Se conocen diversos abordajes sobre la obra y vida del gran escritor ruso Fiódor Mijáilovich Dostoievski (1821-1881). Exégesis, biografías, testimonios, papers y crónicas conviven con innúmeros documentos de archivo en procura de aprehender a un autor que buceó en los tembladerales del alma humana. Acaba de aparecer en español el testimonio de primerísima mano de la persona que siguió a Dostoievski a sol y sombra durante sus últimos 14 años sobre la tierra, y también después de muerto.

Bajo la denominación “esposas de escritores”, la historia de la literatura reserva un sitial destacado a aquellas mujeres que acompañaron de diversa forma, en ocasiones con fe ciega y en otras porque no tenían alternativa, a grandes autores. Allí está la abnegada Sofía Andréyevna Tolstáya, nacida como Sofía Behrs, que copió siete veces el manuscrito de Guerra y paz, además de cuidar con pericia las finanzas de su amado marido León Tolstói. También está el caso de Nora Barnacle, que muchos años antes de casarse con James Joyce se enamoró de un tal Michael Feeney, muerto joven por la fiebre tifoidea, propiciando así que el autor irlandés escribiera luego el relato “Los muertos”. Se trata de la misma Nora, si se me permite la infidencia, que cierta vez, mientras su marido redactaba el Finnegans Wake, respondió a una conocida que le preguntó por Joyce: “Está escribiendo otro librito”. Y además tenemos, desde luego, a Vera Nabókova, nacida como Vera Slónim, que en 1950 detuvo a su esposo en el preciso momento en que se disponía a quemar en el incinerador del patio el manuscrito de Lolita, gesto que Vladimir Nabokov le agradecería por siempre, ya que, de lo contrario, “el fantasma del libro destruido rondaría por mis archivos el resto de mi vida”.

A ese grupo de destacadas mujeres que pasaron a la historia literaria junto a sus maridos publicados hay que sumar el nombre de Anna Grigórievna Dostoiévskaia (1846-1918), nacida como Anna Snítkina, quien en los papeles fue la segunda esposa de Fiódor Mijáilovich Dostoievski, pero que, en los hechos, fue mucho más que eso: además de comenzar desempeñándose como su estenógrafa personal, se encargó de editar varios libros del autor moscovita, organizó concienzudamente todos sus papeles en vida (y fue una celosa guardiana de su legado tras la muerte del escritor), mantuvo a raya a todos los arribistas que rodeaban al novelista y cotejó cada dato que los biógrafos acumularon antes de volverlos letra de molde, además de atender las graves dolencias físicas del creador de Los hermanos Karamázov, ayudarlo a combatir su adicción al juego (que lo llevó a dilapidar fortunas enteras por varios casinos europeos) y ser la madre de cuatro hijos.

Amor, etcétera

Cuando Fiódor Mijáilovich Dostoievski y Anna Snítkina se conocieron, el 4 de octubre de 1866 en San Petersburgo, el primero era un reconocido escritor que ya había publicado libros como Pobres gentes (1846), El doble (1846), Humillados y ofendidos (1861), Recuerdos de la casa de los muertos (1862) y Memorias del subsuelo (1864), entre otros, además de encontrarse editando por entregas en la revista El Mensajero Ruso la novela Crimen y castigo. Destacada figura pública, de renombre en el ambiente literario (sus libros eran leídos por miles y miles de lectores), Dostoievski había estudiado ingeniería, había traducido a Honoré de Balzac, se había incorporado como subteniente del ejército a la Dirección General de Ingenieros en San Petersburgo y había pasado cuatro años encarcelado en Siberia por integrar el grupo intelectual liberal Círculo Petrashevski, acusado de conspirar contra el zar Nicolás I.

Hombre de carácter afable y constitución enfermiza, con el rostro atravesado por la dolorosa marca indeleble de la viudez reciente, aparentaba en aquellos primeros días de octubre de 1866 muchos más años de los que en verdad tenía. Anna Snítkina, con apenas 20 años, hija de un descendiente de ucranianos y una madre escandinava, era una estudiante avanzada de estenografía, a la que su profesor envió a la residencia de Dostoievski ante el llamado del escritor.

En lo que fuera una suerte de constante durante gran parte de su carrera literaria, Dostoievski había caído en 1866 en la trampa de un editor, el mercader y especulador FT Stellovski, quien por una suma de dinero entregada con anterioridad al autor había obtenido el derecho a publicar sus obras completas. El acuerdo establecía, además, que para el 1° de noviembre de 1866 Dostoievski debía entregarle a Stellovski una nueva novela inédita. Fue en esas circunstancias en que Dostoievski recurrió al auxilio de la estenografía (ese sistema de transcripción rápida a través de signos y abreviaturas, que tiene mucho que ver con la criptografía) para avanzar a contrarreloj en la redacción de su novela El jugador.

Durante 26 intensos días, en largas sesiones vespertinas, el autor le fue dictando a la joven estenógrafa cada capítulo de la novela. A la noche, Anna Snítkina transcribía el registro en prosa y al día siguiente, antes de iniciar la nueva sesión de dictado, repasaba el texto con Dostoievski limando ripios y asperezas, cincelando aquellos pasajes que habían quedado demasiado en bruto y, en ocasiones, señalando alguna disonancia argumental. Todo esto mientras bebían té e interrumpían el trabajo para conversar de asuntos mundanos, aunque solía ser Dostoievski el que llevaba la voz cantante al responder a las preguntas de Anna Snítkina sobre alguna particularidad de su biografía.

El vínculo entre el escritor de 46 años y la estenógrafa de 20 se fue estrechando de tal forma en aquellas semanas que, inevitablemente, surgió el amor. Luego de concluida la redacción de El jugador, comenzó un breve período de cortejo y un no menos acotado noviazgo que concluyó en casamiento, el 15 de febrero de 1867.

Se iniciaron así 14 años de estrecha vida conyugal, interrumpida por el temprano fallecimiento de Dostoievski el 9 de febrero de 1881, a los 59 años. Durante su existencia en común, el matrimonio atravesó las más variadas circunstancias: el nacimiento de cuatro hijos y el fallecimiento de dos de ellos, los permanentes cambios de residencia, períodos de estrechez económica y otros de bonanza tras la firma de algún contrato editorial, los vaivenes políticos de una época más que convulsionada y la endeble salud del escritor, minada por su omnipresente epilepsia y por los estragos que le provocaron las precarias situaciones de sobrevivencia durante los años en que permaneció encarcelado en Siberia, que incluyeron, como se sabe, entre otras cosas, un simulacro de fusilamiento.

Muchos años después de la muerte de Dostoievski, su viuda emprendió la tarea de redactar sus memorias, valiéndose no sólo de los innumerables recuerdos compartidos y de la particularidad de una memoria puntillosa, sino también de los miles de documentos reunidos en vida de su esposo y durante los largos años en que ella lo sobrevivió. Cuando Anna Snítkina, que al casarse con Dostoievski se convirtió en Anna Grigórievna Dostoiévskaia, falleció en Yalta, el 9 de junio de 1918, a los 72 años, aún no había terminado de redactar el manuscrito, pero había avanzado lo suficiente como para llegar a su propio presente, manteniendo encendida no sólo la llama del recuerdo de su marido sino la infatigable edición de sus Obras completas. Poco más de una centuria después del insoslayable punto final que impuso la muerte, las Memorias de Anna Grigórievna Dostoiévskaia acaban de publicarse de forma íntegra por primera vez en español.

Foto del artículo 'Un retrato íntimo de Fiódor Dostoievski'

El registro

El lector avezado, que suele ser uno desconfiado, contempla de soslayo todo volumen de memorias, pues siempre hay algo engañoso en la pretensión de narrar los recuerdos de una vida, generalmente cuando esta se encuentra próxima a extinguirse. El propio esfuerzo de recordar episodios, nombres, situaciones, alegrías y desgracias está inevitablemente atravesado por el recorte personal: con el paso de los años ciertas anécdotas se expansionan o se afantasman, al tiempo que determinados actores pueden aparecer bajo una luz más diáfana o más oscura. En el caso de las Memorias de Anna Grigórievna Dostoiévskaia, un volumen de casi 900 páginas, traducido por Alejandro Ariel González para el sello Hermida, si bien la autora guía el relato a través de una segura, omnipresente y nada condescendiente primera persona, el protagonista del libro es el mismísimo Fiódor Mijáilovich Dostoievski.

Exceptuando las 40 páginas que ocupan la primera parte, “Infancia y juventud”, en las que la autora repasa el origen de sus padres, la composición de su familia, los primeros estudios, un fallido intento de sus progenitores por casarla con un candidato y su posterior intención de meterse en un convento, la figura central no es otra que el hombre con el que convivió como esposa durante 14 años y que siguió rigiendo su destino durante las casi cuatro décadas que lo sobrevivió.

El retrato de Dostoievski que Anna Grigórievna Dostoiévskaia compone a lo largo del libro ofrece tantas aristas del escritor, lo presenta bajo luces tan diversas, evidencia de tal grado la complejidad de su personalidad, la forma de relacionarse con sus pares, la profundidad de sus creencias religiosas (pautadas, entre otras cosas, por una lectura atenta de los evangelios), el sistema de escritura de sus libros y hasta las negociaciones monetarias para convertirlos en volúmenes impresos, que, a su lado, tiemblan las biografías y los abordajes más sesudos que han aparecido a lo largo y ancho del mundo en los últimos 150 años.

Enamorada de Dostoievski hasta el último instante de su vida, Anna Grigórievna Dostoiévskaia nunca cae en la mera idealización ni en el relato del encantamiento per se; su retrato de Fiódor Mijáilovich incorpora todas las facetas de la cotidianidad, a saber, su dependencia de la bebida y su adicción al juego de ruleta, sus períodos de ostracismo y apatía, los raptos de furia ante muchas agachadas políticas que leía en los diarios, sus bloqueos ante la hoja en blanco y cierta ingenuidad natural que lo hacía confiar en demasía en editores y empresarios, además de un carácter manirroto que lo llevó a mantener durante décadas a un montón de parientes aprovechadores, empezando por su propio hijastro, Pável Aleksándrovich, hijo de su primera esposa, María Dmítrievna Isáieva (1824-1864), un auténtico parásito que se dedicó a sangrar las cuentas del marido de su madre y que, durante gran parte de estas Memorias, se convierte en el antagonista de Anna Grigórievna Dostoiévskaia, a la que siempre vio como una arribista y una aprovechadora.

En el plano de la composición literaria, las Memorias siguen el proceso de escritura y publicación de las tres grandes obras finales de Dostoievski, a saber, El jugador (1866), Los demonios (1871-1872) y Los hermanos Karamázov (1879-1880). El registro de Anna Grigórievna Dostoiévskaia se presenta también como un quién es quién de las sociedades moscovita y petersburguesa de la época, con especial atención a escritores, periodistas, críticos literarios, editores e impresores, presentados siempre en su propia inmediatez, generalmente a partir de algún vínculo con el autor de Crimen y castigo.

En la mayoría de los casos está presente el factor monetario, ya que si bien Dostoievski supo ganar muy buen dinero por la publicación seriada de sus obras en diarios y revistas y por las permanentes reimpresiones de sus libros, gastaba más de lo que entraba, debiendo solicitarle permanentemente préstamos a otros colegas. Uno de los episodios que narra Anna Grigórievna Dostoiévskaia, por ejemplo, deja bastante mal parado al novelista Iván Turguénev (1818-1883), de igual fama y renombre que su marido (aunque siempre le pagaban sus colaboraciones en los diarios cuatro o cinco veces más), que cierta vez le prestó una importante suma de dinero a Dostoievski y que, a pesar de haberle sido devuelta en tiempo y forma, se valió de un tercero para pretender cobrar de nuevo la deuda. En un momento, ante las zozobras económicas de la familia y con varios hijos pequeños para mantener, Anna Grigórievna Dostoiévskaia decidió convertirse en la propia editora de las obras de Dostoievski, desembarazándose así de todos los intermediarios y encargándose ella misma de la negociación con las imprentas y el sistema de venta de los libros por toda Rusia.

Uno de los aspectos más sobrecogedores del volumen, que reafirma tal condición por la rudeza con la que son presentados los hechos, tiene que ver con la frágil salud de Dostoievski y, especialmente, con sus ataques de epilepsia. La enfermedad del escritor es una referencia obligada en cualquier semblanza biográfica, pero nunca había sido referida con tanta crudeza y tanto realismo como se presenta en estas Memorias. El brutal alarido que precedía la irrupción del ataque fue un sonido con el que Anna Grigórievna Dostoiévskaia se acostumbró a convivir, a sabiendas de que cada uno de aquellos ataques minaba el organismo de su marido, acercándolo cada vez más a la muerte.

La descripción de uno de los primeros ataques que le tocó presenciar, en medio de una reunión familiar, sobresalta por su carácter detallista: “Aparté una silla sobre la que había una lámpara encendida y le di la posibilidad de echarse al suelo; yo también me tumbé y durante el tiempo que duraron las convulsiones le sostuve la cabeza con las rodillas. No había quien me ayudara: mi hermana sufría un ataque de nervios, y mi cuñado y la criada trajinaban alrededor de ella. Poco a poco, las convulsiones fueron cesando y Fiódor Mijáilovich empezó a volver en sí; primero no se dio cuenta de dónde estaba, y hasta perdió el uso del habla: quería decir algo pero confundía las palabras y era imposible entenderlo. Sólo al cabo de una media hora acaso, logramos levantarlo y acostarlo en el sofá”.

La agonía, la muerte y los funerales de Dostoievski ocupan un largo pasaje del volumen, pero no representan ni por lejos el final, pues, como fuera apuntado antes, en las casi cuatro décadas siguientes Anna Grigórievna Dostoiévskaia se convirtió en la principal guardiana de su obra, supervisando reediciones, administrando la innumerable cantidad de documentos que el escritor dejó tras de sí, encabezando diversos homenajes y celebraciones del autor por toda Rusia, inaugurando escuelas y museos con su nombre y manteniendo encendida la llama de aquel hombre que había sabido cautivarla cuando, con apenas 20 años y sin haberse recibido aún de estenógrafa, concurrió a su casa para trabajar sobre un manuscrito en marcha. La vida de aquella joven cambió para siempre, pero, también, con el encuentro se modificó la propia existencia del escritor en un giro que, a la luz de los hechos y por lo que registran estas memorias, le cabe a pleno el mote de dostoievskiano.

Memorias, de Anna Grigórievna Dostoiévskaia. Traducción de Alejandro Ariel González. 896 páginas. Hermida Editores, 2023.