El jurado que otorgó a Juan Andrés Felártigas el Primer Premio Juan Carlos Onetti 2022 en la categoría Poesía remarca en su fallo el “lenguaje sencillo, la cotidianidad donde objetos y hábitos dan cuenta de un oficio poético contemplativo y despojado”. La descripción podría aplicarse a muchísimos libros de poesía publicados en nuestro país desde la década de 1950 para acá, pudiendo considerarse una tradición poética uruguaya (especialmente montevideana), que no por revisitada deja de resistirse a morir.

Ya no seremos tapa de disco parece por momentos acercarse a esa poesía urbana y costumbrista, pero se aproxima también a cierta tradición contracultural y rockera que en nuestro país floreció sobre todo a partir de los años 80. Ocurre que, actualmente, mucho de lo que antaño era contracultural se encuentra en vías de incorporarse a lo canónico e incluso académico (por algo acabamos de utilizar la palabra “tradición”, aunque parezca un tanto paradójico), por lo que en estos tiempos resulta plausible encontrar sus resonancias sin la más mínima intención disruptiva.

Felártigas no toma de esta vertiente la reivindicación de un modo de vida outsider (aunque puede haber una pequeña apología de la irreverencia en “Pobresía”), pero sí un trabajo en la imagen donde, vía poesía beatnik y su influencia en el rock y el pop, se perciben algunas trazas de surrealismo, y también se asegura de que esta influencia quede patente en las muchas citas y referencias que contiene el libro.

Es en la creatividad para elaborar imágenes donde reside la mayor fortaleza de su poesía. “La soga del adiós se fue aflojando/ y liberó nuestras gargantas” (“Comenzaste a despedirte”), “La rosa empuñó al hombre/ y las veredas lo pusieron en marcha” (“La rosa empuñó al hombre”), “limpiamos el polvo de los muebles del tedio” (“Felicidad doméstica”), “El día pasa ajeno/ [...]/ apenas sentimos el chirrido/ de sus dientes en el ruido de los autos” (“La mañana siguiente”) y “Esperamos la ruptura del cielo/ mientras guardamos/ esqueletos de gaviotas en los bolsillos” (“Fin del mundo”) son algunos ejemplos de los muchos hallazgos felices, en términos imaginativos, del poemario de marras.

Seguramente uno de los mejores momentos sea el que abre el libro, “Abuelo”, donde se dibuja la presencia de un familiar fallecido, y “dibujar” es una metáfora adecuada para describir el proceso poético: partiendo de un momento introspectivo de la voz lírica, sucesivos trazos van volviendo corpóreo al ausente mediante imágenes que enlazan lo trascendente, lo etéreo, con lo concreto, entre las que se encuentra otra de las mejores y más emotivas del libro, cuando el abuelo “dice que las costuras del cielo/ duelen como la gran puta”.

El duelo, la pérdida, la nostalgia de lo lejano en tiempo o espacio componen la tónica afectiva del conjunto. El ya mencionado y frecuente enlace entre lo abstracto, lo incorpóreo y lo concreto, lo carnal en la confección de las imágenes apunta a dar cuenta de lo efímero e inasible del mundo real, donde lo que parecía sólido e indestructible se desvanece como un castillo de cenizas.

Por otra parte, las muchas referencias a poéticas anglosajonas, sobre todo estadounidenses, tienen un efecto ambivalente entre la familiaridad y la lejanía. Quizá por el hecho de que las referencias a poetas de Uruguay y Latinoamérica son igualmente numerosas, y esto podría funcionar como un anclaje que mantiene presente el lugar de la enunciación. O quizá porque encontrar dos veces en el libro el nombre de Gelman puede evocar a Los poemas de Sidney West, que a su vez evocan la experiencia de leer poesía estadounidense traducida, llevándonos a la siempre presente tensión entre lo local y lo universal.

No obstante, hay que decirlo: son demasiadas referencias, y hay más de un problema con esto. Hay un tema con la al parecer muy bien intencionada selección de las citas: son todas harto canónicas y su aparente diversidad no oculta que se trata de los gustos literarios y musicales de un docente de literatura uruguayo promedio en estos pocos últimos años, por lo que el conjunto cae en una obviedad innecesaria.

Pero, sobre todo, ocurre que muchas veces las referencias son utilizadas como un modo de disfrazar una carencia de los propios textos: en última instancia, si llenamos un libro de poesía con citas de Alejandra Pizarnik, TS Elliot o José Sbarra, más otros ya mencionados, algún buen verso va a haber en él; el tema es que podría no ser ninguno de los versos de quien figura como autor del libro (a no ser que este sea Washington Benavides, para mencionar a alguien que utilizó en forma extraordinariamente eficaz la referencia como recurso). Podría pensarse que es el caso de este poemario, cuando no es así: los textos por sí solos se sostienen, sin necesidad de tantas legitimaciones.

Ya no seremos tapa de disco, de Juan Andrés Felártigas. 72 páginas. Yaugurú, 2024.