El escritor argentino Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967) estuvo en la reciente Feria Internacional del Libro de Montevideo para presentar la novela Demasiado lejos, su particular abordaje de la guerra de las Malvinas, ese conflicto bélico ocurrido entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982. Lejos de las islas, los múltiples personajes de la novela viven la confrontación con los ingleses desde la distancia, en una Buenos Aires eufórica y efervescente, bajo la égida de la dictadura militar y entregada a un patriotismo que no contemplaba la posibilidad de la caída, de las múltiples caídas.

Demasiado lejos es una novela coral, episódica, que sigue a un grupo de personajes que no se cruzan pero que viven de cerca el mismo suceso. Al leerla, pensaba en esos grandes frescos colectivos de otra época como Manhattan Transfer, de John Dos Passos, o Berlin Alexanderplatz, de Alfred Döblin. Observo también un uso preciso y sostenido del narrador omnisciente. Quisiera que me contaras un poco sobre la composición formal de la novela, que se distancia bastante de la abundante ficción fragmentaria, en primera persona, que circula por esta época en el mercado editorial.

Coincido contigo en que la novela tiene una estructura clásica, pues creo que uno escribe lo que le gusta leer. A mí me gusta que me cuenten una historia, que me compartan una trama que me asome a ciertos mundos, más allá de la trama, emocionales, intelectuales o filosóficos, pero mientras me cuentan una historia. Creo que esa palabra es clave, el “mientras”, porque ahí está el soporte. El narrador omnisciente que trabajo en esta novela tiene la particularidad de que cambia el punto de vista capítulo a capítulo. Digamos que es un omnisciente parado en el hombro de un personaje, que va rotando de personaje en cada círculo. Por ejemplo, los tipos que se encuentran en el bar Asturias: hay cinco personajes, pero el punto de vista va rotando sobre tres de ellos.

Ese es el narrador omnisciente que más me gusta, no el que va y viene en la misma escena. Si esta conversación que estamos teniendo, por ejemplo, fuera un capítulo de una novela, no iría de uno al otro, sino que elegiría a uno de los dos. Y capaz que en otro capítulo elijo a otro. El narrador omnisciente clásico, ese que lo sabe todo de todo el mundo, me genera un poco de ruido.

La novela se enfoca en una serie de personajes atravesados por el conflicto de Malvinas, pero en ningún momento la acción se sitúa directamente en las islas. ¿Cuál fue tu contacto con el momento histórico en sí –eras un adolescente– y tu vinculación con el espacio geográfico al momento de escribir la novela? Supongo que a la memoria personal de aquel tiempo le debés haber sumado muchas horas de investigación.

Cuando pasaron los hechos yo tenía 14 años, por lo que tenía una gran cantidad de recuerdos, lo cual es un peligro a la hora de escribir. Cuando digo “peligro” creo que entendés a qué me refiero, porque una cosa es la historia y otra es la memoria. Si bien las dos son importantes, no son lo mismo, y el peligro está en confundir tu memoria subjetiva, emocional y sentimental con un pasado colectivo compartido. En muchos casos coincidían mis recuerdos con esa base documental que fui construyendo, y en otros casos no.

Naturalmente, a mis personajes intenté situarlos sobre esa base de conocimiento y no de recuerdos personales, aunque al momento de dotarlos de impulsos sentimentales fue diferente, pues recordé mis propios entusiasmos y la euforia que yo vivía a mi alrededor. Desde mi memoria pude construir, sobre todo, a los personajes que más se entusiasman con todo lo que estaba sucediendo, por mi propia vivencia y por lo que veía alrededor. Las disidencias me dieron más trabajo porque eran enormemente minoritarias y tácitas en general.

Disidentes que, además, supongo, la deben haber pasado muy mal...

El único disidente público, no me atrevería a decir de la esfera política porque la política como tal no se veía así en plena dictadura, fue Raúl Alfonsín. Recuerdo a Alfonsín tomando distancia de lo que estaba haciendo la dictadura en Malvinas y recibiendo improperios de todos lados.

Hablemos un poco de los personajes. Los protagonistas son múltiples y variados: un mozo y un cocinero de la Casa Rosada, el dueño español del bar Asturias, los cuatro parroquianos del bar, la novia de uno de los soldados, una secretaria de la embajada, un militar arribista... ¿Cómo decidiste quiénes serían los protagonistas? ¿Te basaste en personas reales que conociste, en algún caso?

Necesitaba cubrir diferentes necesidades narrativas. Por un lado, pintar un fresco de toda una sociedad, para lo cual necesitaba diversidad de edades, sociales y de género. Y también tenía un problema estrictamente literario: tengo que partir de la base de que vos, como lector, no tenés todo el background que tengo yo sobre la guerra (por mi edad, mi nacionalidad y por todo el laburo que me tomé), y yo tengo que compartirte información que no puede empantanarse en una narración explicativa, pedagógica, que te saque de adentro de lo que te estoy contando, como si de una exposición académica se tratara.

Foto del artículo 'Eduardo Sacheri: “Malvinas es un tema incómodo porque es incómodo lo que hizo la sociedad argentina”'

La selección de los universos de la novela tiene que ver con el hecho de aportarle al lector ciertos pilares explicativos. Por ejemplo, para empaparte de lo que estaba pasando diplomáticamente en Argentina está el personaje de Alcira; para ponerte en contacto con lo que hacían los medios de comunicación están los personajes del bar; para entender ese filón de oro que encuentra la dictadura militar está ese supuesto estratega comunicacional, que es el militar arribista. Te diría, entonces, que los personajes nacen como una necesidad estructural, y el lector los recibe humanizados, con todos sus pliegues y matices.

Hay muchos elementos de época, de la cotidianidad, reflejados en el día a día de los personajes, pero quiero detenerme especialmente en el rol de los diarios que muchos de los personajes leen con especial atención, siguiendo de cerca todas las novedades del conflicto. En una época en que los diarios en formato papel están en retirada y la gente se informa por la web o por las redes sociales, tu libro pone sobre la mesa la importancia de la prensa escrita.

Han pasado 40 años de esos sucesos y creo que hay cosas en las que ambos mundos se parecen, pero es cierto que la circulación de la información ha cambiado de manera pasmosa en este tiempo. La guerra de las Malvinas, fuera de las Malvinas, en Argentina, es un relato, una narración, algo que nos contaba un muy pequeño número de emisores: cuatro canales de televisión, las radios (que son todas del Estado) y algunos diarios y revistas. Toda la sociedad organizó su percepción del conflicto y el debate en base a esas muy escasas fuentes, que además coincidían, en general, en el enfoque que proponían.

Además, hay un preconcepto, que es el de que para la dictadura militar ofrecer una mirada triunfalista fue clave para sostener un consenso social enorme durante dos meses y medio. La dictadura proyectó una imagen de éxito, y es interesante ver cómo los medios de prensa privados hicieron lo mismo. A los diarios y a las revistas no los obligaron, sino que se subieron a esa euforia por convicción, por participar en todo ese festival de argentinidad y porque vendieron un montón.

Tengo la percepción, de mero lector, porque no he estudiado el tema, de que, a diferencia de la dictadura militar, que ha generado abundante literatura y diversos abordajes cinematográficos, Malvinas no ha sido tan visitada por la ficción. ¿Compartís ese parecer?

Hay algunos textos muy buenos como Los pichiciegos, de Fogwill, y otro de Carlos Gamerro, la novela Las islas, pero fijate cómo empiezo: con una enumeración que se agota. Hay poca ficción y poco cine sobre el tema. Películas que hayan sido masivas sobre Malvinas sólo recuerdo Los chicos de la guerra [Bebe Kamin, 1984], que se hizo apenitas después de la guerra, e Iluminados por el fuego [Tristán Bauer, 2005].

Foto del artículo 'Eduardo Sacheri: “Malvinas es un tema incómodo porque es incómodo lo que hizo la sociedad argentina”'

Foto: Gianni Schiaffarino

Creo que hay una mezcla de frustración, culpa e incomodidad. Es un tema incómodo el de Malvinas porque es incómodo lo que hizo la sociedad con Malvinas. Quedó muy mal acomodada. Hay otros temas enormemente trágicos en Argentina, como puede ser la violación de los derechos humanos, y ahí la sociedad argentina no queda mal parada en tanto víctima de las acciones de los militares, pero en la guerra de las Malvinas hay una complicidad manifiesta, un entusiasmo que no es que sólo acompaña, sino que es parte del asunto. Si el desembarco argentino hubiese sido recibido con frialdad, la evolución posterior hubiese sido diferente.

Y volviendo a la cuestión diplomática, hubo más de un momento en que los militares evaluaron si recular un poco con relación a lo que acababan de hacer, con la mediación de Estados Unidos, etcétera, pero la misma sociedad no les permitió recular en chancletas. Toda esa incomodidad ante el tema es la que tiene que ver con el hecho de que haya poca ficción sobre Malvinas.

¿Cómo opera tu formación como docente y licenciado en Historia al momento de escribir una obra de ficción? Tanto en Demasiado lejos como en otros libros tuyos, atados a determinados episodios históricos, no se percibe el afán historicista, la necesidad de sobreexplicar –tanto sea en notas al pie o en el propio flujo del relato– determinadas situaciones, fechas, nombres.

Yo creo que historia y literatura son dos maneras de buscar sentido, a veces concurrentes pero diferentes entre sí, que no se reemplazan. La historia no reemplaza la literatura y la literatura no reemplaza la historia. La literatura tiene un margen de libertad que el estudio histórico metodológico no tiene. Al momento de escribir ficción, mis personajes son inventados. Por eso los protagonistas de Demasiado lejos no son Galtieri o Margaret Thatcher, sino gente como cualquiera de nosotros, porque eso me da la libertad de no tener que atenerme a ninguna biografía real, concreta, objetiva. Ahora bien, el telón de fondo sobre el que mis personajes actúan sí aspira a ser riguroso. Son como dos planos diferentes.

Para la construcción de ese telón de fondo trato de ser lo más riguroso posible, con la consulta y contrastación de todo tipo de fuentes y de que la interpretación esté amparada en los estudios académicos más recientes, pero que no se note. Eso tiene que ver con mi propia concepción de la historia, que es algo que nos pasa a todas las personas, no sólo a los líderes.

Leí en alguna entrevista reciente sobre la inminente aparición de otra novela que retoma el tema de Demasiado lejos. ¿Qué podés contar sobre ese libro?

Mi proyecto original era escribir una novela que abarcase tanto la lejanía del conflicto bélico como el conflicto en sí en las islas, pero viste que a veces uno fracasa en sus planes. Yo iba escribiendo el libro ordenadamente, empezando el 2 de abril de 1982, pero cuando los tres soldados de la novela se van a las islas, me di cuenta de que eran dos mundos que no tenían nada que ver, el de la guerra real y el de la guerra narrada. Entendí que proponerle al lector todo junto, todo ese batiburrillo de cosas, condenaba al fracaso la posibilidad de entender a esta gente, a los que se quedaron. Digamos que capítulo por medio el lector se iba a asomar a lo que verdaderamente estaba pasando en las islas y después iba a salir de la realidad para sumergirse en una cosa totalmente ficticia, optimista y naíf de los que estaban en Buenos Aires. Así que me dije que no, que estaba ante dos novelas en espejo: la guerra en Buenos Aires y la guerra en las islas.

Si Demasiado lejos es la guerra en Buenos Aires, Qué quedará de nosotros es la guerra en las islas. Son dos novelas que se leen de forma independiente, si se desea, porque a mí no me gusta imponerle al lector un juego de incógnitas.

No se trata de un “continuará”...

Exacto. El “continuará” en la literatura no me lo banco.

Demasiado lejos. 432 páginas. Alfaguara, 2025.