y un año después llegó a un acuerdo con Ediciones B, herederos del fondo editorial de la extinta Bruguera. Desde entonces realizaba una media docena de álbumes por año, algunos alrededor de eventos deportivos y celebraciones especiales, y el resto a puro golpe y porrazo genérico, pero bien entendido.
Además de ser publicados a lo largo y ancho del planeta, Mortadelo y Filemón tuvieron serie animada, canciones interpretadas por Los Parchís, una andanada de merchandising y varias películas, de las que debe destacarse La gran aventura de Mortadelo y Filemón (Javier Fesser, 2003) como una de las mejores adaptaciones de una historieta a la gran pantalla. Eso sí, en lo posible véanla con subtítulos.
Referentes de la historieta española y mundial, figuras famosas y lectores anónimos de todas las edades despidieron a Francisco Ibáñez, sabiendo que fue prolífico, que disfrutó de su trabajo cuando mejoraron las condiciones y que recibió el reconocimiento en vida. Eso hace que el dolor pase rápido, como cuando Mortadelo y Filemón terminaban vendados de cabo a rabo y a la viñeta siguiente ya estaban de nuevo haciendo de las suyas.