La frase está atribuida a Julio Cortázar y no es tan vergonzosa como el poema atribuido a Jorge Luis Borges, así que a los efectos de este comienzo la daremos por buena: “La novela siempre gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por nocaut”. Quizás el belga-argentino haya dicho “knock-out” y seguramente habrá sonado “siempgue”, pero no nos vamos a distraer con tonterías. Quien haya acuñado la sentencia (seguramente don Julio, apasionado del boxeo) dejaba en claro que un texto extenso tiene más posibilidades de ir ganándose el corazón de la persona que lo lee, mientras que uno corto tiene que dar el golpe en mucho menos tiempo/espacio. Sin embargo, la frase deja afuera un elemento fundamental: un libro de cuentos tiene que dar un montón de peleas.
Moderador y otros desbordes, el más reciente libro de Leo Maslíah, da 64 peleas. En algunos casos no terminás de acomodarte y el juez ya está levantando el brazo del escritor en la mitad del ring. A veces estás celebrando sin entender exactamente qué acaba de ocurrir. Sin dudas, presenciar tantos enfrentamientos sin siquiera salir a la vereda a fumar un pucho (no fumo) puede ser un poco intimidante. Como sea, la exhibición de boxeo es admirable. Claro que lo dice alguien que aprendió boxeo viendo una y otra vez las peleas de Maslíah en VHS.
Salgamos por un ratito de la metáfora abarcadora y hablemos un poco más del libro. Maslíah demuestra, otra vez, ser dueño de una de las imaginaciones más rápidas del condado, y en ese sentido el formato corto le calza como anillo a un dedo cuya circunferencia es apenas inferior a la de ese anillo. El éxito reside en darle a cada idea la extensión justa para que no se quede más tiempo del esperado: en inglés le dicen “overstay your welcome” y me gusta hasta cómo se mueven los dedos (sin anillo) al teclearlo.
En “El arca de Noeh”, Dios se la agarra con todos los buenos de la Tierra y salva solamente al dueño del arca, su familia y una pareja de cada alimaña del planeta. Maslíah llega a la página, plantea la situación y se va, todo en un único párrafo apenas más extenso que mi descripción del cuento (no es spoiler, tienen que verlo escrito por él). Otros microtextos, como “Acción de Dios”, juegan con la falta de lógica y son como un escalofrío en los mecanismos que nos hacen reír.
Es un buen momento para mencionar que este es un libro de humor. Ya saben, esa categoría que en la mayoría de las librerías no existe y que, en el peor de los casos, está en un rincón a la altura de los tobillos en el que están los saldos de los libros de Pepe Muleiro. A diferencia de las mencionadas recopilaciones de chistes de gallegos, aquí el humor no necesariamente busca el remate, aunque en la caja de herramientas de Maslíah también esté disponible.
A veces el objetivo parecería ser el ir desde el punto A hasta el punto B haciendo el recorrido más largo que uno pueda imaginar. Es lo que les ocurre a los protagonistas de “El postulante”, una aventura en el Lejano Oeste (bueno, la lejanía dependerá de dónde se encuentre uno). Jim y Frank son dos vaqueros que se marchan a la búsqueda de un carrito de supermercado y deberán superar obstáculos dignos de una aventura gráfica para lograr ese objetivo que parecía tan sencillo. Al final, el carrito de supermercado eran los amigos que hicimos en el camino.
Hay ocasiones en las que es posible imaginar cuál fue la chispa creadora de la acción. Una expresión tan común como “el zar de la droga” puede disparar una historia disparatada en la que terminarán apareciendo (lógicamente) un Lenin de la droga y un Stalin de los alcaloides. O el cuento “Salir bajo palabra”, en el que se enumeran un montón de vocablos bajo los que son liberadas un montón de personas. Claro que en un cuento de Maslíah la cosa no termina ahí, y cada nuevo caso agrega algún detalle estrambótico.
En algunas peleas (perdón por volver a la imagen del comienzo) prima el contenido, mientras que hay otras en las que prima la forma, como en “Tabla (incompleta)” o “ABCDEFGHIJLMNOPQRSTUVYZ”. En libros anteriores del autor ya aparecían experimentos a partir del alfabeto, en su versión simplificada para no complicarse la vida, y aquí hay un cuento en el que cada párrafo tiene una palabra que comienza con cada una de estas 23 letras, a excepción de uno que tiene dos con cada letra.
También tenemos conversaciones que recuerdan a los famosos “Diálogos para besugos” de Armando Matías Guiu, aunque técnicamente aquellos no tenían descripción alguna. Y hay espacio suficiente para peleas en las que Maslíah juega con el traductor de Google, con toda clase de inversiones del lenguaje o directamente con imágenes que parecerían sacadas de un sueño, como “Periplo”. Y después está “Pastiche”, un cuento que recuerda a tantos otros de su pluma y a la vez es único e irrepetible, y que tiene un arranque impactante: “La entrada del sumo pontífice al Madison Square Garden”. Nada que envidiarle a “El almohadón de plumas”.
Por ética profesional estoy obligado a mencionar que en el mencionado “Salir bajo palabra” hay una liberada llamada Vivián Alcuri Delamente, y que “La solicitud” gira alrededor de alguien que en un 2037 posapocalíptico quiere suscribirse a la diaria. Hay otras numerosas razones por las que me alejo de toda objetividad al leer a Leo, que incluyen mi biblioteca con decenas (más de cinco) de ejemplares de su vastísima obra, que llevan decenas (más de tres) de años haciéndome reír. Testifico que los golpes siguen entrando con la misma calidad, y que luego de terminar de leer el libro quedé en la lona. ¡Del ring de boxeo! ¿No estaban prestando atención?
Moderador y otros desbordes, de Leo Maslíah. 208 páginas. Criatura, 2025.