La música de nuestro país se puede dividir fácilmente entre la uruguaya y la uruguaya. No, no es un error: la itálica es clave. La uruguaya sin itálica es la que se hace acá, pero no tiene ni medio centímetro de raíz en lo vernáculo, es uruguaya porque las cédulas de los que la tocan revelan que nacieron acá, y además la grabaron en un estudio dentro de los límites territoriales nacionales, etcétera. La uruguaya con itálica es la que tiene conexión con el vasto terreno de estilos musicales que se cultivaron en el país. Esa música, realmente nuestra, que es parte del acervo cultural uruguayo, debe ser escuchada y también merece ser estudiada para pasarles la receta a los demás y tratar de comprender cómo se llega a sonar cómo se es.
El Taller Uruguayo de Música Popular (TUMP) desde hace bastante tiempo realiza la loable tarea de publicar cancioneros para guitarra dedicados a artistas fundamentales de la música uruguaya y también a géneros particulares (como el candombe y la murga). Estos sirven como una guía ideal para que los guitarristas −ya sean profesionales o de dormitorio− tengan un panorama amplio y a la vez detallado de la obra de equis artista local.
El TUMP editó cancioneros de Eduardo Mateo, Jaime Roos, Los Olimareños, Alfredo Zitarrosa −por nombrar algunos−, y hace un año también el de Eduardo Darnauchans −otro fundamental−. De todos modos, tenía una deuda: el de Fernando Cabrera, que fue publicado originalmente en 1997, pero hacía añares que estaba descatalogado y por eso era inconseguible −quizás se podía encontrar, con suerte, alguno “usado” escondido en una librería de Tristán Narvaja−.
Sólo por eso merecía una reedición, pero había una excusa más, que no es inherente a la fría oferta y demanda, sino al cálido arte: desde aquel 1997 hasta este instante, Cabrera siguió lanzando discos de estudio, por lo que su cancionero merecía una actualización con obras del último tiempo −y no tan último−.
Por ejemplo, uno de los discos que publicó desde entonces fue nada menos que Viveza (2002), uno de sus mejores trabajos. Allí está incluida “Te abracé en la noche”, canción que enseguida se erigió como un himno del Cabrera “tardío”, dueña de características musicales únicas, que la hacen fundamental para incluir en el cancionero, con el objetivo de saber lo que hay que tocar, pero sobre todo lo que no.
Esa canción, además de por su oscura letra y su melodía memorable y ancestral, se destaca por su minimalismo instrumental y la economía de recursos guitarreros llevada al paroxismo; por eso, si la escuchamos de refilón, casi que parece a capela, sólo con la voz de Cabrera y Daniel Magnone. En la partitura y la tablatura de la canción queda plasmado cómo Cabrera apenas toca notas sueltas, esbozando la progresión armónica, como para que el acorde se complete en nuestra cabeza.
Como siempre, este cancionero fue realizado −con roles diversos− por Guillermo Lamolle, Ney Peraza y Guilherme de Alencar Pinto. Además, está comentado y revisado por el mismísimo Cabrera. Algunos de los comentarios del cantautor son amplios y anecdóticos, como que “Te abracé en la noche” fue una de las canciones inspiradas por “el invierno y la soledad de un balneario rochense”, y otros son bien sucintos, pero dicen mucho, como el de “Desbordando barrios”, canción de Baldío, su segundo grupo: “Bossa nova y dictadura” (en itálicas en el original).
Acordes para repartir
El librillo incluye 31 canciones, que representan poco menos del 15% de la obra del pasomolinense (los autores le contabilizaron 220 canciones). Se agregaron cinco para la nueva edición: “Dulzura distante” y “Puerta de los dos”, ambas de Bardo(2006); “Caminos en flor”, de Viva la patria (2013); “Oración”, de 432(2017) y la ya mencionada “Te abracé en la noche”.
Como se estila en los cancioneros del TUMP, de cada tema se detallan los tipos de rasgueo de guitarra −el esquema de la mano derecha−, figuran todos los acordes que se deberían tocar, o la tablatura y la partitura específica del arpegio, cuando la canción no tiene tanto rasgueo −o es nulo−, como sucede con “El tiempo está después” y “La casa de al lado”, por ejemplo.
En la nota introductoria, los autores explican que la selección de canciones fue hecha junto con Cabrera con base en un criterio combinado: “Sus temas más conocidos, canciones representativas de algunas de sus vetas o modos de tocar, canciones que se prestan para hacer sólo con voz y guitarra y canciones que nos parecen especialmente interesantes o bellas en lo musical”. Por supuesto, cada cabrerófilo tendrá su propia lista en la cabeza y quizás piense que falta esta, aquella o todas la demás. El autor de esta nota lamenta la falta de “Por ejemplo”, del disco Mateo y Cabrera (1987). ¿Será por un puñado de recuerdos de arena?
Al ir pasando las páginas, lo que salta a la vista −se sepa de música o no− es la extraordinaria cantidad de acordes que tienen algunas canciones de Cabrera, que casi nunca son puros, es decir, tienen séptimas, novenas y ainda mais, lo que no hace otra que demostrar su riqueza. Esos acordes, que en el papel parecen una maraña abrumadora, en las canciones fluyen con la naturalidad del agua de un río que desemboca en el mar.
En la introducción, se explica que las “versiones escritas no pretenden ser un sustituto de las grabaciones”, es más, “es imposible tocar ninguno de los temas impresos” en el cancionero “sin haberlos escuchado alguna vez”, ya que “la canción popular no suele tener en cuenta la escritura, y Cabrera no es excepción”. Esto se resume en aquella famosa frase que se le atribuye a demasiada gente: “En la partitura está todo, menos la música”.
Fernando Cabrera: cancionero para guitarra. 56 páginas. TUMP, 2024.