La argentina Magalí Etchebarne estuvo en Montevideo en invierno, poco tiempo después de haber recibido el premio Ribera del Duero, orientado a colecciones de cuentos inéditos y escritos en español. Cuando llegó, sólo habíamos leído La vida por delante, el libro con el que ganó el concurso internacional (y que, como veremos, presentó con otro nombre), pero después tomamos contacto con su poemario Cómo cocinar un lobo (Tenemos las Máquinas, 2022) y los relatos de Los mejores días (Tenemos las Máquinas, 2017), y descubrimos un universo interconectado por las vivencias familiares: los versos padecen la partida de los padres y los cuentos ficcionan una red de antepasados, primos, parejas.
Aquí, en tanto, la conversación comenzó y terminó en torno a Remedios de Escalada, la localidad del Gran Buenos Aires en la que ella nació y se crio. Mi referencia de la zona era la banda Reverb y su cantante, el cineasta Adrián Biniez, que llegó a filmar una película, El cinco de Talleres, vinculada a un equipo del barrio. Efectivamente, la escritora había ido a ver el estreno en el Club Talleres, junto a los socios vitalicios, pero no conoce al director. Dice que el cine no es su mundo, aunque en sus cuentos aparecen otros ámbitos relacionados al arte, como el editorial y el teatral; luego confesará que en su narrativa aparecen varias estrategias asociadas a lo visual.
La vida por delante tiene cuatro relatos, que serían dos y dos: hay una historia dividida en mitades sobre la enfermedad y la muerte de la madre, más un cuento protagonizado por una correctora de estilo y una historia de pareja. Los cuentos conectados, sin embargo, están separados; son el primero y el tercero. ¿Lo dispusiste así?
Sí. El primero y el tercero estaban unidos; en un origen eran el mismo cuento, pero me di cuenta de que el tercer relato, que es el viaje de las hermanas a tirar las cenizas de su madre, en sí mismo constituía un relato, porque además tiene la estructura casi clásica de un cuento: unos personajes que viajan a un lugar, pasa algo, descubren algo y terminan "transformadas". Eso tenía tanto peso que me parecía que si tiraba del hilo podía ser de largo aliento. Decidí que era un cuento en sí mismo, pero el primero me quedaba un poco chueco, como que quedaba todo en el pasado de esa madre. Siempre me imagino los cuentos en dos tiempos. Irremediablemente pongo a los personajes a recordar; me aparece el pasado irradiando, pero el centro del cuento lo pienso como la foto de unos pocos días. Si te fijas, en todos estos cuentos hay viajes. Y en realidad, al comienzo de la escritura, el primero y el segundo también eran el mismo cuento y después los desmembré. Este trabajo te lleva tantos años que vas cambiando.
¿Hacía mucho que tenías estos cuentos?
Por lo menos desde un año antes de la pandemia, o más. Después vino la pandemia, que no fue un año muy próspero para la escritura para mí. Después, a principios de 2023, vi que aparecía esta convocatoria del concurso y dije "voy a hacer uso de la fecha de entrega", que era lo que me venía bien: "Me enfoco en terminar, pase lo que pase voy a tener algo terminado".
Es un concurso vinculado a los vinos de España, ¿no?
Sí, Ribera del Duero es la denominación de los vinos y son los bodegueros los que ponen el dinero. Se acercaron hace muchos años a Páginas de Espuma con la idea de organizar un concurso literario y, junto con Juan Casamayor, de la editorial, se les ocurrió hacer un concurso de relatos inéditos. El premio, además de la publicación, son 25.000 euros. Era estimulante.
Para muchos escritores de otra época hubiera sido muy tentador, además, tener un premio asociado al alcohol.
Bueno, me regalaron un vino con mi cara en la etiqueta. Al jurado también: a Mariana Enriquez le dieron un vino con su cara, a Carlos Castán también. No lo abrí. Creo que no lo voy a tomar nunca. Será una reliquia.
Como sos editora, te cuento que me quedé pensando en el título y la tapa. "La vida por delante",1 que es una frase del cuento "Un amor como el nuestro", no parecería tan impactante como "Piedras que usan las mujeres", el primer cuento. Y me pareció que algo de eso rondó al idear la tapa, porque la ilustración remite a los "huevos de obsidiana", que son elementos recurrentes en "Piedras que usan las mujeres" y "Temporada de cenizas".
Es que no quería que dijera "mujeres" en la tapa. Primero, porque ya sabía lo que me iban a decir, que nunca se lo preguntan a un hombre, nunca jamás en la vida: por qué los personajes son mujeres. Nadie le pregunta a un hombre por qué todos sus personajes son hombres, porque está bien que sea así porque es universal. Entonces yo ya sabía que igual me iban a preguntar eso, que lo iban a marcar de alguna manera, y pensé: "Si encima les hago el favor de ponérselo a la tapa...”.
"La vida por delante" toma un sentido muy distinto después que uno la lee en el cuento, porque es una frase que le dicen a una chiquilina que está postrada y su novio acaba de morir en el mismo accidente que la lastimó a ella.
En realidad era el título de ese cuento. Yo entregué el manuscrito para el concurso con un título un poco pretencioso, a propósito, que era La madre, el trabajo, la muerte, el amor, una enumeración como de tratado, medio Schopenhauer, como me dijo un periodista allá, pero que me divertía porque me parecía que había un contraste, porque ese título tenía cierta voluptuosidad y después los cuentos no tienen un tono solemne, o al menos hice el esfuerzo para que no lo tuvieran, si bien los temas que se tratan son dolorosos, aunque con algunas salidas, algunos escapes. Bueno, no prosperó ese título.
Muchos personajes tienen algo generacional; en varios percibí un "estiramiento" de la juventud hasta los 40.
Sí, son como de esa edad, menos la correctora, la protagonista del segundo cuento, que me la imaginaba como una mujer de cincuenta y pico, que fue adolescente en los 90, pero las demás son como mujeres de 40.
Aparece el problema de la pérdida de lugar que se da naturalmente por la muerte de los padres, pero que se superpone con el impulso cada vez más extendido de prolongar la juventud, aunque no se sepa para qué.
¿Para qué? Esa es la pregunta. Yo lo percibo así generacionalmente. Todavía a los 30 sos recontra joven; pareciera que a los 40 todavía sos joven, pero empieza esa pregunta: ¿esto lo debería estar haciendo a esta edad?
El teatrero, el personaje del último cuento, usa algo de esto de una manera un poco extraña para explicar por qué cree que la clase media está desapareciendo. Se lo atribuye a lo que hacen los que tienen hijos y cosas así.
Yo me los imaginé como personajes en esa edad, menos a Julia, que ya dije que es un poco mayor, porque en su caso lo que más me interesaba era imaginarme una adolescencia en los 90, que fue más la adolescencia de mi hermana, que ahora tiene 52. Yo veía su adolescencia con mucha fascinación: la noche, la salida a los boliches. Esa noche de los 90 que vivió ella, cuando yo salí, ya no existía, era otra, se había convertido; después, rápidamente vino Cromañón. Obviamente, sí, una adolescencia de recitales y de la calle, mucho más que la que vino después, que ya no estuvo casi en la calle, o que tiene otra relación con la calle y la noche. Pero la de mi hermana la tengo como medio idealizada, entonces trato de meter alguna adolescente de los 90. En este libro no aparece tanto, pero en Los mejores días está más mi hermana. No mi hermana real —se muere si digo que ese personaje es ella—, pero sí alguien parecido a la que le "robo" cosas. Aparecen esos consumos, las bandas de esa época.
Por lo que sé de tu biografía, hay cosas tuyas también, como lo del trabajo de edición. En el cuento "Un amor como el nuestro", la protagonista trabaja como correctora en una multinacional, y se narra su encuentro con una bestseller de novelas románticas.
Sí, trabajo de editora hace diez años; el mundo de la corrección lo conozco y el de las novelas eróticas también, aunque es un género que en realidad se produce poco localmente. Los escritores de megasagas supertraducidas son una figura poco común; es más bien siempre algo que se importa. Y en realidad, no adaptamos la traducción. Me divertí imaginando el trabajo de esta correctora que se pone a hacer ese trabajo de adaptación que en realidad nunca hacemos.
Hay un momento muy gracioso en que intentan traducir al rioplatense un título y deciden dejarlo en español de España.
Sí, tienen títulos de una sola palabra, como "Deseo", "Lujuria".
Me llamó la atención también que en varios pasajes aparece una palabra, una expresión inesperada, algo que vuelve únicas a muchas frases, pero que no llega a desviar la lectura. Como si estuviera ahí para quien quiera detenerse.
Sí, me demoro bastante y a mí me da placer escribir. Pienso en esa combinación entre una imagen y una música. Me pasa lo mismo cuando leo: obviamente me importa qué me van a contar, pero más cómo me lo van a contar. Hay miles de cosas que yo he leído que la historia en sí misma, si una la redujera a esas líneas que aparecen a veces en la sinopsis de las series de Netflix, es la nada. Sin embargo, es la voz lo que te lleva. Entonces siempre trato de imaginarme primero quién cuenta, quién narra, quién es el personaje que está narrando, desde qué lugar lo narra, desde qué momento. Por eso, por ejemplo, que sea una tarde en la que esta chica, que es una mujer ya, se acuerda de cuando era una niña en ese club, medio incómoda durmiendo entre dos sillas... Bueno, la mente está ahí, pero la narradora no deja de ser esta mujer de cuarenta y pico que está mirando atrás. ¿Qué elige mirar, a qué elige prestarle atención? Siempre me imagino al narrador como una cámara —es medio trillado, pero es así—, incluso cuando los cuentos están en tercera persona: me la imagino cerca de un personaje. Entonces a los otros personajes los vemos en tanto esté presente la protagonista, porque el narrador es esa cámara que se quedó encima, entonces en cuanto salen de cuadro no sabemos qué pasa con ellos. Por ejemplo, no sabemos qué pasa con Leslie, la escritora bestseller, cuando se va con el extranjero; los vemos mientras están comiendo y Julia está presente, porque la cámara está con ella, pero qué hacen después, Julia no lo sabe. Eso construye verosimilitud y así es como me siento más cómoda al construir una voz. Lo importante es quién narra.
El foco, como dicen en narratología.
Sí. Y también me gusta leer en voz alta, como una loca, sola, pero también en lecturas en lugares, bares o librerías que te invitan a leer; eso te ayuda a poner a prueba el texto. Una vez fui a un bar en Palermo y leí el principio del primer cuento, un pedacito, y una chica se acerca y le dice a una amiga: "No sabía que el papá de Maga la había dejado a la mamá por una chica 20 años más joven", y mi amiga le contesta: "No, es ficción, el padre y la madre estuvieron juntos toda la vida", pero a mí me gustó que pasara eso, porque me mostró que es verosímil, que esta voz se parece a mi voz, o sea, que pareciera que estoy contándote algo que va a ser verdad. Para mí es divertido que haya sacado esa conclusión, porque quiere decir que el intento de la ficción, que es que vos me creas mientras dure la lectura, que te parezca posible, funciona. Después es gracioso que la gente en general asocie lo que escribís a tu vida.
Cada vez hay más gente dispuesta a creer todo.
Sí. Supe hace poco que Ricardo Piglia no aclaraba que algunos pasajes de sus libros que parecían más personales también eran ficción. Y me pareció una buena idea, como que lo que hay que hacer en realidad no es decir que es mentira: "Sí, es mi papá”.
¿Está en tu universo de referencias Piglia?
Bueno, es muy importante en la carrera de Letras. Es la máquina de pensar de la literatura argentina. También me gusta mucho Fogwill. Y si pienso en mi adolescencia, entré a la literatura por estos señores: Borges, Cortázar, que es lo que se les veía en todas las casas. Sabato también me gustaba mucho; después no estuvo tan de moda decir que lo leías, pero en mi adolescencia estaba fascinada con Sabato. Sobre héroes y tumbas me había vuelto loca. Quería ser Alejandra, quería verme como ella. Como vivía en zona sur, la ciudad era algo fascinante. Todavía soy un poco turista en la ciudad. Pedía que me llevaran a Retiro para ver la plaza que él nombra, el parque Lezama, todos lugares que para mí eran exóticos, que no eran mi barrio. Por eso yo siempre pongo a mi barrio, porque nadie va a contar a Escalada. Tengo que aprovecharlo, nadie lo conoce. Como me decía un amigo, "es tu Kansas, contalo".
La vida por delante, de Magalí Etchebarne. 120 páginas. Páginas de Espuma, 2024.
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También es el título de una novela de Milton Fornaro. ↩