Publicado originalmente el 12/05/2008.
Pasó algo raro: un dominicano –un hispano- ganó el premio literario más prestigioso de Estados Unidos, el Pulitzer. Aunque no es la primera vez que alguien proveniente de una minoría étnica consigue una distinción literaria de peso (pensemos en la afroamericana Toni Morrison) y aunque en el norte hay una nueva fiebre por la literatura de inmigrantes (la última selección de escritores jóvenes realizada por Granta-Alfaguara es un buen muestrario), la premiación de Junot Díaz abre una esperanza.
No es novedad que las comunidades latinoamericanas tienen un peso creciente en la cultura estadounidense, y que desde ahí lo reparten al resto del continente. El mecanismo funciona aceitadamente en lo musical y lo audiovisual, pero ya era hora de que diera algo más que Gloria Estefan y Sábado Gigante. Que quede claro: lo que hace Junot Díaz no es el equivalente novelesco de El show de Don Francisco.
Dominicano en New Jersey
Si uno leyó a Stan Lee, mejor. Si no, no importa; probablemente algunas metáforas de La maravillosa vida breve de Óscar Wao le parezcan producto de la imaginación desbocada de Díaz –cuando en realidad comparan imágenes muy precisas-, pero el sentido general permanecerá. Ahora, si uno tampoco está familiarizado con la saga de El señor de los anillos ni conoce algunos rudimentos de los juegos de rol, tal vez se distraiga un poco leyendo esta novela. Porque se trata de la vida de un nerd que vive entre cómics, libros de Tolkien y cartas mágicas, y está contada por alguien muy, muy cercano a él.
Como casi todos los nerds, Óscar Wao no nació destinado a serlo. Es difícil precisar qué lo apartó de la vida de galán dominicano a la que parecía encaminado en su primera infancia: si un temprano fracaso romántico, si la afición al aislamiento que impone la lectura, si su creciente tendencia a acumular grasa corporal. O, si como creen todos los implicados en el asunto, todo se debe al fukú, una especie de maldición americana que esperaba a Colón en las primeras islas que descubrió (hoy República Dominicana) y que se pega con especial maldad a los Cabral, la familia de Óscar (Wao, veremos, no es su verdadero apellido).
La novela es, en una parte, la historia de esa familia: la del pobre Óscar, infeliz inadaptado para las relaciones de pareja, la de su madre, que debe abandonar Dominicana por New Jersey, la de su hermana, que alterna entre Estados Unidos y la isla, la de su abuela adoptiva, verdadera matriarca que sostiene al clan, y la de su abuelo real, un médico intelectual destruido por la dictadura de Trujillo. Pero también es la historia de la República Dominicana, que es anotada concienzudamente en abundantes, eruditas, divertidas y a la vez sombrías notas al pie. De hecho, puede decirse que La maravillosa... tiene dos líneas principales, una más tradicional, contada en el cuerpo de la novela, y otra ensayística, acometida en las notas al pie.
Por este lado, es claro ver la vinculación de Díaz con esa tradición norteamericana (o anglo) de escritura enciclopédica, aluvional y estilísticamente bienhumorada que encarna tan bien Thomas Pynchon (y que comienza tres siglos antes alrededor del irlandés Laurence Sterne), pero, aunque la referencia inmediata al “abuso de la letra chica” es el recientemente fallecido David Foster Wallace (fijarse en La broma infinita), la “patente” del procedimiento está escrita en una novela, Pálido fuego, de otro no nacido en Estados Unidos, el ruso Vladimir Nabokov.
La explotación de las notas al pie, sin embargo, es el menos inquietante de los recursos que comparten las novelas de Díaz y Nabokov. Está el tema del narrador. Por ejemplo, en Pnin, del ruso, descubrimos de a poco que la vida de un triste profesor inmigrante es relatada por su archienemigo, un exitoso profesor inmigrante (muy parecido a Nabokov). En La maravillosa vida de Óscar Wao el que nos habla es, igual que Óscar, un escritor de ciencia ficción de origen dominicano al que sin embargo le ha ido bien en la profesión y en el amor. ¿Es Junot Díaz el que habla? En todo caso, es Yunior, personaje que protagonizaba su anterior obra, una colección de libros titulada, según el lugar de publicación en español, El ahogado, Los Boys o Negocios (en inglés es unívoco: Drown).
El rey del spanglish
Drown llamó la atención de la crítica norteamericana, entre otras cosas, por su uso del idioma. Para el académico Ilan Stavans, los libros de Díaz son la cumbre de la literatura en spanglish, sea lo que sea esta combinación de inglés y español. Pero, aunque el estatus del spanglish a nivel idiomático es discutible (si su sintaxis es la del inglés y solo se trata de agregarle sustantivos y calcar algunas estructuras, entonces es difícil hablar de una lengua), es innegable el ascenso de una literatura de raíz hispana en Estados Unidos.
El mérito de Junot Díaz es haber llevado esa voluntad de expresar los orígenes lingüísticos a la literatura mainstream. El tex-mex experimental de Gloria Anzaldúa (1942-2004) y su Borderlands/ En la frontera (1987) encarna muy bien el esfuerzo por insertar la cultura latina en Estados Unidos, pero tiene las lógicas limitaciones del activismo que defiende a una minoría sexual (lésbica, en su caso) o étnica. Del otro lado, la dominicana Julia Álvarez representa un movimiento opuesto, consistente en reelaborar la literatura femenina de denominador común, tipo Marcela Serrano o Isabel Allende, desde dentro de Estados Unidos, con un éxito comercial atendible, pero sin metas artísticas notables.
Los cuentos y la novela de Díaz no tienen recorto y pego idiomático, como los de Anzaldúa, sino que están escritos en inglés; un inglés de ritmo juguetón y giros particulares –que la traducción reproduce a la perfección-, pero que confía en que quien no domine la jerga de los dominicanos migrantes podrá de todos modos ir entendiéndola por contexto. Pequeño ejemplo: pasada la mitad de la novela, se relata un episodio donde queda claro que el nombre “Wao” es una transliteración: a Yunior, Oscar se le aparece tan extravagante como Wilde, otros dominicados menos educados lo escuchan decirlo y hacen la conversión a spanglish.
De alguna manera –y desde la costa opuesta de Estados Unidos, ya que Díaz trabaja en Nueva York-, el dominicano está conectado con los hermanos Jaime y Gilberto Hernández, creadores de la revista Love and Rockets, una obra mayor del cómic de los 80 y 90, y un pico de la integración creativa méxico-californiana.
Entre Tolkien y García Márquez
La novela de Díaz no dialoga solamente con la literatura norteamericana o con la de su país (de paso: Julia Álvarez, por En el tiempo de las mariposas, al igual que Vargas Llosa, por La fiesta del chivo, son castigados en las mencionadas notas al pie por su simplificación de episodios de la historia dominicana). Es imposible no ver a García Márquez en el horizonte fantástico que plantea Díaz, pero sobre todo está esa afición a la genealogía (que el colombiano tomó de un norteamericano, Faulkner, y que este tomó de un francés, Balzac) unida a la idea de maldición familiar que es el centro de Cien años de soledad.
Y hay más García Márquez, porque, desde el título, igual que en Crónica de una muerte anunciada, sabemos que la vida de Oscar es “breve” (ver a La vida breve de Onetti acá sería exagerado). Debidamente, Díaz cuenta el previsible final del personaje, que, más o menos conscientemente –tiene tendencias suicidas- regresa para morir a la patria de sus padres.
Y, si hablamos de Sterne y Tristam Shandy, no se puede dejar de mencionar al Quijote. El humor para titular los capítulos, las referencias sorpresivas al lector, las confesiones metanarrativas (en una nota al pie se aclara que se adelantó el año de surgimiento del baile del perrito por motivos estéticos), la gran mezcla de cultura popular y alta cultura (o historia pura y dura, en este caso) son superaciones suavizadas de lo que hacían los escritores posmodernos norteamericanos en los 60, pero en muchos casos se trata de estrategias que ya había ensayado Cervantes.
Ignatius J Reilly tenía razón
Lo nerd es un repliegue de la cultura sobre sí misma, en el mismo sentido que el heavy metal es la fijación infantil en lo más rockero del rock. Infantil, de todos modos, no es sinónimo de superficial. La novela de Díaz rescata a la subcultura nerd –que con sus múltiples variantes ya ha hecho mucho por producir individuos socialmente exitosos- en dos movimientos. Uno ya se mencionó y es técnico: las referencias a la historieta, a la literatura y al cine de ciencia ficción y fantasía son usadas “desde adentro”, es decir, se exige un dominio de sus códigos, aunque sea parcial, por parte del lector.
El otro movimiento es temático. Lo que propone Díaz, al describir a un rey de los nerds dominicano radicado en Estados Unidos, es una transversalidad que supera la división latino-anglo. Óscar Wao no sólo es de hijo de inmigrantes, sino que vive en un suburbio de Nueva Jersey, a su vez periferia cultural de Nueva York; como nerd de los 70, es una especie de marginal, pero al mismo tiempo, al plegarse a una subcultura que no es tan cerrada como puede pensarse (existen los camaradas) pasa a integrar un universo donde lo determinado por el origen social no es limitante. Se puede ser nerd en Manhattan, en un suburbio de New Jersey (o de New Orleans: La conspiración de los necios), en una aldea colombiana o un barrio de Montevideo, y las maravillas de internet no han hecho sino aumentar las posibilidades de conexión (la limitante ahora sería el acceso a banda ancha).
Desde este punto de vista, lo que hace Díaz es integrador de una manera original: une a las tradiciones anglo y latina no sólo a través del idioma y la literatura, sino atravesándolas con la representación de un grupo cultural que relega a un lugar secundario los aspectos históricos de la identidad.
La fórmula americana
La maravillosa vida breve de Óscar Wao llega, como ya se anotó, gracias a que ganó un premio importante. A su autor, nacido en Santo Domingo en 1968, le llevó doce años escribir la novela, y sería inocente no advertir que de alguna manera es un relato escrito para ganar un premio. Pero a no olvidar que fue otro premio el que le dio visibilidad al que es considerado el último gran autor latinoamericano: Los detectives salvajes ganó el Rómulo Gallegos en 1999. Puede discutirse si la épica de Díaz es más modesta que la de Roberto Bolaño, pero también hay que tener en cuenta que el chileno no fue un fenómeno instantáneo.
A este respecto, una última observación. La novela de Díaz, -escrita en inglés por un autor bilingüe pero traducida al español por un tercero- nos llega a través de un sello asociado a la editorial Sudamericana, la colección Mondadori, que está publicando a lo mejor de la literatura joven norteamericana partir de su absorción por la multinacional Random House. Una de las lecciones que dejó el fenómeno del boom es que la desconfianza en las grandes maniobras comerciales no debe trasladarse automáticamente a las obras que vehiculizan. Justamente, Sudamericana fue la editorial que en 1967 (entonces desde Buenos Aires) difundió por todo el continente esa novela made in Colombia llamada Cien años de soledad.
La maravillosa vida breve de Óscar Wao, de Junot Díaz. Traducción de Anchy Obejas. 308 páginas Random House Mondadori – Sudamericana, Buenos Aires, 2008.