“Lo que es claro es que tenía una vocación absolutamente. Ni siquiera eligió ser escritor, escribía y chau. Es algo que le apareció desde muy joven, a partir de su afición a leer compulsivamente. De chico se metía en un ropero con un café muy bueno que le hacía la madre, que era brasileña, y un gato. Y ahí leía y leía. En esa época tenía que conseguir libros donde podía. Había un tipo que vivía a varios kilómetros, en Sayago, y le prestaba libros, pero solo uno cada vez. Al terminar un libro tenía que hacer esos kilómetros caminando para leer otro libro, porque el padre no podía pagarle todo lo que quería leer. Después yo le conseguía todo de segunda mano en las ferias. Yo hice la misma biblioteca dos veces y la perdí tres veces, porque cada vez la perdíamos”.
La que habla es Dorothea Muhr, Dolly, viuda de Juan Carlos Onetti, entrevistada por María de los Ángeles González. En la charla vuelve sobre algunas de las manías de su célebre pareja, pero también revela detalles del inadvertido rol que cumplió ella misma para que pudieran aparecer obras maestras como La vida breve, Los adioses y El astillero, entre otras.
Publicaremos la entrevista completa antes de fin de mes, cuando se cumplan 30 años de la muerte de Onetti. Pero, para adelantar la conmemoración, va una pequeña guía sobre su obra.
La vida breve (1951)
En 1939, Onetti había publicado la novela breve El pozo, con la que encontró su tono elegante y desesperado, y se plantó como referente para una generación de jóvenes artistas. Un poco más de diez años después apareció esta novela, en la que su fuga hacia el mundo de la imaginación, con la que venía coqueteando desde sus primeros cuentos, parece completa. La vida breve es la historia de cómo y porqué Julio Brausen inventa Santa María, de donde en adelante le será casi imposible escapar al propio Onetti, que ambientará la mayoría de su creación posterior en esa ciudad ficticia.
El astillero (1961)
Un emprendimiento industrial que se hunde: esta novela fue leída en su momento como una alegoría de la decadencia social de Uruguay en particular, y en general, del fracaso de las políticas desarrollistas de la región, a pesar de la reticencia de Onetti a vincular fácilmente su obra con eventos recientes. En lo formal, es su novela larga más ambiciosa, y por eso no es recomendable como primera aproximación al mundo de Santa María.
Los adioses (1954)
Si solo se pudiera leer una obra de Onetti, yo elegiría esta novela corta (o cuento largo). El vínculo entre un hombre maduro y una mujer visiblemente menor que él es percibido con los clichés del género policial por los habitantes de un pequeño balneario serrano. El juego con los puntos de vista y la incertidumbre le valieron a su autor el nada despreciable título de “maestro de la ambigüedad”.
Para una tumba sin nombre (1959)
Este sería el segundo título que sugeriría para un ingreso rápido a Onetti y Santa María, no sólo porque también coquetea con la confusión (el narrador cada vez parece saber menos), sino por afecto: fue el primero que leí, después de descubrirlo entre literatura batllista en la biblioteca de mi abuelo.
Requiem por Faulkner y otros artículos (1975)
Con su nombre, con seudónimo o directamente sin firmar, Onetti, igual que muchos intelectuales de su época, hizo periodismo. Esta recopilación recoge algunos de sus escritos sobre letras, cine, arte y política (y arte y política) y ayuda a comprender por qué fue una figura removedora de la cultura uruguaya más allá de sus aportes estrictamente ficcionales.
Fuera de Onetti
Reseña de la novela de la argentina Camila Fabbri que fue finalista del Premio Herralde.
Una historia del hip-hop uruguayo a contracorriente y contada por sus protagonistas.
Auster
Hace unos días, murió el escritor estadounidense Paul Auster. Además de su éxito a nivel mundial, tuvo muchos seguidores entre uruguayos que crecieron en la década de 1990. Uno de los escritores marcados por él lo recordará esta semana en la diaria Libros.