Eduardo Aguirre (Montevideo, 1979) ha publicado dos libros de cuentos, El último canalla (2006) y Una minúscula rueda dentada (2013), participó en los Cuadernos de Ficción de Estuario Editora en 2015 y 2019, y obtuvo una mención en los premios Onetti de 2014 por una novela aún inédita. En la solapa de su tercer libro individual, Amores desiertos, se apunta ante todo que “fue parte de la última generación de talleristas de Mario Levrero”. Si bien la narrativa de Aguirre no se corresponde en todos los aspectos con la de su maestro, es imposible no evocarlo atendiendo al tratamiento de un tema que unifica todo el libro desde su título: el amor y el deseo, desde una perspectiva masculina y heteronormada (dicho esto de manera puramente descriptiva), dentro de una trama laberíntica en la que el deseo del protagonista, invariablemente hacia una mujer, se ve constantemente frustrado por desencuentros, malentendidos y otras trampas del azar.

El narrador-protagonista de los cinco cuentos podría ser el mismo personaje; en tres de ellos trabaja en una librería y en los demás su ocupación no se explicita. Principalmente, en “El cuaderno de astronomía (sayonara)” y “Ella” hay una especie de eco de las figuras femeninas de Levrero, que aparecen y desaparecen durante las distintas búsquedas del protagonista, y le generan expectativas de romper el círculo de soledad y ensimismamiento. Constituyen ellas, en sí mismas, una suerte de imagen simbólica del deseo.

También se emparenta con la literatura de Levrero cierta minuciosidad en la descripción de espacios, trayectos y rutinas, lo que produce un efecto de realismo que no se quiebra, como sí ocurre en los textos de Levrero. Aguirre no explora esas zonas alternativas a la realidad, o más bien a la conciencia o la racionalidad. Sólo en dos ocasiones se insinúan soluciones no realistas que finalmente no se concretan: en uno de los cuentos se narra un sueño, pero dejando meridianamente claro el dominio de cada plano de conciencia, y sin que siquiera el sueño mismo tenga elementos sobrenaturales, y en otro, la posibilidad de una explicación sobrenatural o al menos llamativa de un hueco en la memoria del protagonista se resuelve en forma bastante prosaica y terrenal.

En “El cuaderno de astronomía (sayonara)”, una reunión de excompañeros de secundaria reaviva un amor de la adolescencia en el protagonista, quien descubre que a lo largo de los años el sentimiento permanece tan invariable como los desencuentros y malentendidos que se suceden una y otra vez. “La joven edad” narra una penosa e irreversible discusión que podría conducir a la ruptura de una pareja, discusión originada en un hecho banal y derivada hacia extremos grotescos. En “Ella”, otra ruptura de pareja coincide con el inicio de la pandemia de 2020, que quién sabe cuántos años más seguirá narrándose en la literatura mundial, y que no podía no tentar a un escritor tan atento a los desencuentros amorosos y existenciales y a su aleatoriedad y fatalidad. “Placeres culposos” tiene una cierta particularidad: no se centra en los deseos del protagonista hacia una pareja femenina, sino en lo que le provocan los frecuentes abordajes de otro hombre, llevando a una bastante cómica incomodidad ante la posibilidad de un cortejo homosexual. Por último, en “El padre”, el protagonista logra establecer una identificación con su padre recientemente fallecido, mayormente ausente en vida, a través de la revelación de un amor secreto.

El libro no deja de ofrecer muchos aspectos interesantes desde el análisis crítico con perspectiva de género, que, contrariamente a lo que podría pensarse, no sólo aplica a literatura escrita por mujeres o disidencias. La construcción del varón deseante y la mujer deseada, que durante siglos fue la imagen del amor en términos universales, es en sí misma una exploración de la masculinidad heterosexual, y merece una indagación un tanto más fina que situarse en la vereda de enfrente con la única intención de distanciarse de eso que llamamos “lo hegemónico”.

Es también un elemento a destacar el manejo de un cierto humor ligeramente amargo, que roza el absurdo sin entrar de lleno en él, basado en los “ruidos” en la comunicación humana y en los más mínimos devenires del infortunio sentimental, en cómo el hecho o la palabra más insignificante genera abismos entre dos personas. En alguno de los cuentos también se hallan presentes los modos de relacionamiento contemporáneos, el buscar viejos amores en Facebook o recibir confusos mensajes virales durante la pandemia, aunque solamente para dejar en evidencia que en un mundo hiperconectado es igualmente posible que alguien se aleje para siempre al menor descuido.

Amores desiertos, de Eduardo Aguirre. 100 páginas. Editorial Ocho Ojos, 2024. El libro se presenta el jueves 8 a las 19.00 en el Centro Cultural Charco (Maldonado 1477). Conversarán Manuel Soriano, Deborah Rostán y Agustín Acevedo Kanopa.