Tuyo siempre reúne varios relatos inéditos de Sebastián Pedrozo con algunas piezas que ya había publicado en La Propia Cartonera en 2012, como “Malas tierras”. En paralelo a su exitosa trayectoria como narrador de literatura infantil y juvenil, Pedrozo viene esbozando desde hace años un universo literario propio, una poética y narrativa que se entrecruzan, marcadas por la primera persona y las alusiones a un mundo autoficcional, donde el pasado permea el presente y los personajes reaparecen: la bruja, los salvajes, el territorio, la familia.

El volumen podría dividirse en dos bloques. Por un lado, el relato que le da nombre, “Tuyo siempre”, cuyo narrador, parcialmente involucrado, nos cuenta una historia a pedido, una historia que necesita ser contada. Un relato que actualiza el género terror o terrorífico en la violencia doméstica, con un despojo carveriano de oraciones cortas, precisas, de un realismo crudo y cotidiano, y que se va enrareciendo, cargándose de ominosidad. Una casa en la costa es el resguardo de una madre y dos hijas pequeñas que reacomodan su mundo luego de un episodio traumático que se sugiere, pero que no se explicita. Una aparición pesadillesca y fantasmal, un cuerpo que vuelve de un pasado, no poder borrar del todo las huellas del acto de violencia definitivo, pero a la vez liberador.

El otro bloque, y también el más sustancial, incluye “La provincia intermedia”, “Malas tierras”, “Diamantina”, “Órganos internos” y “Avalancha”, y podría funcionar como una suerte de novela: los cuentos serían episodios, engranajes de una misma historia que tiene sus bifurcaciones, pero que en esencia podría funcionar como unidad. Los relatos están conectados por una voz narrativa en primera persona, que no podemos separar completamente del autor, porque hay permanentes juegos de tensión entre lo autobiográfico y la ficción.

El punto central de estas historias es el territorio: el oeste de Montevideo, Colón, calle Fortet, el norte o “la provincia intermedia”; una especie de no lugar o lugar fuera del tiempo, “donde vivíamos nosotros, lejos del centro, lejos de las plazas y los semáforos”, un territorio fronterizo, a veces desdibujado, entre el campo y la ciudad, entre lo civilizado y lo bárbaro, que es periferia y también espacio de condena, violencia, drogas y delincuencia. Aparece la experiencia de la pandilla barrial que ataca en grupo, que busca una víctima para validar esa fuerza e ira contenida (un perro vagabundo que se le cruza, un tipo con su novia, la naturaleza), una violencia localizada que en el fondo oculta una violencia más arraigada y estructural: la injusticia social.

La violencia telúrica que identifica al personaje con ese territorio salvaje viene acompañada de la herencia familiar del protagonista, un árbol genealógico dañado. Ambos espacios, el territorial y el familiar, parecen permeados por lo real maravilloso; como en la obra de Rulfo, se trata de un páramo en el que los fantasmas y los muertos son parte de la vida y el paisaje cotidiano del protagonista. Abundan los personajes que permanecen en un limbo entre la vida y la muerte, que son producto del territorio: brujas que crean gualichos, una abuela condenada por su pasado, una maldición heredada, vecinos con historias extraordinarias. La violencia parecería sólo poder explicarse con lo inexplicable, con lo que está más allá.

“Los salvajes son menores. Impunes, nadie denuncia”, “los salvajes abandonan todo”, escribe Pedrozo. Refiere a la niñez y la inocencia tempranamente arrebatadas entre la violencia cotidiana, las necesidades y el hambre; a la posibilidad de la magia que se corta con el despertar sexual, y en el momento clave de definir el destino posible quedarse o huir del territorio.

Escapar de ese lugar parece ser la única posibilidad; la alternativa es la muerte, la zanja o la mala vida. En ese sentido, el oeste montevideano no está idealizado en la narrativa de Pedrozo; tiene sus complejidades, pero sobre todo se erige como espacio apocalíptico, es decir, un espacio marcado en forma negativa sin aparente posibilidad de redención.

En su conjunto, estas narraciones proponen la búsqueda y construcción de una identidad propia a partir de la reconstrucción del origen, la memoria y la historia familiar. El personaje intenta combatir las imposibilidades inherentes a ese origen: cómo salir de esos espacios que nos constituyen, puesto que se puede huir de un lugar, pero hay algo que permanece en el resabio de nuestra configuración más profunda. Uno puede escapar del territorio, pero los fantasmas personales no necesariamente quedan en el pasado. “Todavía estoy muerto de miedo y violencia”, nos dice el narrador en el penúltimo relato.

El libro culmina con una declaración de identidad, una especie de confesión, un gritar al mundo lo que se es. La pregunta queda latente: ¿hay posibilidad de reconciliación con el pasado? La alternativa de la violencia parece ser la creación.

Tuyo siempre, de Sebastián Pedrozo. 104 páginas. Editorial Club, 2024.