Con franqueza, una novela que se titula El ocurrir cotidiano y cuya contratapa reza “Tres seres solitarios buscan, con un tesón y entusiasmo que bordea el ridículo, dotar de algún sentido a sus vidas” no da la sensación de hallarse precisamente ante algo particularmente novedoso u original. La autoficción, el costumbrismo, la narrativa minimalista, son el tipo de corrientes o géneros que presentan una engañosa apariencia de simpleza y, si bien no cuentan en su historia con un número menor de grandes realizaciones que otras expresiones, sí generan muchísimos intentos fallidos por parte de cultores desprevenidos, por algún motivo muy abundantes en el panorama literario uruguayo.

Pero abriendo el libro, es cierto que ofrece más de lo que promete, y que no es tan fácilmente encasillable (lo cual no necesariamente es una virtud pero sí en este caso). El carácter aparentemente gris y anodino de los personajes no tarda en ceder el foco a pensamientos, hábitos, rituales y cosmovisiones rayanos a la excentricidad, producto de vivir y pensar en soledad. Identificar fragmentos de música “culta” y ahondar en el misterio de su creación y origen buscando respuestas más trascendentales que estéticas, aplicar conocimientos cabalísticos para descifrar mensajes de seres queridos difuntos, apropiarse de un gato buscado por su dueña y sin memoria a corto plazo, que luego de dos bocados no recuerda que tiene un plato de comida enfrente, presentar proyectos quijotescos para la manutención del patrimonio arquitectónico público, evocar la imagen de Harry Potter ante la visión de un ignoto vecino grotescamente inconsciente por la ebriedad, son algunas de las tácticas de supervivencia psicológica con las que los personajes pretenden elevarse del aislamiento y la pesadez existencial. Un tono muy equilibrado entre tragedia existencial e ironía amable articula la caracterización, la prosa y la trama, resolviéndose eficazmente momentos en los que la línea divisoria entre la caricatura y la empatía podría haberse hecho demasiado delgada.

La idea de la fuerza del azar empujando a individuos solitarios y poco destacables a crear lazos casi a su pesar, o al menos con un importante esfuerzo de su parte luego de años de no interactuar con mucho más que sus propios pensamientos, no es nueva ni infrecuente, pero es de esos tópicos que suelen funcionar, particularmente si se acompaña, como en este caso, de un cuidado en la composición de los personajes. Los tres protagonistas (de mediana edad, viviendo solos, sin hijos o familiares cercanos con los que mantengan contacto) cumplirán sin darse cuenta distintos roles en la realización de ese objetivo común que deliberadamente la narración tarda en delimitar. Domenico, el inmigrante italiano, aporta la inteligencia práctica, llevando a cabo pequeñas y aparentemente poco significativas acciones que él mismo no termina de explicarse, pero que serán fundamentales para los objetivos de la trama. Christina, como podría esperarse del personaje femenino, es la más conectada con la dimensión de la experiencia, de la emocionalidad, la afectividad y la sensorialidad pura, sin que por ello sus reflexiones y pensamientos ostenten menor densidad filosófica o elaboración intelectual que los de sus inesperados compañeros. Por último Rossi será el visionario, el que articula las contingencias en una formulación general que completa el sentido de lo que parecía aleatorio, inexplicado o fragmentario, permitiendo a su vez operar sobre la realidad desde un lugar más autoconsciente y meditado.

Varias cuestiones filosóficas relacionadas con la dimensión de lo humano juegan un rol preponderante en la narración, en tanto se adscriben a los deseos y objetivos de los personajes, que tienen en común el hecho de encontrarse en una búsqueda trascendental, sin ceremonias, rituales ni iniciaciones, sino desde una voluntad individual de comprender lo que está más allá de la experiencia inmediata. Las indagaciones de narrador y personajes sobre la naturaleza de la conciencia y la individualidad, la necesidad humana del afecto de otros, y muy especialmente la idea misma de trascendencia, de encontrarle o darle un sentido a cada vida aislada la huella que deja visible para el resto, constituyen un arco narrativo por sí mismo. El texto, pese a su atención al dolor, la pérdida, la soledad y la ausencia de los seres queridos, acaba por emanar un tono equilibradamente esperanzado, nada fácil de lograr tampoco.

Se le podría reprochar quizá a la novela la ausencia de un poco más de profundidad en la dimensión emotiva de los hechos y personajes, muy lograda en algunos momentos (especialmente al principio, en el relato de una tragedia colectiva ocurrida décadas atrás y con la que Domenico se implica de una forma paradójicamente desapegada), pero que empieza a descuidarse en tanto se avanza en el texto. El narrador (y con él los personajes) parecen progresivamente deleitarse cada vez más en una especulación demasiado cerebral para la carga sentimental que tienen los sucesos y pensamientos que procesan. Podría ser una cuestión de gustos, aunque en todo caso no deja de tratarse de una potencialidad que se advierte en el texto más que de una carencia.

El ocurrir cotidiano es la segunda novela de Matías Paparamborda (Montevideo, 1981), que ya cuenta con una destacable trayectoria en las artes plásticas y la realización audiovisual.

El ocurrir cotidiano, de Matías Paparamborda, Montevideo, Hum, 2024.