El arquitecto, inventor y sobre todo pensador estadounidense Richard Buckminster Fuller dijo cierta vez que, a medida que se avanza en el estudio del universo, es posible concluir que no existe lo sólido. No hay ni siquiera el esbozo de un sólido en el universo, afirmó, ni continuos absolutos, ni superficies. Y tampoco líneas rectas. Si a tamañas verdades puede llegarse a partir del cotejo y mensuración de lo palpable, qué decir de las construcciones simbólicas que se aplican a todo aquello no tangible, a los rótulos que se adhieren sobre las convenciones elaboradas por los productos de la mente.
Tomemos a los géneros literarios, por ejemplo, sustentados sobre una serie de preceptos o de acuerdos formales, tan útiles para los catálogos y los comerciantes de material impreso pero que en su propia conformación y complejización no han revelado más que su inutilidad o, siguiendo a Buckminster Fuller, su eventual inexistencia.
El género literario denominado crónica ejemplifica a las claras lo anterior. Originalmente el relato de un suceso (o de varios) en progresión cronológica implosionó en su trapicheo múltiple en los mass media y, al pasar por la picadora de carne periodística, mutó en cualquier otra cosa, al punto de que bajo la etiqueta de “crónica” pueden encontrarse libros de todo tipo y sustancia. Una prueba de ello es la despareja colección Crónicas de la editorial española Anagrama, en la que es posible hallar desde los tempranos reportajes de Ryszard Kapuscinski desde África compilados en Estrellas negras, a esa suerte de puntillosa canonización de un futbolista que conforma Todo Messi y más, de Jordi Puntí, pasando por el abordaje de un suceso doloroso por fuera de la lógica de buenos y malos en Los 43 de Iguala. México: verdad y reto de los estudiantes desaparecidos, de Sergio González Rodríguez, al curso sobre la Beat Generation que durante años dictara Allen Ginsberg, convertido en el tomo Las mejores mentes de mi generación, oportunamente comentado en estas páginas.
Crónicas del desorden, de la escritora y (especialmente) editora (fue durante varios años directora editorial de Gallimard, luego presidenta y directora general de Flammarion y es actualmente presidenta de la editorial Adelphi) Teresa Cremisi (1945), ejemplifica no sólo la maleabilidad del género sino que subraya, texto tras texto, página tras página, el hecho de que bajo su denominación puede entrar de todo.
El libro compila de forma cronológica inversa algunas de las columnas semanales que Teresa Cremisi publicó en el semanario tabloide francés Journal du Dimanche entre 2018 y 2022, añadiendo algunos textos del mismo formato que permanecían inéditos. El tono demasiado cambiante de cada columna, que puede ir desde la personificación de Heródoto (“Os escribo desde un mundo antiguo”) a una celebración de Wikipedia (“Era una utopía, ¡y ha funcionado!”), pasando por un perfil del mosquetero Athos al vínculo de la tecnología y el coronavirus (“Escenas de la vida en tiempos de covid”), disipa cualquier unidad temática, lo que en principio no puede ser considerado un defecto, pero si a eso se le suma el estilo monocorde de la autora (que se empantana en la obviedad cuando pretende ser graciosa y se hunde en el lugar común cuando intenta analizar un fenómeno equis) y la brevedad de cada pieza, pautada por el espacio asignado en el medio de prensa en el que aparecieron, el tomo termina conformándose en un simple rejunte de textos.
Hay, justo es decirlo, algunas columnas que revelan un afán por alzarse sobre el fenómeno analizado más allá de la reducción a un puñado de trazos, como en el caso de “¿Qué ha sido de Greta?”, texto en el que la autora elucubra alrededor del silencio de la joven activista Greta Thunberg y su imagen incómoda en los medios y ante eventuales revoluciones; o en “Una historia de nuestra época”, en el que se extiende sobre la llamada “cultura de la cancelación” a partir de las críticas en redes sociales a la escritora negra estadounidense Amanda Gorman por haber cometido la imprudencia de permitir que sus obras fueran traducidas en Países Bajos por una traductora blanca; o como cuando convierte en una precisa viñeta el bochornoso episodio que vivió el diplomático mexicano Ricardo Valero cuando, desempeñándose como embajador en Argentina, intentó robar un libro en la librería El Ateneo (“Casanova en Buenos Aires”). El problema es que estos destellos de creatividad, fino análisis de sucesos y medida erudición se pierden en el berenjenal de tópicos que termina abordando el libro.
Es que Cremisi parece escribir de todo, son muchos los fenómenos que le llaman la atención (al menos durante la semana en la que escribió la crónica en la que se ocupa de ellos), algo que no necesariamente constituye un problema, pero que en la suma temática que termina conformando el volumen diluye el interés general y opaca el interés particular, de tal forma que, como expresa el dicho popular, “da lo mismo un barrido que un fregado”.
En el prefacio, la autora afirma que “escribir una crónica cada semana es un deporte de resistencia. Como ante cualquier actividad física, los músculos se activan, la curiosidad se pone en guardia, la mirada sobre las cosas de la vida se despierta, estimulada por el oportuno aguijón”. A la luz de la lectura completa del libro, uno termina creyendo que la autora optó por el caminador doméstico a la caminata en el terreno y que el aguijonazo de la curiosidad fue desarticulado, en la mayoría de los casos, por un eficaz chorro de repelente.
Crónicas del desorden, de Teresa Cremisi. Traducción de Encarna Castejón. 288 páginas. Anagrama, 2023.