Dentro del panorama poético uruguayo actual, Historia de una ballena es, cuando menos, un libro singular. En una extensión que no supera las 50 páginas, la poeta, actriz, dramaturga y directora teatral Raquel Diana confecciona un poema narrativo que nos presenta a un personaje complejamente construido, reflexiona sobre la naturaleza de la ficción, el oficio de artista y la situación social y económica de quienes lo ejercen, y experimenta con la fusión de lenguajes provenientes de distintas disciplinas artísticas, con cambios de foco en la voz lírica, recursos visuales y finos toques de humor. Quizá, y esto según las exigencias de cada paladar, no parezca tanto. Pero a veces pareciera que la poesía uruguaya en general no sale del molde benedettiano de retratar las pequeñas cosas y los pequeños momentos de la “gente sencilla” y que a la poesía escrita por mujeres le cuesta aventurarse fuera de lo confesional (que aquí también se encuentra presente) y aludir a cuestiones teóricas “duras” como el pacto narrativo o la “cuarta pared”.

El poema sigue la deriva interna de una actriz en escena, desde el inicio de la función hasta unos momentos después de bajar del escenario. Es presentada por una voz en off que, al decir del dramaturgo español José Sanchís Sinisterra, podría considerarse un “personaje voraz”, es decir, uno al que en un principio se introdujo en la obra para cumplir una función secundaria o marginal pero que acaba por “comerse la escena”, llegando en algunos momentos a pelear palmo a palmo la atención del público con los personajes protagónicos. Obviamente, también está el público, silencioso (aunque no siempre) pero indispensable.

Por último, el elemento más enigmático, la ballena del título. Aparece (o podríamos interpretarlo) como una visión o ensueño de la actriz justo al momento de salir al escenario, y a fuerza de intermitentes apariciones irá adquiriendo densidad simbólica. La visión no se halla atada a un significado unívoco, aunque sí muy caracterizada a nivel connotativo: hay una conexión con la belleza y con lo inconmensurable, y a su vez se trata de un momento excepcional, difícil de captar y difícil de experimentar, fruto de un largo tiempo de espera y observación. Podría metaforizar o quizá alegorizar tanto el proceso creativo como la experiencia estética, o quizá la idea de la belleza en su estado más puro. Puede vincularse también a los sueños y las obsesiones, a la voluntad y la vitalidad. Es, en fin, un elemento de significación muy abierta, sin perder por esto su fuerza evocativa.

Estos elementos permanecerán reconocibles e identificables pese a los cambios en la voz lírica, que serán numerosos y veloces. La actriz es enunciada en primera y en tercera persona, en este caso mediante una voz que en narratología podría ser un narrador omnisciente en un estilo indirecto libre (donde se insertan enunciados propios del personaje en la voz del narrador). También se juega con el estilo de las acotaciones en los libretos teatrales (indicaciones técnicas para el elenco y la dirección que suelen escribirse entre paréntesis) y su tono casi siempre impersonal propiciado por el frío presente indicativo y la llamativa escasez de verbos. Por otra parte, la voz en off, que siempre está exhortando, habla en todos los casos en segunda persona, primero hacia el público y luego hacia la actriz.

Es en la primera mitad del poema donde se concentra la mayor parte de los juegos formales y la reflexión metaficcional, mientras que la segunda parte irá tendiendo más a lo confesional, aunque esta confesionalidad parte de la experiencia de una actriz, y por lo tanto implicará también una cuota de pensamiento en torno a su práctica. Se comienza con un juego paródico: los primeros versos son acotaciones donde se indica que la actriz “dice los textos que siguen, incluso algunos que podrían ser acotaciones”. Los “textos que siguen” podrían ser todos acotaciones, pero estas describen lo que suele hacer el público al inicio de la obra: “Rumor de multitud. O no tanto. Personas que murmuran./ Alguna tos que más vale salga ahora (...) Risitas. Incluso alguna risotada (...) Caras azules, mensajes de último momento”.

Entonces, se nos presenta la voz en off que, “pletórica de amabilidad, exageradamente risueña, dice”… El texto de la primera aparición de esta voz en off, que, a diferencia de lo esperable, suena poco neutral, explicita de un modo sarcástico lo exhaustivo, obvio y paroxísticamente exhortativo de las clásicas “recomendaciones al público”, al que la voz trata casi como un grupo de niños traviesos, mostrando a su vez lo artificial y frágil que es el espacio de lo ficcional. Esta artificialidad y fragilidad será explicitada sobre todo al principio en una atención basada en el extrañamiento hacia los distintos paratextos teatrales, como el apagón inicial o el cartel de “salida” en un rincón de la sala, mostrándonos lo abrumadora que puede ser la cantidad de señales necesarias para que sepamos que estamos entrando en una ficción.

Con el correr de las páginas, el peso de esta idea de fragilidad y artificialidad se centrará más sobre quien la sostiene con su cuerpo y su energía vital. La actriz será asaltada por pensamientos intrusivos, distraída por alimañas que suelen encontrarse en los teatros (murciélagos, ratas), y también se nos mostrará en sus derivas cotidianas, en el camino a pie hasta el teatro, en los recuerdos de infancia que muestran una relación conflictiva con la exposición, o en la angustia económica y lo farragoso del acceso a la seguridad social tan habitual para los trabajadores de la cultura. Aquí la voz en off funciona como la voz de un ideal de entrega hacia el apostolado del arte, llamando la atención de la actriz cuando se distrae o señalando sus pequeñas faltas o grandes fracasos. Entre todo esto, la visión trascendental de la ballena reaparecerá de distintos modos, generando un clima enigmático y levemente surreal.

Historia de una ballena, de Raquel Diana. 48 páginas. Yaugurú, 2024.