En los últimos años, Nicolás Alberte dio a conocer dos novelas extensas y ambiciosas: la cosmopolita Te odio, eternidad (2018) y la formidable antipolicial Amantísima (2021). A pesar de que se trata de piezas relativamente breves, los relatos de Una empresa llamada la humanidad, su primer libro de cuentos, continúan las exploraciones de esa obra reciente.
“El hijo de un padre con un tumor cerebral al cual tenía que llevar, cuando ya estaba desahuciado, en un viaje redentor hacia una tierra mística y sanadora, o un productor de películas pornográficas que descubría una gran verdad durante muchos años oculta sobre su mentor, o el clásico escritor fracasado con una madre castrante y, para más inri, un bloqueo creativo, que escribe encerrado sin ver a nadie, para no matarse, de un modo delirante [...], y espera que sobrevenga el fin del mundo, o ese mismo escritor imaginando que ve el fin del mundo pero desde el más allá, o el artista en busca siempre de nuevas formas de matar a su madre, o la típica exestrella de música pop edípica envejecida y venida a menos, recuperándose de una adicción eterna a las drogas, o el hijo de un padre internado en un psiquiátrico, con el cerebro frito por las drogas consumidas durante los años 60, o un poeta al borde de un ataque de nervios en un congreso exasperante al que el invitado principal, ergo, la poesía, nunca llega”.
Tales son los protagonistas de ocho de los nueve cuentos de Una empresa llamada la humanidad, y la descripción, más o menos exacta, está contenida en el relato restante: corresponden a las versiones de sí mismo que un hombre imagina que podría ofrecer a los distintos terapeutas que, cree, pueblan los consultorios contiguos al de su psicóloga, quien además (o sobre todo) oculta ella misma una verdad horrenda.
Así de imbricados están los relatos de Una empresa llamada la humanidad, y en esa necesidad de conectarlo se reconoce un proyecto personal. Contribuyen a él la profusión de referencias a la alta cultura (ahora pintura renacentista) y la cultura pop (escritores estadounidenses contemporáneos), y sobre todo se acentúa en esta colección de cuentos la tendencia a una escritura con voluntad de universalidad, tanto por el lenguaje despojado de (lo que aquí reconocemos como) localismos como por el asunto abordado –las diversas formas de la infelicidad– y el ángulo de ataque –una especie de agotamiento metafísico–.
El efecto de ese encare es generalmente la sensación de saludable distancia respecto a lo narrado, reforzada ahora por las constantes alusiones geográficas a Norteamérica (México, principalmente) y matizada por puntuales irrupciones de un humor emparentado con la desesperación. En el cuento final, ese que apunta a sus predecesores, el protagonista, en medio de su última sesión de análisis, destripa los juegos de seducción que entablan los padres separados cuando se cruzan en parques infantiles y comenta críticamente un ensayo del escritor Jonathan Franzen, antes de contemplar con terror a su analista.
Hay, en los mejores momentos de Una empresa llamada la humanidad, algo del Borges que busca lo perdurable a través de la limpieza de cada frase y la disposición geométrica de cada situación, a pesar de que el ánimo apocalíptico confunda. Y aunque ya no sorprenda, es notable el uso que hace Alberte de distintos formatos (diarios, testimonios, notas al pie) como excusas para instalar la ficción.
Una empresa llamada la humanidad, de Nicolás Alberte. 190 páginas. Estuario, 2024. Obras de Nicolás Alberte en Biblioteca país.