La foto que envuelve el libro muestra una hilera de mujeres marchando. No se ven las consignas de las banderas, el foco está en ellas. El flashazo de la cámara deja la ropa blanca resplandeciente y los ojos negros. Los collares, zapatos, saquitos y vestidos abotonados revelan una época. Hay acción y empuje. Hay colectivo.
Para Nancy Urrutia nadie puede saber si una foto va a ser histórica. Eso lo decide la gente y el camino que atraviesa una vez publicada. Nancy creó fotos que son históricas. La primera imagen del interior del libro muestra a una niña que mira a cámara con gesto severo y desafiante. Lleva puesto un buzo tejido con motivos infantiles. Una mano con pulseras y anillos se extiende sobre su hombro. A su lado, la espalda de un hombre con un revólver en la cintura.
Es una foto de contrastes y detalles, algo que caracteriza la mirada en Pionera. Aquí la violencia y la ternura conviven, pero son esos ojos de niña-adulta que miran fijo los que quedan clavados en la memoria. Es una imagen que tiene su recorrido, que seguro todos los uruguayos hemos visto más de una vez, que parece ser de todos, y tiene una nueva lectura aquí en el marco del trabajo de años y el estilo generado por su autora.
La génesis del libro fue una propuesta de Javier Calvelo, integrante del colectivo adHocFOTOS, que en ese momento trabajaba en un proyecto con fotografías nacionales de archivo histórico. Nancy aceptó participar de inmediato, conservaba mucho material luego de cuatro décadas como fotorreportera capturando sucesos que definieron nuestro presente. Calvelo empezó a ir a su casa cada pocos días, a revisar dos muebles enormes donde guardaba su archivo y conversar con ella. Luego de revolver, investigar y escanear, Pionera comenzó a tomar forma.
El resultado es un libro importante, con delicada edición y donde el blanco y negro de las fotos se luce en un papel de calidad, que presenta una coherencia interna y una narrativa propia. Para dar más espacio a las imágenes, no hay pies de foto. En una propuesta distinta, la publicación se acompaña con un librillo en donde se brindan detalles que dan contexto a cada captura. Sobre el cierre del libro hay dos sustanciosos textos de Marisa Silva Schultze y Niki Johnson que piensan en profundidad las imágenes y las conectan con sus circunstancias.
El período que se aborda aquí va de 1983 a 1994. Como expresa Schultze en su texto, las fotos son una manera de revivir recuerdos, pero también permiten que personas que no atravesaron una época se aproximen a sus momentos fundamentales. Hablamos de un tiempo en que movilizaciones que hoy son multitudinarias convocaban a pocas personas, donde para expresarse políticamente no alcanzaba con un tuit y había que salir a poner el cuerpo.
El Acto del Obelisco es el nombre con el que se recuerda en Uruguay la mayor manifestación política en la historia reciente del país, de unas 400.000 personas, realizada el 27 de noviembre de 1983 en Montevideo, frente al Obelisco a los Constituyentes de 1830, en plena dictadura civil-militar (1973-1985), convocada para exigir el fin de la dictadura y la celebración de elecciones libres y democráticas.
Foto: Nancy Urrutia
Que las mujeres decidan
Comienzos de la década de 1980. Nancy Urrutia consigue una entrevista con el jefe de fotografía de una reconocida publicación nacional. Jamás ha trabajado en prensa hasta ese momento y lleva una carpeta con sus mejores imágenes. El hombre no dedica ni un segundo a ver sus fotos y le explica que no toman personal femenino en su área. Así le dice: “Acá revelamos en el cuarto oscuro en calzoncillo, tomamos whisky, fumamos y hablamos de mujeres”. Tiempo después lo vio en la calle y lo saludó a la distancia levantando su cámara, a modo de pequeña venganza. “Aunque no sé si le importó”, piensa hoy.
En el libro son las mujeres las que toman el protagonismo. Vemos mujeres que hacen la V de la victoria, gritan, golpean cacerolas recortadas contra la noche, buscan a mujeres desaparecidas detrás de carteles. Las vemos frente a un micrófono, sobre un estrado, en una manifestación, en un acto, aplaudiendo, mirando directo a cámara, con la boca abierta y el puño en alto, sosteniendo una bandera de Uruguay, una bandera que dice “viva la democracia”, anónimas y célebres, jóvenes y viejas.
Nancy dice que recién hace poco tiempo, conversando con su psicóloga, entendió que era feminista y lo que significaba para ella. En los 80, cuando el movimiento estaba menos extendido, a esas mujeres que se manifestaban se las tildaba aún más que hoy de promover una confrontación entre los sexos o pretender ubicarse por delante de los hombres. “No lo admitía en ese momento, pero estaba involucrada. Los mismos reclamos que tenían otras compañeras, otras mujeres, los tenía yo también. Eso me hacía sentir muy a la par de ellas, aunque no me daba cuenta”, expresa.
Hace más de 35 años, en una movilización el 8 de marzo de 1989, hay un cartel enorme que dice: “Igual trabajo, igual salario”. Podría haber sido escrito hoy. Más carteles en 1989: “Mujeres al Parlamento” –en ese momento no había ni una–, “Guarderías ya”. Hace más de 30 años la fotógrafa Diana Mines mira a cámara mientras sostiene un cartel que dice “Respeto para nuestros cuerpos. En la tele. En la calle. En la cama”. Hace casi 40 años hay una pintada en la pared que dice “Las mujeres rompemos el silencio, no a las groserías callejeras”. Hace exactamente 40 años un cartel con una frase simple y clara: “Que las mujeres decidan”.
Aunque quizás no se hablaba de ley de cuotas o cuidado no remunerado, ni había un uso extendido de términos como techo de cristal, cosificación, micromachismo, acoso callejero, en las fotos del libro vemos cómo muchos de los reclamos del feminismo actual ya se encontraban en los 80 en Uruguay bajo distintos conceptos, con otras palabras.
Contra el olvido
Cuando comenzó a trabajar con Nancy, Javier Calvelo tenía el foco puesto en lo que llamaba la segunda ola de feminismo local, con las mujeres en plena efervescencia en la calle. El movimiento feminista reciente que más reconocemos en Uruguay y arranca a mediados de los 2000 se trataría en realidad de una tercera ola, precedida por una a comienzos del siglo XX y la que se ve retratada aquí, opacada en muchos discursos.
En el texto que acompaña al libro, la docente e investigadora Niki Johnson explica que esto se debió en parte a que sus posturas vinculadas a lo que entonces llamaban “la condición de la mujer” se mezclaban con reclamos por el retorno de la democracia. En diálogo con la diaria, Nancy Urrutia también detalla que, en parte, “había una necesidad” de estas mujeres de salir a manifestarse porque sus parejas, hijos, nietos o compañeros de trabajo estaban presos, exiliados, desaparecidos o proscritos.
Durante el acto por el aniversario de la Declaratoria de la Independencia de la Provincia Oriental del Imperio de Brasil del 25 de agosto de 1825, en la Piedra Alta, en la ciudad de Florida, el 25 de agosto de 1985.
Foto: Nancy Urrutia
Sin embargo, ese lugar que obtuvieron por una situación excepcional luego se les quiso arrebatar. Johnson señala en su texto cuáles fueron las respuestas masculinas cuando las mujeres buscaron formar parte de un espacio fundamental de la transición democrática como la Concertación Nacional Programática: “El país está casi en orden, se acabó el permiso, vuelvan a casa”. También les dijeron: “Lo mejor que pueden hacer las mujeres para militar es quedarse en casa cocinando y cuidando a nuestros hijos”.
Aunque los mandatos no fueron acatados, la investigadora los relaciona con la poca visibilidad que obtuvo la actuación de la mujer en la resistencia a la dictadura y la apertura democrática, considerando la forma en que luego se narró la época. De cierta manera, el libro contribuye a cubrir ese hueco.
Redoblando esperanza y coraje
No sólo el texto que aparece en las fotos aporta significado. Más allá de su relevancia histórica y como documento, hay un ojo fino y una propuesta artística que distingue el trabajo de Nancy. Hallamos en sus imágenes encuadres riesgosos y distintos. Hay puntos de vista singulares, desde sus fotos de marchas con un ligero contrapicado, mostrando la fuerza de las manifestantes, hasta planos cenitales de la muchedumbre, que parece desarmarse en el movimiento como un enjambre.
Otra composición que se despega es la que rescata los festejos en 18 de Julio luego de alcanzado el número de firmas necesario para someter a referéndum la ley de caducidad, en 1988. Hay una serie de planos que le dan profundidad: la mujer con la bandera y una sonrisa enorme, el niño que aparece recortado sobre un lado, el suelo regado de papeletas, los edificios oscuros al fondo, las luces de la avenida como pequeños destellos.
Casi no encontramos aquí imágenes limpias. Se impone un fuerte contraste, con un flash que recorta y genera un aire crudo y agresivo; en las esquinas, vemos puños anónimos levantados, banderas que ondean. En esa estética de confusión, habitual en el fotoperiodismo que cubre movilizaciones masivas, la clave está en encontrar algo que decir, y Nancy Urrutia lo consigue. En sus fotos pasan muchas cosas a la vez, pero hay ideas en la complejidad.
A veces no es necesario un encuadre intrépido. Por momentos, lo que ocurre, las acciones de los sujetos, ya son suficientes, como en la foto que muestra una mesa de recolección de firmas para someter a referéndum la ley de caducidad, un 8 de marzo de 1987, donde hay cuatro mujeres en movimiento y una niña que las mira y aprende.
También lo vemos en las imágenes de las movilizaciones por los desaparecidos en dictadura, cuando la palabra aún no estaba extendida. Hay una contraposición entre los rasgos más nítidos de las manifestantes y los trazos simples que delinean las caras de los carteles que llevan, en una especie de metalenguaje sobre la fotografía misma. A veces el contraste se ve también entre sus expresiones: la viveza y juventud en los ojos enormes de María Asunción Artigas junto a la cara atravesada por la experiencia y el aire de tristeza en la mirada de su madre, Blanca Nilo, que sostiene su foto.
Maga Acosta y Lara, Lilián Castro y Diana Mines durante la cobertura del acto por el Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo de 1985 en la plaza Fabini de Montevideo.
Foto: Nancy Urrutia
Culpables son quienes los cobijan y amparan
1983. Nancy Urrutia vuelve de trabajar cerca del Palacio Legislativo y comienza a ver una oleada de gente que brota en todas las esquinas que atraviesan General Flores. En ese momento decide correr de vuelta a su estudio para buscar la cámara. Finalmente, ese acto clave –por el Día Internacional de los Trabajadores– tuvo una convocatoria de cerca de 200.000 personas y fue su primer trabajo como fotorreportera, aunque nadie la contrató ni obtuvo una retribución.
Su primer encargo pago en prensa fue en el simbólico Acto del Obelisco, también en 1983. Nancy cuenta que allí aprendió a controlar sus emociones. “Sabía que si me conmovía no podía trabajar ni registrar lo que veía”, dice. Y agrega: “La gente lloraba de alegría, la gente quería que la dictadura se terminara; que, por favor, la dictadura cayera. Y tuvimos que esperar dos años más”.
En una de las fotos más imponentes del libro vemos cómo, acompañada por otras manifestantes, Luisa Cuesta le entrega al vicepresidente Enrique Tarigo una carta en que se reclama por verdad y justicia. La diferencia de alturas, las miradas hacia arriba de las tres mujeres y las miradas hacia abajo de los hombres de traje, el gesto firme, las banderas que envuelven el estrado, la foto omnipresente de Mariana Zaffaroni y sus ojos de bebé la convierten en una de esas imágenes que resumen cuestiones sobre las que se ha escrito mucho en un solo golpe de mirada.
En el librillo que acompaña la publicación se explica que ocurrió en 1986, en el marco de los festejos por el natalicio de José Artigas en la ciudad de Sauce, Canelones. También se cuenta que allí, después de un desfile militar, integrantes de distintos colectivos se acercaron en contramarcha con las fotografías de sus familiares y pancartas en las que se leía: “Culpables son quienes torturaron y mataron./ Culpables son quienes dieron las órdenes./ Culpables son quienes los cobijan y amparan”.
La foto de Mariana Zaffaroni –niña secuestrada y desaparecida junto con sus padres en 1976, localizada en 1983 y restituida en 1993– con su mirada pura y despejada se repite a lo largo del libro. Otra de las capturas de Nancy que dejan huella la muestra en la campaña gráfica callejera “Por esos ojos”, con afiches que se deshacen con el paso del tiempo en alguna pared montevideana.
El contraste marca otra vez la escena: la inocencia en la mirada que choca con la decrepitud y la oscuridad alrededor. Sobre el margen de la foto, dos personas salen de cuadro dejando una estela de movimiento. Toda la composición da una idea de desdén o desentendimiento de la sociedad, lo que se sostiene más adelante en la foto que muestra una magra concentración por el que sería el cumpleaños número 13 de Mariana Zaffaroni, el 22 de abril de 1988.
Hay muchas más fotos en el libro que no necesitan de ángulos extremos o técnicas inusuales. Por ejemplo, cuando vemos en el estrado de un acto por el Día Internacional de los Trabajadores a una mujer rodeada por incontables hombres. También cuando nos encuentra la mirada plena de dignidad de Sara Barrocas, que alza un cartel con la foto de su esposo, Luis Eduardo Arigón; cuando vemos una avalancha de mujeres que caminan juntas y clavan sus tacos en el asfalto, a una señora con el pelo blanco agitando una bandera junto a una niña o cuando vemos a Luisa Cuesta con un cartel que dice “la justicia no se transa”.
Carmen Tornaría, Jorgelina Martínez y Cristina Morán durante la marcha por el primer Día Internacional de la Mujer en democracia, el 8 de marzo de 1985 en la plaza Juan Pedro Fabini de Montevideo.
Foto: Nancy Urrutia
Pioneras
La sumatoria de imágenes y su orden en las páginas hacen de Pionera un libro muy valioso, que, en un momento en que aparecen en la discusión pública, demuestra la importancia de los archivos para sostener la memoria. Que revela la fuerza que cobran ciertas palabras y consignas en el tiempo, pero también la potencia de la imagen para narrar nuestro derrotero como país. Que señala la importancia de conocer detalles de los hechos y procesos que marcaron nuestra historia y que hoy nos hacen quienes somos. Es una publicación en la que se mezclan el cambio, la permanencia, las trayectorias y los antecedentes, y que contrarresta un discurso en el que la participación de las mujeres en la salida de la dictadura quedó relegada. Es un libro que honra la ética, el talento y el compromiso de Nancy Urrutia, pero también honra a muchas mujeres y sus luchas.
1990. En la última foto del libro –autoría de Roberto Fernández Ibáñez– vemos por primera vez a Nancy, que tiene el pelo largo enrulado, la cámara en mano y una mirada retadora. Hoy Nancy Urrutia mantiene la melena desordenada, pero ahora unos lentes gruesos enmarcan sus ojos. Todavía va a las marchas y aún las registra, aunque ya no carga con una cámara pesada y usa su celular. Lamenta que haya manifestaciones que continúen siendo necesarias, y fantasea con el día en que ya no existan caravanas de gente en las avenidas un 20 de mayo o un 25 de noviembre, porque sus reclamos fueron escuchados. Ahora, mira para atrás su recorrido, el legado que dejó, y dice: “Hubo mucho sacrificio, pero siento que valió la pena”.