Quería hablar de Cordón Soho (la historieta), pero al tratarse de una adaptación, con lo original que resulta para nuestro medio, volví a leer Cordón Soho (la novela). Las dos historias funcionan por separado, y en conjunto sirven para entender la diferencia entre dos artes completamente distintos y la capacidad de Natalia Mardero por entenderlos a ambos.

Publicada originalmente en 2014, la novela le ponía nombre no solamente al pedazo de un barrio (con tanta puntería que trascendió el papel) sino a una juventud en particular, que como tan bien extrae el texto parecía vivir de reunión social en reunión social y de amanecer en amanecer, estos últimos con las consecuencias obvias de tantas reuniones sociales.

Cordón Soho era una historia sobre gente linda, en un sentido estético no necesariamente tan frívolo como parecería en primera instancia. Gente que cuida su forma de vestirse, que cultiva su playlist como si fuera una pequeña granja zen, que supera gran parte del estigma de las drogas recreativas e ignora gran parte del estigma de toda relación que no sea heterosexual. Gente que abandonaba el hogar familiar y jugaba a ser adulta, sabiendo que podía volver o pedir plata en cualquier momento.

Debajo hay otra cosa que la novela menciona, pero no es su intención profundizar: “Estaban destrozados, y de una manera poco consciente, orgullosos de estarlo”, dice en un momento. Cordón Soho sobrevuela a la “gente rota” que despertaba admiración hace diez años, pero el foco está puesto en un corazón roto, el de Valentina, cuya inocencia se ve sacudida por primera vez por un corazón inaccesible, lo que lo vuelve (obviamente) mucho más atractivo.

Chica conoce chica. Valentina conoce a Carolina y su corazón no está preparado para estar a la espera. Más tarde que temprano termina entendiendo “la máxima irrefutable de que el deseo y la paciencia no son compatibles”, al menos para ella, y en el medio la onda expansiva de sentimientos exacerbados golpea con mayor o menor fuerza algunas de sus relaciones personales.

La novela ya era muy visual en lo descriptivo. En la página 1 Mardero describía el primero de tantos amaneceres posreunión enumerando las acciones necesarias para que Valentina devolviera su apartamento al estado prerreunión: “Abrió la ventana del living para sacar el olor a cigarrillo, vació los ceniceros, lavó los vasos, embolsó las botellas, lavó la licuadora, roció Blem sobre los muebles, sacudió la tela de los sillones, barrió y pasó un trapo húmedo y jabonoso por todo el piso”. Los verbos no dejarían de llegar.

Restaba saber, entonces, cómo haría para transformar esa acción de capítulos cortos, que en ocasiones no tenían diálogos, a un lenguaje visual. Tuve la suerte de leer la novela en noviembre, para sumar un texto a la contratapa, y la respuesta fue (y sigue siendo): perdiéndole la cantidad justa de respeto al material original, algo que en este caso es más sencillo ya que la autora está involucrada en ambas versiones.

Adaptation

Cordón Soho (la historieta) es una versión condensada y actualizada, pero sobre todo es una versión. Es como si alguien se tomara el trabajo de contar de memoria (con una buena memoria) los acontecimientos de la novela a otra persona, utilizando elementos diferentes. Aquí esos elementos son los propios de la historieta, como queda establecido también desde el comienzo.

El dibujo de Lucía Álvarez, sumado al color y los fondos de Agustina Mandacen, muestra ese departamento dado vuelta, la resaca de la protagonista, los flashbacks de la noche anterior y también la limpieza, reducida a tres viñetas porque dedicarle una a cada verbo (abrió, vació, lavó, embolsó, lavó, roció, sacudió, barrió, pasó) llevaría páginas enteras.

En este medio tan visual es necesario cortar camino para llegar a otras partes, y el equipo creativo (que incluye a Nicolás Peruzzo en los layouts, es decir, la disposición de las viñetas a lo largo de la historia) tiene muy claros sus objetivos. Y dejando de lado algunos elementos, están presentes las relaciones entre los personajes más importantes, el ámbito laboral, las diferentes salidas y hasta la visita a la librería para comprar ese regalo perfecto.

Los diálogos también cambian, preservando el espíritu y en momentos cortando caminos (la novela tiene dos o tres momentos de conversaciones reflexivas), y en otros agregan detalles al universo original. Esto convierte a la novela gráfica en fresca, incluso para aquellas personas que conozcan el libro original hasta de canto. Hay algunas decisiones, algunas elipsis que quedan un poco más aceleradas (la página 82 es un ejemplo claro), pero solamente ante los ojos de los lectores y las lectoras que acabo de describir.

Por supuesto que hay que volver al dibujo, que es la diferencia más importante. Mencioné que la novela era de “gente linda”, y el estilo de Álvarez funciona en ese sentido, retratando a personas que combinan la ropa, se cuidan mucho y en el papel exudan hegemonía. Hay otro montón de historias sobre personajes marginales, que sufren padecimientos crueles o cuyos exteriores reflejan almas oscuras; este nunca fue el caso.

En cuanto a lo que suma la ilustración, donde se destaca Mandacen por obvias razones, algunos sitios que en la novela solamente se intuían o se georreferenciaban por el título aquí aparecen en toda su explicitud. Y un poco como hizo La uruguaya, pero de manera más ordenada, ubica a quienes leen en lugares mucho más específicos.

¿Uruqué?

En la contratapa, un tal Ignacio Alcuri (o sea yo) describe el estilo de dibujo como “urumanga”, tomando prestado el término amerimanga, que habla de artistas estadounidenses que tienen claras influencias del manga, pero cuya narración es acorde a la producción de ese país. Es lo que me encontré cuando leí el PDF original y sigue siendo la forma más sencilla de hablar del estilo y la conjunción de la dupla Álvarez-Mandacen, sumado a la disposición de viñetas de Peruzzo.

La acción es a todo color, separándose de los volúmenes nipones que inundan nuestro mercado y que afortunadamente han sumado miles de lectores y lectoras al mundo de la historieta. Los aspectos más clásicos (el “uru”) es lo que convierte a Cordón Soho en más que una puerta de entrada. Es un puente desde la literatura hasta la historieta, pronto para que las personas lo transiten hacia el destino que conozcan menos.

Una historia universal, dentro de un contexto arbitrario, ahora en dos versiones complementarias fluidas y orgánicas, que provocará nostalgia de hace diez años o de hace diez minutos, dependiendo del caso.

Cordón Soho, de Natalia Mardero, Lucía Álvarez y Agustina Mandacen. 88 páginas. Estuario, 2024.

Playlist

La novela y la historieta tienen mucha música. Soy una persona muy poco melómana, pero leyendo la historieta por segunda vez (para este texto) encontré similitudes con obras del pop español medio reciente que vienen rotando de manera furibunda en mis auriculares durante los últimos meses. Así que me voy a atrever a sumar unas canciones a todos los clásicos que suenan en las páginas.

» “Cara de idiota”, Axolotes Mexicanos
» “Modo avión”, Cariño y Natalia Lacunza
» “Todas mis ex tienen novio”, Ginebras
» “Discoteca”, Lisasinson
» “Resaca pop”, Karavana