“En un momento el problema es la falta de material y en otro momento el problema es el exceso”, dice con una sonrisa Daniel Balderston mientras repasa uno de los proyectos en los que está involucrado ahora, el examen de un gran archivo recientemente descubierto del escritor Augusto Roa Bastos. Su observación no es sólo válida para el caso del autor paraguayo, sino que puede dirigirse a lo que ocurre cuando emplea su método de estudio a ciertos creadores latinoamericanos del siglo XX. Implica la búsqueda intensiva, detectivesca, constante de manuscritos que en muchos casos se hallan dispersos y ocultos para luego, ya debidamente duplicados, proceder a su análisis exhaustivo.
El caso paradigmático es el de Jorge Luis Borges, cuyos papeles fueron deliberadamente repartidos por el escritor cuando aún vivía. “Hoy el archivo reunido de Borges está en mi computadora”, sentencia Balderston. Es un acervo que guarda celosamente, aunque su magnitud se puede comprobar, de manera indirecta, al repasar algunos de los trabajos sobre el escritor argentino que el estadounidense ha venido realizando desde hace más de 40 años, cuando hizo su tesis doctoral sobre Borges y Stevenson.
Quizás el más notorio de esos estudios sea el libro El método Borges (Ampersand, 2022), cuyo título en inglés, How Borges Wrote (“Cómo escribía Borges”), aclara un poco mejor que se trata de una aproximación a los procesos creativos del argentino. Específicamente, aborda las distintas versiones de sus textos para dar cuenta de los tanteos y los mecanismos de selección que Borges seguía aplicando aun a obras que ya habían sido publicadas, en una tarea de reescritura continua.
Perder la timidez
En mayo Balderston estuvo en Montevideo para dar una charla en la Biblioteca Nacional sobre su trabajo con los papeles de Roa Bastos y una disertación en el aula magna de la Facultad de Información y Comunicación de la Udelar. Allí compartió lo avanzado en torno a uno de los proyectos que lo ocupan desde hace unos años: “La fase oral de Borges: conferencias, cursos y cuadernos 1949-1955”.
“La gran obra de reconstrucción del itinerario de Borges como conferencista en esos años la encabeza Mariela Blanco, de la Universidad de Mar del Plata, que dirige varios trabajos de doctorado”, aclara Balderston.
Las conclusiones de ese trabajo iluminan una etapa previa del Borges que se transformará en una figura pública locuaz a partir de la década de 1960. “En los años 40 se preparaba mucho cuando era la primera vez que iba a hablar de un tema, a menos que fuera sobre poesía gauchesca o cosas así. Hay que recordar que en 1942, para el ‘Desagravio a Borges’ que hizo la revista Sur, él escribe un texto y cuando viene aquí, a Montevideo, para hablar en el aula magna de la Universidad, lo lee José Pedro Díaz, no él. Luego, entre 1946 y 1949, pierde el miedo a hablar en público y especulamos sobre las razones en nuestro estudio. Pero una vez que se lanzó a hablar, nunca más se calló. Este período es muy interesante porque es el período de ensayo general para las entrevistas y las conferencias que daría ya ciego, que son muy abundantes y notorias”.
Aunque no constan registros grabados de las conferencias de esa etapa, sí hay otros tipos de documentación. “Partimos de un libro, una biografía de Schopenhauer que está en la Biblioteca Nacional de la otra orilla. Ahí él había anotado en 1949 ‘hablé en…’. Lo mismo para 1950, 1951. Así que sabíamos en qué lugares había hablado y sabíamos que en el Centro de Estudios Superiores había dado una serie de cursos. Mariela Blanco y su equipo comenzaron a mirar periódicos y publicaciones de las instituciones que patrocinaban las charlas, etcétera. A partir de la lista inicial de 22 ciudades y de varios cursos en Buenos Aires, pudimos reconstruir títulos y fechas para más de 100 conferencias en 1949, desde la conferencia sobre Hawthorne en marzo, y entre 1950 y 1955 alrededor de 400”, aclara. Algunas de esas conferencias tuvieron lugar en Montevideo, pero “no en el período en que le quitaron el pasaporte o no se lo renovaron”.
La investigación también se vio facilitada por la donación de un coleccionista a la biblioteca de Michigan State University en East Lansing, donde Borges enseñó en 1976. Esto se complementa con la existencia de cinco cuadernos en la Universidad de Texas: “Ahora tenemos anotaciones para un total de 45 o 50 temas y de ahí vamos a publicar un libro que se va a llamar Cuadernos. Lo va a publicar el Borges Center este año en octubre, noviembre. Son 400 páginas. Han trabajado más de 50 personas en las transcripciones, en el estudio de las anotaciones”, adelanta.
Disco duro distante
En el sitio web del Borges Center se puede acceder a la Versioning Machine, una interfase que permite captar, a golpe de vista, las distintas adiciones, supresiones, alteraciones que el argentino hacía sobre algunos de sus textos, y luego ahondar en detalles de cada una de ellas. Esa “máquina versionadora” es, de algún modo, una ventana al trabajo con el que se inicia la crítica genética, que se centra en los procesos creativos con los que se construyen las obras literarias.
“El proceso es muy arduo y no hemos podido subir demasiado material todavía, pero estamos interesados en cómo las herramientas de las humanidades digitales pueden ayudar en el estudio”, explica Balderston sobre la oferta de la Versioning Machine.
Además, está el asunto de los derechos. En el Borges Center –que también edita la revista Variaciones Borges– no están disponibles los facsimilares de los documentos que Balderston ha venido acopiando desde hace 15 años. “Para acceder a los manuscritos hay que ir a las bibliotecas o conocer a los coleccionistas. Yo los tengo en mi computadora, pero eso no es público y no podría serlo, porque hay que pedir permisos especiales. El archivo digital de Borges no existe, salvo en mi máquina. Uno puede ir a las universidades de Michigan State, Texas o Virginia, o a la New York Public Library y sentarse como investigador y consultar manuscritos, pero después para publicar imágenes de esos manuscritos hay que tener permiso de la agencia que representa a la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, para cada texto”, aclara.
Esa fundación está, desde hace pocos meses, a cargo de los herederos de María Kodama, la viuda del escritor, y con ellos se encontró Balderston en Buenos Aires antes de llegar a Montevideo. La fundación no posee demasiados papeles –Balderston menciona un manuscrito de “Las ruinas circulares” con esbozos ilustrados del templo y de la estatua de figura indefinida–, pero las decisiones de su directiva siguen siendo fundamentales para autorizar lo que se publica en torno al escritor.
De Piglia a Onetti
Borges es el centro, y Balderston es el director del Borges Center en la Universidad de Pittsburgh, pero no la totalidad. Roa, Ricardo Piglia, Juan José Saer, Ocampo y Onetti son algunos de los escritores latinoamericanos del siglo XX a los que este investigador se aproximó por puro interés académico, tras una formación en literatura comparada en universidades estadounidenses y portorriqueñas y una aproximación al idioma español despojada de conexiones familiares.
“Conocí a Piglia en mi primer viaje a Buenos Aires en 1978 y lo traduje. A Saer lo conocí muchos años después por otra vía. También en ese primer viaje me hice muy amigo de José Bianco y después de Silvina Ocampo”, dice en referencia a dos de los impulsores de la revista Sur.
A Onetti no llegó a tratarlo personalmente, pero sí a su viuda. “Llegué a Dolly por Piglia y ella me recibió en Madrid en 1997. Me abrió la puerta, abrió una gaveta y dijo ‘aquí están’ y se puso a llorar y se fue al cuarto. Entonces pasé tres días organizando los materiales que están ahora aquí en Montevideo, en la Biblioteca Nacional. Después ella fue a una papelería y sacó tres copias de lo que habíamos identificado como importante y yo a otra papelería y saqué otros tres juegos en base a eso”.
Ese material, que fue donado por Dolly Onetti a la Biblioteca Nacional en 2009, es el que utilizó Balderston para su trabajo como coordinador de la edición contextualizada de las Novelas cortas del uruguayo, editadas igualmente ese año, el de su centenario. “Eran nueve novelas cortas y pude trabajar con manuscritos de más o menos la mitad, pero la otra mitad nunca apareció, que yo sepa”, aclara.
Balderston tradujo al inglés la novela Respiración artificial, en la que Piglia dedica algunas páginas a parodiar el estilo de William Faulkner y, contiguamente, a parodiar el estilo de Onetti cuando trataba de parecerse a Faulkner. “Bueno, Piglia dice que eso pertenecía a la novela La prolijidad de lo real, que escribió su personaje Emilio Rienzi”, despeja Balderston. En todo caso, como traductor de Los adioses, ¿qué encontró más complicado en el estilo del uruguayo? “Captar esas frases largas con tanto contrafáctico y suposición e insinuación”, responde.
“Los adioses es una obra maestra del potencial del imperfecto subjuntivo, ¿no? Y Para una tumba sin nombre también”, dice, y agrega, respecto a otros problemas de traducción: “En Onetti no hay tantas referencias locales como en Borges o Bioy, pero sí cierto registro del lenguaje oral. No sé si lo capté bien o mal. Fue hace bastantes años. Dolly me dijo que prefería mi traducción al inglés de Los adioses a la otra que había. En todo caso, allí está toda su densidad, su tema con lo que no se sabe, la incertidumbre”.