“¿Por qué a alguien le podría interesar que pasaron 30 años de En sangre propia?”. El que se lo cuestiona es el autor del libro, el periodista y conductor radial Daniel Figares. Luego lo piensa y se va convenciendo de que hay un valor en el texto: la historia quedó contada “desde un punto de vista inédito en aquel momento: el punto de vista del asesino y no del asesinado”, dice, y accede a conversar sobre su primer libro, publicado en 1994 por la editorial Graffiti.

La llamada

El 10 de mayo de 1989, Figares se bañaba en su apartamento del tercer piso de la calle La Cumparsita y Petrarca, en Barrio Sur, cuando oyó un “estruendo”, “un golpe corto, como de vidrio roto”. El ruido del agua de la ducha impedía discernir el origen del sonido, por lo que continuó bañándose. Rato después de haber salido de la ducha, los bomberos golpearon la puerta de su apartamento al grito de “¡abran que se incendia el apartamento de abajo!”. El ingreso a la zona del fuego, el segundo piso, fue a través de su apartamento. Al acceder al lugar, los bomberos notaron que no sólo había fuego, sino también tres personas fallecidas. Figares fue quien bajó a reconocer los cuerpos.

En el piso de abajo vivía la familia Baccino, de clase media e integrada por un matrimonio y sus dos hijas: Leo de 56 años, Martha de 46, Sandra de 19 y Silvia de 17. Sandra es la protagonista de la historia y del libro, porque junto con su marido Leonardo cometieron el “triple crimen del Barrio Sur”: así se lo nombraba en las portadas de los diarios del momento; algunas de ellas pueden verse en el libro.

De manera casi inmediata de ocurrido el incendio y los asesinatos, Sandra y Leonardo fueron detenidos. Su modo de vida, el vínculo que tenían con la familia y las características de la escena atrajeron las sospechas hacia ellos como autores de los crímenes. Resultaron serlo. La pena fue de 30 años de cárcel para Sandra y 28 para Leonardo; ambos salieron antes. A los dos días del incendio y las muertes, se llevó a cabo la reconstrucción, que llamó la atención de muchas personas. Si bien en el libro aparece una foto de ese día, también es posible ver videos buceando en internet. Figares recuerda la reconstrucción como “un espectáculo”. “Había gente que no tenía nada que ver con el barrio. Hace 50 años que vivo acá, y vino gente que jamás vi ni veré nunca. Fue un espectáculo también mediático, porque no era tan común que los medios cubrieran; no ponían movileros en ningún lado, y acá los mandaron”, rememora.

Años después, el periodista tuvo la oportunidad de hacer su propia reconstrucción de los hechos mediante la escritura de En sangre propia. Lo hizo entrevistando a Sandra y a otras personas allegadas a la familia. Optó por recoger testimonios de vecinas, docentes de las hijas, amigas y exnovios, entre otros. Dejó fuera a los familiares directos, porque entendió que no solían mantener relación con los Baccino. “Era una familia rara que vivía puertas adentro, no iban mucho sus familiares a verlos, no eran de recibir gente”, dice. Sí intentó conversar con la abuela materna de Sandra, con quien tampoco mantenían vínculo, pero ella prefirió no hablar. También quiso entrevistar a Leo, pareja de Sandra, pero no logró hacerlo por restricciones de su familia. Es así que Sandra se convirtió en la protagonista del libro.

Fue ella quien se acercó a Figares. Un día el comunicador hizo un comentario sobre el caso en su programa de radio. Sin justificar los crímenes cometidos, dejó entrever la posibilidad de que hubiera una situación familiar interna que desencadenara lo ocurrido, que podía incluir abuso sexual por parte del padre. “De hecho, el rumor de la presunta violación corría antes de que acontecieran los asesinatos”, recordó Figares.

Tras escuchar su reflexión por la radio en 1992, Sandra lo llamó desde la cárcel y acordaron encontrarse para conversar y que él pudiera escribir un libro, de manera de concretar algo que el periodista había querido desde 1989. 30 años después, Figares reflexiona: “La historia del libro comienza el mismo día en que se suscitan los hechos. Reconocí los cadáveres. Fui la última persona en abandonar el edificio. Entraron por mi apartamento. Enseguida dije: ‘Si engancho a Sandra, voy a hacer un libro’. Tenía la condición y toda la disposición de hacer un buen laburo periodístico, y finalmente se dio”.

“La posibilidad surgió cuando estaba trabajando en El Dorado y dije algo sobre ella, insinúo algo de su historia que podía ser como una explicación, la hipótesis de que ella cargaba con una violación. Dejé entrever eso porque las historias tienen un detrás. A ella le pareció bien y me llamó. Le dije ‘me encantaría escribir un libro y que dijeras tu verdad’. Ella salía de la cárcel a trabajar, tenía muy buena conducta. Lo que hacía era tomarse unas horas, nos íbamos a un bar y grabábamos”.

Detrás de escena

“Yo no releo mis libros”, advierte Figares apenas comienza la entrevista. Eso no evitó la relectura de algunos pasajes durante la conversación. En las primeras páginas, por ejemplo, plantea la necesidad de “saber primero, para juzgar después”. Tres décadas después reflexiona: “En el libro no juzgo nada. Lo que hago es reflejar lo conversado y después pongo el crudo de todas las horas de charlas. Son más de 80 horas que grabé de entrevistas, de recolectar información. Al ser vecino, al conocer a las víctimas y a los victimarios hacía más de 16 años, tenía una especie de trabajo de campo que otro investigador no iba a tener”.

A lo largo del texto el autor indaga sobre las posibles causas del triple crimen. Es una pregunta que les va realizando a los distintos entrevistados. Al momento de plasmar el texto, primero hizo el relato y luego, en la segunda parte, publicó las entrevistas en formato pregunta-respuesta. Planteó la estructura del texto en dos partes para “darle una introducción al que quería leer la historia y nada más”, y luego “para que la gente se transformara en investigadora”. “Podían ver cosas que yo no vi. Me pareció que estaba bueno mostrar la cocina, que dijeran ‘con estos ingredientes cocinó el tipo el plato’. Delante está el plato, yo te lo cuento, lo tenés armado, lo podés comer. Y después, si querés, ves cómo lo hicieron, cuáles fueron los ingredientes, cómo se cocinó, con qué se mezcló, cómo lo mezclarías vos”, añadió.

Sea cual sea la respuesta más acertada sobre las posibles causas de los crímenes, Figares considera que en esa familia “fueron todos víctimas” y “sólo ellos saben la verdad” de lo que pasó. “Quise escribir el libro desde el punto de vista del victimario, porque quería que hablaran los culpables, pero para que se entendiera la complejidad que significa decir, la mayoría de las veces, ‘una persona es culpable’”.

A pesar de la llegada que tuvo su libro y los intentos de adaptarla al teatro en Uruguay y en otros países, Figares no volvió al género de la crónica roja. No es el tipo de literatura que suela leer. Incluso, antes de escribir el libro, no había leído A sangre fría, de Truman Capote. Lo hizo una vez que terminó de redactar su texto y tomó prestadas algunas de sus citas para el arranque. Tampoco había leído las crónicas de Rodolfo Walsh. “Apenas había leído a Raymond Chandler alguna vez”, dice ahora.

Aclara que A sangre fría no incidió en el nombre de su libro. “El título es mío. En lo único que estaba en duda era en ponerle En carne propia. Pero después la palabra carne no me gustaba y me pareció que sangre estaba bien. Al final, me parece que cometí un error, porque la gente se equivoca constantemente con el nombre”, reflexiona con resignación.

A través de la historia de una familia, en las páginas de En sangre propia van surgiendo diversas problemáticas sociales como la violencia de género e intrafamiliar, el abuso sexual y psicológico, y el consumo excesivo de drogas. Son temas muy presentes en las agendas políticas y mediáticas, y que desde la década de 1990 han ido en aumento. Es posible pensar que en la actualidad Sandra hubiera tenido otras herramientas para resolver la situación de manera diferente, y que casi con seguridad no se hablaría de “presunta violación”, sino que el sistema creería más en ella.

“Generalmente, cuando alguien muere, y más si es de esta manera, queda protegido por una especie de halo mágico de las malas acciones que ha hecho en su vida”, escribía Figares en el epílogo. Con su libro logró “rasgar” ese halo, al menos el de los padres de Sandra, y demostrar su teoría: “Todo ser humano es imperfecto y también tiene su lado oscuro”.

Todo y nada

En sangre propia fue editado en 1994 por la editorial Graffiti. El libro cuenta con un prólogo del escritor Fernando Butazzoni. En la solapa hay una fotografía que presenta al autor. Está de lentes, fumando y mirando a su izquierda. El texto detalla: “Daniel Figares tiene 31 años. Hace 17 años que se desempeña en el medio radial, donde es popularmente conocido. En los últimos ocho años también ha participado en la prensa escrita: escribió en El Día, La Mañana, en la revista Punto y Aparte. En la actualidad es columnista del matutino La República. Este es su primer libro”.

¿Qué queda de aquel muchacho que fumaba en la foto de la solapa del libro?

Todo. La pared sigue estando, aunque los lentes no son los mismos. No me queda pelo, el saco no era mío, así que no lo extraño (era para la foto). En realidad, lo que te queda es la visión más veterana de mirar hacia atrás y ver la significación que tenía, para quienes leemos, la publicación de un primer libro. Es algo grato, si leés toda tu vida, poder hacer un libro con un tema que está bueno y que la gente lo lea. Miro la foto como una cosa grata, como el inicio de los pocos libros que escribí que son un pequeño aporte a la literatura en general uruguaya. Libro que estuvo nominado al Bartolomé Hidalgo cuando no se le daba bola a la crónica.

Desde entonces, Figares escribió El olvido es la última tumba (1997), Mateo y Trasante, 30 años (2006) y Buitres, biografía oficial (2014), además de incursionar en televisión y volver a la radio con su programa Rompekabezas, entre otras actividades.

En sangre propia, de Daniel Figares. 256 páginas. Graffiti, 1994.