A pesar de las rencillas y veleidades propias del rubro, de la banalidad y la pose de algunos de sus ejecutantes, de la miopía, la estulticia y la sostenida ignorancia de muchos de los actores que se mueven en el ámbito editorial, la literatura se empeña en los prodigios y las iluminaciones. En 2021, seis décadas después de la muerte de Louis-Ferdinand Céline, uno de los escritores más importantes (y también más apedreados) del siglo XX, alguien abrió un baúl y encontró unos manuscritos que en su momento le habían sido robados al autor. Entre otros papeles, en el baúl fueron hallados los borradores de la novela Guerra y de su continuación, Londres. Lanzada con bombos y platillos por su particularísima condición de rescate, más allá de las peripecias editoriales y la lectura genética, el contraste de manuscritos y el establecimiento final del texto que fue dado a la imprenta, Guerra, que acaba de aparecer en español de la mano de la editorial Anagrama, en traducción de Emilio Manzano, permite un acercamiento de primera mano a un episodio clave en la biografía de Céline: las heridas que recibió en la cabeza y en el brazo derecho en una batalla en Poelkapelle (Bélgica), el 27 de octubre de 1914, durante los albores de la Primera Guerra Mundial.

Toda la obra de Céline, desde las magistrales (y en muchas ocasiones más mencionadas que leídas) novelas Viaje al fin de la noche (1932) y Muerte a crédito (1936) hasta la póstuma Rigodón (1969), se sustenta en su propia peripecia vital: desde su época de estudiante en Inglaterra y Alemania a los tiempos como médico en los bajos fondos parisinos, desde su viaje como encargado de una explotación forestal a África (donde contrajo malaria) a la huida (junto a su esposa y su gato) de Francia hacia Dinamarca luego de la invasión de Normandía, a raíz de su colaboracionismo con el régimen nazi. El entramado biográfico-ficcional está presente desde el propio seudónimo del autor (nacido como Louis Ferdinand Auguste Destouches) hasta los distintos álter egos que adoptó en cada libro. En ese sentido, el Ferdinand Bardamu de Viaje... y Muerte... es y al mismo tiempo no es el brigadier Ferdinand que protagoniza Guerra, muchas de cuyas peripecias y lazos de pertenencia (con sus padres, amigos y hasta con su casera) son y al mismo tiempo no son los del verdadero Céline. Todo ese ensamblaje biográfico es analizado con minucia por François Gibault en el prólogo de Guerra y, especialmente, en los apéndices ‘Guerra en la vida y la obra de Louis-Ferdinand Céline’ y ‘Repertorio de personajes recurrentes’, de Pascal Fouché, editor del volumen.

Leída con los hipersensibles (y proclives a despertar todo tipo de cancelaciones) ojos del presente, y escindida del conjunto de la obra total de Céline, Guerra exuda crudeza desde la primera página, en la que el brigadier Ferdinand, único sobreviviente de su batallón, se arrastra entre el barro, el estiércol y las vísceras de sus compañeros hacia la salvación que puede significar (o no) la cercana ciudad de Ypres: “En un momento habían caído al menos doscientos obuses. Muertos por todas partes. El tipo de los morrales había reventado como una granada, nunca mejor dicho, desde el cuello hasta la mitad del pantalón. En la panza ya tenía dos ratas bien gordas que se zampaban su morral de tronchos resecos. El cercado olía a carne podrida y a quemado, sobre todo el montón de en medio, donde había unos diez caballos despanzurrados los unos dentro de los otros”.

En el inicio de la novela, que significa al mismo tiempo el final de la guerra para su protagonista, el brigadier Ferdinand ha recibido la misma herida que sufrió Céline a los 20 años, cuando se alistó voluntariamente en una unidad de caballería, acción por la que posteriormente recibiría, como el personaje también, la Medalla Militar, una condecoración creada por el emperador Napoleón III. La herida de guerra del joven Céline se convirtió en una marca que lo acompañaría por el resto de su existencia, evidenciada en un brazo tullido, permanentes zumbidos en los oídos y fortísimos dolores de cabeza (“Atrapé a la guerra en la cabeza. La tengo encerrada en la cabeza”, manifiesta el brigadier Ferdinand).

Construida como una serie de episodios alrededor del proceso de recuperación del brigadier Ferdinand –su estadía en un hospital de campaña primero y la operación e inmediata convalecencia en un hospital militar en Peurdu-sur-la-Lys después–, Guerra se constituye, en verdad, en el estudio de un puñado de caracteres derrotados por las circunstancias que les toca vivir, bajo el peligro de los bombardeos y del fuego cruzado entre los dos bandos: la enfermera L’Espinasse, que por las noches recorre las habitaciones de los heridos aliviándoles las penas a pura práctica masturbatoria; el soldado Bébert (que cambia de nombre varias veces a lo largo de la historia), un proxeneta que aguarda la llegada de su bella esposa al sitio donde se encuentra postrado; la prostituta Angèle, que establece un sistema de meretricio en la ciudad sitiada y que antecede al personaje del mismo nombre de la novela Guignol´s Band (1943), y el jinete Kersuzon, que también aparece en Viaje al fin de la noche y que acá se entromete en uno de los pasajes más oníricos (e inquietantes) de la novela.

Redactado el manuscrito en 1934, robado de una valija unos años más tarde, recuperado varias décadas después y, finalmente, editado el año pasado en Francia y recientemente en nuestro idioma, la aparición de Guerra en las librerías debería constituirse en una de las noticias editoriales del año si, desde luego, el mundillo literario no estuviera tan atento a las efímeras novedades de la temporada.

Guerra, de Louis-Ferdinand Céline. Traducción de Emilio Manzano. 160 páginas. Editorial Anagrama, 2023.