En una controvertida cita vertida en Ficciones, Jorge Luis Borges evocaba con cierta nostalgia los albores decimonónicos en los que vio la luz la obra de Robert Louis Stevenson, cuando “no había (sin duda felizmente para los niños) literatura infantil”. Aunque esto pueda ser discutible según variadas apreciaciones, es verdad que muchas generaciones absorbieron en su infancia relatos creados por autores que, como Stevenson, Jules Verne, Emilio Salgari, Rudyard Kipling y tantos otros, también debían conquistar a un público adulto.
Mario Delgado Aparaín (1949) no ha dado señales de pretender que su última novela, La fábula de la condesa Andrea y su abuela Justiniana, sea leída como literatura infantil o juvenil. No la publicó en una editorial o colección especializada, ni tampoco hay alguna alusión a un tipo de nicho de público previsto para el libro en entrevistas concedidas en ocasión de su publicación, o en la forma en que la editorial o las distintas librerías que ofrecen el volumen lo publicitan (sí es el caso, por ejemplo, de otra publicación del autor, La taberna del loro en el hombro, editada por Banda Oriental en 2019, que también es una historia de piratas en la que ocurren viajes temporales). No obstante, si pasamos por alto el hecho de que hay un par de muertes de personajes secundarios y un atisbo de reflexión sobre temáticas espinosas como la esclavitud, la migración ilegal y la indigencia, pareciera que el lenguaje sencillo, dinámico y enfocado hacia la acción, la omisión de la sexualidad más allá de un enamoramiento platónico muy sutilmente esbozado y una apreciable potencialidad didáctica con relación a la comprensión de hechos históricos con distintos grados de cercanía en tiempo y espacio emparentan la novela con productos generalmente concebidos para un cierto sector etario, y las ilustraciones de la italiana Beatrice Gaspari refuerzan esta impresión.
La forma en que el autor ha presentado este texto puede constituir también una clave de lectura. La palabra “fábula” notoriamente no está aquí puesta en su acepción más estricta: si bien hay un muy explícito posicionamiento ético y moral al final, es con relación a una contingencia histórica concreta cuya relación con el resto de los componentes del relato no es para nada forzosa. Pero algunas acepciones recogidas por el diccionario de la RAE equiparan la palabra “fábula” en sentidos más amplios a la narración de hechos mitológicos o fantasiosos, y, en una reciente entrevista con Jaime Clara en Radio Sarandí, el autor de La balada de Johnny Sosa expresó que, más que Esopo o La Fontaine, su fábula se encuentra cerca de Jonathan Swift o, para traer un ejemplo vernáculo, de Las aventuras de don Juan el Zorro.
Quizá la decisión de no presentarlo como libro infantil o juvenil (una estrategia que en términos de ventas podría ser fructífera) se relacione con la idea de buscar esa universalidad de lo mágico, lo mítico, lo ancestral, los simbolismos profundos sobre el mar y sus monstruos, la potencia comunicativa del personaje de una anciana bruja blanca como Justiniana, la idea de nobleza de cuna asociada a nobleza de espíritu tan cara a los cuentos de hadas, legitimando, a través de una doncella de fina estirpe, a un héroe devenido en tal desde una trayectoria muy antitética y hasta criminal, tópico de las historias de piratas.
Cabe también decir que gran parte del público uruguayo tiene una reticencia un tanto prejuiciosa hacia las literaturas no realistas, especialmente en ciertas generaciones entre las que se cuenta la del propio autor, por lo que presentar este relato sin la comodidad de mostrarlo como dirigido a público no adulto es una decisión bastante jugada.
Para hilvanar esta novela, Delgado Aparaín recurrió a tres relatos históricos que, en el mundo real, no tienen ninguna vinculación. Por un lado, las andanzas del corsario francés Étienne Moreau en las costas de Valizas a comienzos del siglo XVIII. Moreau era un traficante de esclavos que se instaló en la localidad rochense y convivió con guenoas, enseñándoles a hablar francés e involucrándolos en un tráfico de cueros de ganado cimarrón con el vecino Imperio portugués, negocio que sería finalmente proscrito por el primer gobernador de la recientemente fundada Montevideo, el celebérrimo don Bruno Mauricio de Zavala.
Por otro lado, el triste final del conde siciliano Andrea Chiaramonte en los últimos años del siglo XIV, ajusticiado en su propio palacio por las fuerzas de Martín I de Aragón. Según la historia, su linaje murió con él.
Por último, ciertas crónicas sobre el filósofo Epiménides, que vivió en el siglo VI a. C., célebre sobre todo por haber generado involuntariamente la llamada “paradoja del mentiroso”, al afirmar que todos los cretenses eran mentirosos siendo él mismo cretense. Pero lo que se toma en esta novela son ciertas especulaciones bastante probables de que Epiménides se hubiera iniciado en cultos chamánicos del Asia Menor además de una fabulosa anécdota sobre una siesta de 57 años, que parece un antecedente directo del clásico “Rip van Winkle” de Washington Irving.
En La fábula de la condesa Andrea..., el conde Chiaramonte sí dejó descendencia, una muchacha también llamada Andrea (en italiano es un nombre tanto femenino como masculino), que es secuestrada tres siglos después por Moreau (cabe apuntar, aunque sea un defecto un tanto menor, la falta de explicación de los saltos temporales) en su natal Cefalú, donde sobrevive camuflada como humilde lustrabotas. A su vez, la joven Andrea cuenta con una protectora, la abuela Justiniana del título, una anciana hechicera de ojos asiáticos, descendiente de Epiménides, y heredera de sus artes chamánicas.
Cualquier relato ambientado en la América colonial es una oportunidad para pintar una diversidad étnica apreciable sin temor a que ello sea objeto de polémicas relacionadas con el rigor histórico. Pero lo que hay aquí no es un gesto reivindicativo o inclusivo pour la gallerie, sino una genuina interrogación sobre lo humano, a través de preguntas, respuestas y símbolos que la humanidad misma ha elaborado en distintas épocas, lugares y culturas para explicarse su siempre incierto y misterioso devenir sobre la Tierra.
La fábula de la condesa Andrea y su abuela Justiniana, de Mario Delgado Aparaín. 144 páginas. Seix Barral, 2024.