La décima espinela (o simplemente “décima” o “espinela”) es una de las formas de la poesía en lengua española más practicadas y extendidas, además de ser tan utilizada en el arte culto como en el popular. A diferencia del soneto, una forma mucho más académica, o el romance, cuyo origen es netamente plebeyo, las décimas se hallan tan presentes en los versos de Lope de Vega y Francisco de Quevedo como en las improvisaciones payadas rioplatenses o en los poemas autobiográficos de Violeta Parra. Consta de diez versos, generalmente octosílabos, y habitualmente la estructura de la rima es “abbaaccddc”.1 Otro dato no menor es que probablemente sea la forma poética española más cultivada en Latinoamérica.
Durante las últimas décadas del siglo XX, al menos en el Río de la Plata, la rima y los metros regulares fueron tabú para los poetas jóvenes, considerándose como señal de un estilo anquilosado, y reservándose para letras de canciones o quizá algún uso humorístico. Si bien no puede decirse que haya un masivo retorno a las formas clásicas, desde los 2000 pueden citarse varios nombres de poetas que con menos de 45 años de edad publicaron sonetos, décimas y otras composiciones en rima y metros regulares, como Horacio Cavallo, Fernández de Palleja, Javier Etchavarren o Leonardo de León (llama la atención la falta de nombres femeninos en esta lista, pero listar razones excedería este espacio). Recientemente, Ediciones del Demiurgo ha editado un poemario consistente en 24 décimas del poeta, narrador y docente Miguel Avero (Montevideo, 1984).
Aunque la premisa es sencilla, podría hablarse de un libro conceptual. Cada décima plasma un momento en la rutina diaria, desde el comienzo del día hasta su final. La obra se divide en dos secciones, “Alba” y “Ocaso”, numeradas en romano, cada una de ellas compuesta por 12 poemas, compuestos a su vez cada uno por una décima y numerados en arábigo. Si bien la numeración de los poemas no corresponde a las horas del día en que se desarrollan (hay que tomar en cuenta que el día que se nos muestra es el tiempo de la vigilia), las implicancias connotativas y simbólicas de la elección de este número no dejan de estar presentes, desde el más prosaico (es decir, las 24 horas del día dividido en AM y PM) hasta el más esotérico (en numerología, el 12 representa el orden cósmico en su totalidad y completud, lo que se refleja en número en los signos del Zodíaco, las tribus de Israel y los apóstoles de Cristo). Al final, el autor adjunta unas notas referentes en general al proceso creativo del libro, sin olvidar los agradecimientos hacia quienes colaboraron con la obra y algún dato anecdótico.
Así, recorreremos distintos momentos de un día normal de una persona corriente, que se levanta, se asea, desayuna, va al trabajo y regresa. Todos los poemas están titulados y los títulos son, en su mayoría, bastante literales, refiriéndose sin demasiados rodeos al momento que nos será presentado: “La bañera”, “Desayuno”, “Regreso”, “Mate”, etcétera. Habrá textos que nos llevan a espacios íntimos, hogareños: “La bañera” explora el momento del baño matutino como instancia de encuentro con el propio cuerpo e imagen, “La gata” narra un momento de solaz observando a una mascota. Otros poemas escenificarán el espacio urbano, con varias referencias explícitas al oeste montevideano (Cerro, Paso Molino, donde el autor en las notas informa tener sus lugares de trabajo como docente).
La elaboración poética de estas escenas cotidianas consiste en el foco imaginativo sobre los objetos y el paisaje, donde el recurso literario más frecuente es la personificación. El sujeto de la voz lírica, al parecer, no convive con otras personas, pero los objetos inanimados que acompañan su rutina adquieren vida propia a través de estas personificaciones: “Es la barba bien cumplida/ del decrépito hospital” (“Vilardebó”), “la cuchara plateada/ emprende su recorrida/ –sin que nadie lo decida–/ un salero se atraviesa” (“La comida”). También se personifican conceptos abstractos: “un trayecto adormilado”, “un reflujo de la infancia/ se abalanza y asesina/ al ahora que es errancia”).
No se siente, como podría pensarse, el peso y la opresión de la rutina. El sujeto lírico encuentra momentos de goce en las pequeñas cosas y, aunque se permite dejar entrar en su vida a una “gata prestada” hacia el final del libro, disfruta apreciablemente de sus muchos momentos de soledad. Por otra parte, el autor se toma la libertad de innovar sobre la estructura clásica de la décima: aunque la mayoría de los casos utiliza el habitual “abbaaccddeed”, se encuentran variantes de esta estructura, en alguna ocasión incluso dejando un verso suelto, sin rimar (“abbabcddeed” y “abbacddeed”).
Las ya mencionadas notas del autor también dan cuenta de las que considera sus influencias. Allí declara haberse interesado en las décimas por el poeta cubano José Lezama Lima, y también cita a James Joyce. No obstante, si hubiera que ubicar el libro en una corriente o tradición o genealogía, esta sería una línea muy presente en la poesía uruguaya, probablemente impulsada en gran medida por Mario Benedetti, en la cual el foco está sobre los hechos corrientes, cotidianos, y la imaginación y sensibilidad de personas comunes que llevan una vida más o menos rutinaria, muchas veces, como en este caso, incorporando un inconfundible color local montevideano.
Diario discurrir, de Miguel Avero, 68 páginas. Ediciones del Demiurgo, 2023.
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En esta notación las letras que coinciden corresponden, según el orden de aparición en la secuencia, a los versos que riman. En este caso, por ejemplo, el primero rima con el cuarto y el quinto (A), el segundo con el tercero (B), etcétera. La mayúscula indica rima consonante, y la minúscula, asonante (sólo de las vocales). ↩