A principios de febrero se conoció la noticia de la [muerte del escritor y crítico Fernando Loustaunau. En febrero de 2007, con motivo de la aparición de su novela Diario de un demócrata moribundo, publicamos una entrevista que ahora reproducimos en gran parte. Después de la aparición de esa obra, que ficciona los últimos días de José Enrique Rodó, Loustaunau estaría más de una década al frente del Museo de Artes Decorativas y luego pasaría a ser investigador del Museo de Artes Visuales. Aunque esta conversación de hace 18 años no da cuenta de la amplitud de intereses creativos de Loustaunau, algunos emergen de manera lateral.
En el resto de América se habla más que en Uruguay de Rodó.
Los otros días leía una entrevista a Enrique Krauze, el director de la revista Vuelta, en la cual habla del destino de Argentina, y dice claramente algo que sabemos, pero que es interesante escuchar desde afuera: la utopía latinoamericana nace con Ariel. De algún modo, esa concepción de que somos superiores, diferentes y que este mundo mediterráneo no tiene nada que ver con la cultura materialista, pragmática, se gesta a partir del texto de Rodó. Cuando esa idea es reflotada por tipos como Krauze, te hace pensar de otra manera. Y justo coincide el nombre Krauze, que también era el del inspirador del batllismo. Tal vez la historia no se sepa, pero al promediar el siglo XIX en España estaban preocupados por el desconocimiento filosófico que existía. Entonces se le encarga a un tal Del Río que haga un viaje de actualización a Alemania. Pero al hombre le resultaron totalmente imposibles las abstracciones metafísicas con las que se topó. Sin embargo, encuentra un filósofo menor que hace planteos totalmente traducibles, y es así como se difunde a Karl Krause entre determinados españoles, luego llega a los radicales argentinos, y a José Batlle.
Veo que seguís el impulso de tu personaje Rodó en cuanto a menoscabar a Batlle…
Sí y no. En el fondo, el libro no es antibatllista. Porque lo centraliza mucho: si vos estás enfermo con alguien... En 1916, el último año en que Rodó se entera de las cosas directamente, ocurre un plebiscito el 30 de julio. De alguna manera, Rodó se va del país para no ver el resultado del plebiscito, el triunfo de Batlle. Pero el batllismo pierde el primer referéndum al que se somete. Vos lo preguntás y el 95% de los uruguayos te diría lo contrario.
Otro de los temas recurrentes en el libro es la comparación que Rodó hace de sí mismo con filósofos contemporáneos. Resulta un poco curioso ver que un pensador uruguayo podía aspirar a esa centralidad.
Es que Uruguay era central, o por lo menos no tenía esa marginalidad que tiene hoy. Pero conmigo hay que tener cuidado, porque soy chauvinista. Los que venimos de países chicos no corremos el riesgo de ser nazis, es hasta simpático. Lo que te obliga a ser nacionalista es que, hasta la mitad del siglo XX, Uruguay dio tantas cosas y son tan desconocidas, que es casi como una responsabilidad de adulto transmitirlas. Para acotarlo: fijate que Montevideo es una ciudad central del modernismo, y eso nunca se exalta. Lo que de algún modo ataca Rodó, el batllismo, es prácticamente el primer welfare state de Occidente. O sea que la legislación social uruguaya ocurre 40 años antes que en el hemisferio norte.
Otro de los temas recurrentes, si no el más, es el sexo. Hay un meterse con aspectos ocultos de un prócer que es bastante inusual.
Bueno, yo tengo antecedentes con eso: fui proscrito con Juana. En 1990 Jorge Arbeleche me invitó a participar en una colección de homenaje [Juana de Ibarbourou: obras, 1992]. Él sabía que como poeta no me interesaba, pero yo creo que a Uruguay le sobran poetas y le faltan divas. Y me pareció mucho más interesante salvarla como diva. Escribí un textito que se llama “Lamé”, en juego con la ropa y con su supuesta “vida interior”. El asunto es que molestó al Ministerio de Cultura de la época de Lacalle [Herrera]. Requisaron la edición, desguazaron el libro para sacar mi texto, tuvieron que rearmarlo todo para volverlo a editar. Pero lo cierto es que yo trabajé sobre la sexualidad de Juana.
A mí me parece que toda persona que tiene algo que decir en la vida tiene algo con su sexualidad. No que su sexualidad tenga determinadas características, sino que la sexualidad de determinada persona que se destaca por algo tiene alguna peculiaridad. Y Rodó es tan meticuloso en no dar pistas que pasa a ser sospechoso contrario sensu, y eso me atrajo mucho. Ahora, el libro es muy respetuoso, yo hablo de una pulsión, no de una situación afectiva concreta, de la cual no hay ninguna prueba. Más bien es como un desquicio erótico desorganizado.
Por otro lado, está el hecho de que se decía que Sicilia era el último lugar donde habían quedado los valores helénicos intocados, o más bien muy tocados. Y que Rodó se instale en el Hotel des Palmes de Palermo sin fecha de partida da para elucubrar. Raymond Roussel murió 16 años después en ese mismo hotel, pero en el libro yo no podía aludir al futuro.
¿Te preocupaba no incurrir en anacronismos?
Yo pensé mucho en cómo escribir. Por ejemplo, cabe inferir que Rodó no hablaba como escribía, en primer lugar. Segundo, tiene un vuelo barroco, pero si yo lo hubiera hecho con su retórica podría haber sido casi caricaturesco. Entonces apelé a una especie de español plano. Pensé en el uso del “che”, que ya era de recibo. También me dijeron cómo hablaba tanto del tango, cuando el propio Rodó lo dice, por ejemplo, en El camino de Paros (que por ser una recopilación de artículos periodísticos póstumos no es un título que puso él, sino el editor; ahora, yo creo que ese nombre helénico también tiene una resonancia erótica, por lo de paros). Hay un montón de cosas que la gente asocia con lo reciente, cuando hace mucho tiempo que existen. El propio término moderno creo que es de la Edad Media. Hay una frase de Hobsbawm que me gusta mucho; dice que todo el funcionamiento del siglo XX ya estaba delineado en 1914.
O sea, tuviste que contener las asociaciones.
Hice un gran esfuerzo, aunque no se haya notado. ¿Dónde poner el punto de hasta aquí llegó? Si yo hubiera sido capcioso, podría haber incluido a Ferdinand de Saussure, cuyos apuntes son publicados en 1916. Nombro sí a Benedetto Croce porque Rodó lo nombra. El manifiesto futurista de Marinetti es de 1909 y Rodó está en el país que se le atribuye a Marinetti. O sea, si yo hubiera querido presentar un Rodó à la page tenía nueve años de gracia para incluir a Marinetti y otros temas que son mucho más míos que Rodó. Tenía que poner un límite a su cultura que se cerrara unos años antes. Porque nosotros no estamos en el último libro del último filósofo del lenguaje.
Antes te confesabas nacionalista. ¿Cuáles son los motivos de un nacionalista uruguayo actual?
La memoria. Las cosas que más me atraen de Uruguay desaparecieron. Incluso términos que fueron ilegitimados como “la Suiza de América”, si vos los pensás como marketing, son brillantes. Pero desde la generación del 45 Uruguay le declaró la guerra a Occidente. Creo que el país pagó muy cara la Guerra Fría. Dicho de otro modo, una pequeña república socialista de inmigrantes europeos, como de algún modo había sido Uruguay, podía navegar hasta que las cosas se volvieron muy embromadas y se llegó a “estás conmigo o contra mí”. La lógica que imprimió la Guerra Fría impidió que Uruguay estuviera al margen del asunto. Y creo que los intelectuales tuvieron mucha responsabilidad. Yo sé que era muy difícil que una persona de bien y sensata no apoyara la Revolución cubana en 1960, pero eso tuvo el costo de deslegitimar todas las décadas en que Uruguay había logrado una sociedad civil, una clase media, una relación digna con los centros de poder y una calidad de vida apetecible. Uruguay fue el único país que logró una clase media en democracia. Eso aún en el siglo XXI es un gran valor.
Por esa negación del pasado Rodó pasó a ser obsoleto, entonces.
Y no tanto por su escritura, que todos tenemos la capacidad de leer. Desapareció del canon porque rescata una idea que duró hasta el Uruguay de los años 50. Yo no sé bien por qué puede ser nacionalista un uruguayo de hoy, pero sí sé por qué podía serlo hace 100 años: tiene que ver con la Guerra Grande. Para los montevideanos de 1850 el resultado de esa famosa confrontación bélica –donde de algún modo se dirime la lucha entre civilización y barbarie, donde Montevideo está llena de inmigrantes y Alejandro Dumas escribe un libro en apoyo a la ciudad– fue un motivo que sirvió de orgullo local. Esa historia en la que recostarse, ese Homero, que le sirvió tanto a Rodó como a Herrera y Reissig y hasta a Lautréamont, fue la épica que se construyó en las mesas de los domingos del triunfo montevideano en la Guerra Grande. Pérez Petit, el primer biógrafo de Rodó, dice que Rodó tenía previsto escribir un libro sobre la Guerra Grande. Entonces ese imaginario de Rodó, compartido con muchas figuras, en esos 100 años de ese Uruguay que se sentía una metástasis de Occidente, me parece uno de los motivos que volvieron no operativo a Rodó.
Diario de un demócrata moribundo, de Fernando Loustaunau. 256 páginas. Planeta, 2006.