Hace pocas semanas, en ocasión de comentar el más reciente libro de textos inéditos de Roberto Fontanarrosa, mencioné que para mí el rosarino será siempre un historietista (y humorista gráfico) primero, y un escritor (y humorista escrito) después. Es que al Negro lo descubrí en mi infancia gracias a los libros que recopilaban las historietas de Inodoro Pereyra, el renegáu, y en menor medida por sus chistes de una sola viñeta que también se encontraban en casa.

Todavía conservo (desvencijado, en mejor estado que Toda Mafalda pero peor que Todo Boogie) el libraco 20 años con Inodoro Pereyra que publicara Ediciones de la Flor en 1998 para celebrar un cuarto de siglo del personaje el año en que cumplía 26. No traten de entenderlo. Lo importante es que ese tomazo ocupó y ocupa un lugar destacado en mi biblioteca, y quienes se lo hayan perdido en su momento tienen una nueva forma de coleccionarlo. Pero empecemos por el principio.

Inodoro Pereyra (Pereyra por su mamá, Inodoro por su papá, que era sanitario) nació en 1972 en la mítica revista cordobesa Hortensia. “Era una gran vidriera para muchos de nosotros. Aquí fue donde ya me dejé de complejos y me lancé a la historieta, copiando sin asco a [Hugo] Pratt”, decía el mismísimo Fontanarrosa, entrevistado en el libraco que les mencionaba.

Imitar al creador de Corto Maltés fue solamente el comienzo, ya que su estilo de dibujo fue evolucionando con rapidez. El humor, que en las primeras planchas se destacaba solamente en los textos (con diálogos que flotaban en el aire sin necesidad de globitos que los contuvieran), fue colándose también en la línea. Los cabellos del gaucho comenzaron a crecer y descontrolarse, su nariz le ganó al resto de la cara y tuito su universo se tomó aún menos en serio. Incluyendo aquella china que lo esperaba en el rancho y el perro parlanchín más famoso de Argentina.

Fontanarrosa falleció en 2007, con apenas 67 años, y dejó atrás 32 volúmenes compilatorios de Inodoro. Los primeros 16 son los que componen el flamante Inodoro Pereyra de Oro, Tomo 1, que llegó a las librerías con un prólogo del también humorista gráfico Tute. “Siempre es un acto de justicia que se vuelva a editar Inodoro Pereyra”, afirma. “Porque cuando uno lo lee siente eso, que los personajes están vivos, que uno los conoce, los quiere. Que hablan por nosotros, que nos representan. Que reímos juntos, como en la amistad. Los leemos para juntarnos con ellos y reírnos”. Uno no puede estar más de acuerdo.

Esta primera mitad del corpus gauchesco del Negro es donde, como decía, se nota más la metamorfosis de Inodoro. Arrancó con páginas de muchos cuadritos (luego tijereteadas con sadismo para esos libros cuadrados que todavía se consiguen), un protagonista con cara de malo y las primeras visitas de forasteros a aquel rincón del mundo que podía ser resumido con una línea del horizonte y el ocasional rancho. No era ningún gil para la economía de recursos, don Roberto.

Lo que ya caracterizaba a estas historietas era la densidad de los chistes. Mientras que la escuela de Bruguera (por nombrar un ejemplo que conozco) usaba una página entera para colocar un par de gags y hacer un remate tonto, en Inodoro Pereyra el humor, principalmente verbal, viaja a la velocidad del Pampero. Aunque con el tiempo la densidad aumentaría sensiblemente.

El primer volumen incluye el origen secreto de Mendieta y las hermosas “Coplas del Inodoro”. Luego llegarían algunas aventuras de dos páginas que terminaban con un “Continuará”, como aquella del ángel que era alcanzado por una descarga de perdigones y terminaba justo frente al renegáu. Fontanarrosa era capaz de dibujar a su personaje peleando contra decenas de soldados, pero al rato volvía la dupla protagónica a filosofar delante de un fondo blanco (no solamente en la pulpería).

En la saga del Escorpión Resolana ya teníamos la proporción nariz/rostro que siempre fue mi favorita (y esos ojazos), que mantendría en otras mini novelas gráficas como El reclamo de Mandinga. Y para el volumen 7 la historia de una sola página llegaría para quedarse, con el autor intercalando historias del rancho con otras de visitantes, como si se tratara de las aventuras de Asterix.

Don Quijote y Sancho Panza, King Kong, Superman (“Kriptón: tu nombre me sabe a yerba”) y hasta Papá Noel fueron algunos de los famosos que se cruzaron con Inodoro, pero tanto o más disfrutables eran sus encuentros con expertos en disciplinas varias, cuando no regresaban los indios o sus archienemigos los loros.

Un libro necesario para entender a ese genio del humor que fue el Negro, manejando el timing y los remates con la puntería y la velocidad de un francotirador ninja. La única crítica que se le puede hacer a este tomo es la falta de extras. Así como la nueva edición de El Eternauta llegó impecable pero despojada, aquí se extraña algún textito sobre el autor o su creación, más allá de que sabemos que la información está a un clic de distancia. Y que las planchas se defienden.

Inodoro Pereyra de Oro, Tomo 1, de Roberto Fontanarrosa. 2023, 552 páginas. Planeta.