Corresponde aplaudir la publicación de un primer libro que recoge parte de la producción escrita de Gonzalo Carámbula (1952-2015). Reconocido en nuestro país y en el exterior como uno de los referentes en cuanto a gestión cultural y políticas culturales, durante su larga y prolífica trayectoria no reunió nunca sus artículos e intervenciones en un volumen. Resulta por tanto útil y más que necesario este trabajo, que compiló Danilo Urbanavicius con el apoyo de diversas instituciones, entre ellas la Facultad de la Cultura del CLAEH, institución de la que Gonzalo fue director y docente.

Quienes conocimos a Carámbula asistimos, en estas páginas, a una breve muestra de su paisaje intelectual: sus preocupaciones de siempre abordadas desde diversos artículos y ponencias. Las responsabilidades de los estados para con las políticas culturales, los conceptos de democracia y democratización cultural, las tensiones en torno a la descentralización, las experiencias de la gestión pública, particularmente en el período de diez años –entre 1995 y 2005– en el que ocupó el cargo de director de cultura de Montevideo, son recogidos acá a partir de las reflexiones y aportes de quien ha sido la personalidad más vigorosa de la gestión cultural en Uruguay.

El libro –editado por RGC ediciones de Buenos Aires, editorial que cuenta con un valioso catálogo de gestión y políticas culturales y con distribución en nuestro país– se estructura en ejes temáticos, uno de ellos orientado a destacar el rol de militante cultural de Carámbula, y el restante centrado en sus múltiples intervenciones en política cultural. En la introducción se incluye un apartado especialmente útil para contextualizar la labor de Carámbula. Se agrega un apéndice disponible de manera virtual con acceso a valiosos materiales que quedaron por fuera de la edición papel. Allí se agrega además un listado de referencias y enlaces hacia otros documentos de Gonzalo.

Algunos de los conceptos abordados, en algún caso con título provocativo, por ejemplo “el fin de la concepción de llevar cultura a los barrios”, resulta ilustrativo, leído casi 20 años después de la experiencia de gestión que lo justificó, de lo mucho que se ha estancado la reflexión y la ejecución de las políticas culturales, teniendo en cuenta que en 2023 aún se persiste en estrategias de desembarco hacia territorios que se perciben como universos vacíos y aculturizados.

Emerge en este libro el Gonzalo convencido del papel dignificador de la política cultural en cuanto derecho humano: la cultura resulta el elemento diferenciador entre el asistencialismo y la solidaridad: “es la herramienta que permite la emancipación desde las soberanías individuales y comunitarias”. El acto de entregar y recibir alimentos o ropa “adquiere la dignificación de lo humano si no reduce a la pasividad. [...] Solamente si se puede ejercer [...] el derecho a la cultura se podrá tener expectativas de vida cuando se está en la cola de un merendero”. Resulta importante volver sobre estos conceptos en un contexto donde nuevamente afloran en el paisaje las ollas populares y emergencias de variado tipo.

La noción de ecosistema cultural, y la necesidad, en consecuencia, de pensar las políticas culturales de manera que establezcan sinergias entre los diversos actores y componentes de un sistema, es abordada por Gonzalo a través de varios artículos. A la vez, su preocupación por las asimetrías entre las importaciones y exportaciones de bienes y servicios culturales. Recuerde el lector que fue Carámbula quien desde su rol de director de cultura de Montevideo alentó la realización de dos investigaciones que abordaron el cruce entre economía, trabajo y políticas culturales, que fueron recogidas en los volúmenes La cultura da trabajo y La cultura es capital, en 1997 y 2002 respectivamente.

La necesidad de preservar el conjunto del bosque, imagen a la que recurría Gonzalo para ilustrar el concepto de ecosistema, está naturalmente lejos de políticas culturales sólo preocupadas en la sucesión de eventos exitosos, o que no hacen otra cosa que reproducir lo que hace el mercado con toda eficiencia. De hecho, para quienes estamos inmersos en el ámbito de las políticas culturales, resulta descorazonador la falta de memoria y la necesidad de iniciar siempre de cero las discusiones en torno a estos asuntos.

El Estado y la cultura

En momentos en los que comienza a rediscutirse la pertinencia –o no– de la existencia en el país de un Ministerio de Cultura, este volumen es útil al recoger lo mucho aportado por Gonzalo en materia de institucionalidad cultural. En los anexos en línea que forman parte de esta edición se recoge un artículo al respecto en el que ya en 2009 Carámbula planteaba con preocupación la dispersión institucional entre los ámbitos públicos responsables de la política cultural. En ese entonces se discutía la reformulación del actual MEC despojándolo de sus responsabilidades en el área de registros o la justicia: “Es necesario dar una discusión seria en torno a esta propuesta, dejando de lado argumentos tales como ‘el agrandamiento del Estado’. El debate debe estar centrado en contenidos, a partir de la misión del Estado, de la necesidad de una gran formación profesional, de estar a la altura con los recursos humanos y materiales, y es así que debe discutirse”, escribe.

Respecto a la intervención del Estado en la política cultural, resultan de gran vigencia sus precisiones y deslindes: “El Estado no tiene legitimidad [...] para determinar o delimitar las formas de expresión cultural y artística de las personas, ni para pretender incidir en los contenidos de sus obras. Son derechos esenciales de las personas”. En ese campo el Estado no debe intervenir, opina, pero en cambio, “sí tiene la responsabilidad de facilitar y promover la formación artística y cultural, el intercambio, la protección del patrimonio artístico y cultural”.

Particularmente ilustrativo y jugoso en cuanto a formas de narrar la trayectoria de las políticas en territorio –a la manera de un glosario de buenas prácticas– resulta la mención a las formas de comunicar la agenda del teatro Florencio Sánchez del Cerro, reabierto durante su administración. Altoparlantes por las calles del barrio y vecinos involucrados en la comunicación: “una distribuidora de libros de Lectores de Banda Oriental que coloca la programación dentro de los volúmenes que entrega a domicilio, y Manolín, un veterano jubilado de la industria de la carne, que carga en sus bolsillos la lista de espectáculos”.

El capítulo introductorio recoge intervenciones entre otros de Mariano Arana, José Rilla, Gerardo Grieco y Gemma Carbó. Desde la cercanía afectiva a la valoración intelectual, destaca el artículo de José Rilla, quien lamenta que no haya sido Gonzalo el Ministro de Cultura que los uruguayos merecíamos.

En cuanto a los adjuntos en línea, corresponde decir que fue de justicia la inclusión del artículo La saludable relatividad de las políticas culturales, de Tommy Lowy, sin duda el otro referente de las trayectorias en gestión cultural en nuestro país. Se incluye además un artículo del poeta Elder Silva, director del Florencio durante el período de Carámbula al frente del Departamento de Cultura de Montevideo y su primer director desde la reapertura. El libro agrega, a modo de coda, una selección de artículos y tapas de la revista pedrense La Plaza, de la que Gonzalo formó parte, y que fue una de las principales publicaciones del período de la resistencia.

De la vastedad de la obra de Carámbula es indicativa la numerosa bibliografía recogida, incluyendo la que no aparece en el libro ni en los adjuntos. Recogiendo la voz de nuestra poeta Idea Vilariño, “inútil decir más / nombrar alcanza”, se dice al comienzo del capítulo dedicado a reseñar la biografía de Gonzalo. Resulta una justa apropiación del poema: bienvenido entonces este trabajo, punto de partida para otros desarrollos e investigaciones, en un contexto, el actual, en el que se extrañan voces y liderazgos como la de Gonzalo.

Gonzalo Carámbula, Ecosistema cultural. Edición a cargo de Danilo Urbanavicius. 302 páginas. RGC, 2023.