Probar con el olvido es el primer libro de poemas de Magela Rilla Manta (1964). Fue publicado por la editorial Yaugurú, con ilustraciones de Manuel Rilla Canel, padre de la autora y poeta y pintor de trayectoria.
Pese a su estilo sintético (en ningún caso los poemas rebasan una página), el libro es bastante voluminoso tratándose de un ejemplar de poesía (144 páginas). Existe una evidente unidad estilística y temática, basada en la atención hacia hechos y objetos cotidianos, que en muchos casos lleva a reflexiones sobre problemas filosóficos como el paso del tiempo, los vínculos interpersonales, el duelo y la pérdida, etcétera. Hay también un lugar para la poesía amorosa, referida en general a momentos de ruptura o duelo, más que a otros de plenitud o goce.
Está dividido en cinco secciones que, si bien se enmarcan en su totalidad en las características generales ya descritas, tienen su individualidad a partir de alguna unidad conceptual o del uso de ciertos recursos. En “Tonalidades”, que abre el libro, los títulos de todos los poemas aluden a alguna tonalidad musical (“Si menor”, “Fa mayor”, etcétera) que sugiere climas o estados anímicos. “Suite”, la siguiente sección, se destaca por su plasticidad y sensorialidad, utilizando muchas imágenes visuales y juegos conceptuales con el color. Incluye al final una serie de poemas numerados sin titular, centrada en el desamor y la ruptura. La tercera sección, “Nones”, se caracteriza por la presencia de un tú hacia quien se dirige la voz lírica, que permite que los textos puedan interpretarse como de temática amorosa. “Interiores” es la sección más extensa y en esta la voz lírica se vuelve más introspectiva. “Nostalgias de lo cotidiano” es la última sección, aunque bien podría haberse titulado así todo el libro, y tal cual su nombre indica, otra vez asistimos a la reflexión y evocación sobre momentos u observaciones de la vida corriente, aquí con bastantes recuerdos presumiblemente infantiles.
Uno de los temas más presentes es el paso del tiempo, entendido desde su inexorabilidad. El tiempo se manifiesta en los imperceptibles cambios sobre los objetos o los lugares (“En dónde la esperanza que curtía / las patillas de los muros / la enredada planta de jazmín / de ojitos blancos”), la atención hacia momentos de transición como el paso de las estaciones (“la sobredosis lenta del otoño”) o el crepúsculo (“Hay una hora crucial / desde el poniente al cielo oscuro / es una plataforma deteniendo / doblando la página del día”), en la ausencia que acompaña un recuerdo (“se fueron / los sorbos dulces / las últimas vueltas / de los trompos que agonizaron”), en el desgaste de un vínculo afectivo (“no se puede querer como antes / ni prometer más, inconciliable recuerdo”). La mayoría de los poemas capta instantes muy breves y esto apoya aún más esa idea de que el tiempo todo se lo lleva, idea por cierto ambivalente, como la famosa sentencia latina carpe diem, que encierra, por un lado, ese aspecto sombrío de aceptar que todo es efímero y todo lo que amamos o nos da placer desaparecerá de algún modo, y, por otro, ese afán tan vital de aferrarse a cada instante, de captarlo en cada detalle, por saberlo fugaz e irrepetible.
La infancia suele ser evocada gozosamente, como un paraíso perdido, con climas bulliciosos, sabores dulces y colores vibrantes (“una mano de azúcar / abarcó sus colores amarillos / cuidadosamente con estilo / cuidadosamente enrojecidos”). Pero aunque, como ya decíamos, el paso del tiempo traerá pérdidas y duelos, esto no implica que el tono general se vuelva doliente o plañidero. Estas pérdidas y estos duelos se nos presentan con un ropaje emocional sobrio, donde el dolor no se niega pero tampoco se apologiza ni mistifica, en tanto ya se sabe que nada dura para siempre: “No me mire así / no me mire / es mejor sin decisión ni larga historia / no importa que el molde sea el mismo / usted sabe que lo quiero / y aunque sepa también que no he llegado // la derrota enseña / eternamente enseña”.
También los poemas de temática amorosa (o quizá debería decirse “afectiva”, pues rara vez se explicita la naturaleza del vínculo) muchas veces se enfocan en la constatación de un tiempo transcurrido, donde algo cambió, algo se perdió y las cosas no pueden seguir como antes: “Hoja en blanco / ya no hay más que decir / qué hacer / qué no. / Como una sábana limpia / pronta a reponer / otra agonía”. Aunque en todo el libro hay una fuerte carga sensorial en las imágenes, esta disminuye cuando el foco se pone en lo interpersonal, volviéndose aquí a un lenguaje más abstracto en el que, como en gran parte de la literatura amorosa escrita por mujeres uruguayas de un tiempo a esta parte, sobrevuela el fantasma de los Poemas de amor de Idea Vilariño, con sus concisas y cargadas confesiones.
Por último, las ilustraciones de Manuel Rilla Canel entran en diálogo con los textos sin caer en la obviedad, prestando atención también a detalles aparentemente nimios y con cierto toque impresionista que se lleva bien con la estética del libro. Sumado al formato del volumen, lo hace también muy bello como objeto.
Probar con el olvido, de Magela Rilla Manta. Montevideo, Yaugurú, 2021. 144 páginas.