La otra orilla, volumen recopilado y comentado por el escritor, periodista y docente José Arenas, reúne letras de tangos y algunas canciones con poéticas y sonoridades afines, cuyos comentarios fueron redactados para un micro radial emitido desde el sitio Fractura Expuesta, especializado en el género. Incluye también un CD con nueve de los temas antologados grabados en versiones actuales.

La obra ofrece algo más de lo que podría esperarse de un libro que lleva por subtítulo “Antología comentada de la lírica del tango uruguayo”. Nos hemos acostumbrado a que las antologías de tangos se manejen desde un fuerte anclaje en una “era dorada” fácilmente ubicable entre los años 1930 y 1940, y que seleccionen referentes cuya adscripción al género así definido, en términos de estructura musical, temáticas y formas líricas y hasta estética visual, sea irreprochable desde los parámetros establecidos. Ya el hecho de elegir como período el que va entre 1927 y 2020 presupone una idea mucho más abarcativa de lo que ha sido la presencia del tango y sus realizaciones dentro de la canción popular uruguaya.

Además de introducir piezas inesperadas pero sorprendentemente adecuadas, como “Colombina”, de Jaime Roos (una murga canción con ritmo de candombe), o “Adiós mi barrio” (un tema asociado más al universo del canto popular, pero cuya letra ostenta la autoría de un letrista de tangos, Víctor Soliño, que vuelve a aparecer más tarde en la antología con un tango “propiamente dicho”), los comentarios introducen un ejercicio crítico cuyo eje no se halla en lo valorativo, sino en la exploración de una poética que no se ciñe a lo establecido, lo consensuado, los significados fijados o sus tópicos recurrentes, sino que más bien la explora desde sus márgenes, desde los elementos poco visibles o las disrupciones, pero mostrando en última instancia cómo lo que sorprende forma parte de algo que siempre estuvo allí y quizá no vimos por su misma obviedad.

La letra de “Almacén de ultramarinos”, de Washington Benavides, musicalizada por Héctor Numa Moraes, sirve a Arenas como pretexto para cuestionar el imaginario que asocia la diversidad cultural y las migraciones al espacio urbano y la tradición y el arraigo generacional al medio rural, que si bien se manifiesta en gran parte de la poética tradicional del tango, no parece en sí misma una idea a la que sea particularmente necesario aferrarse. Lo poco frecuente de la ubicación de esa Babel migratoria tan esencial a la tanguez en un almacén de campaña, en lugar de un conventillo o una aduana portuaria, no llama la atención hasta leer posteriormente el comentario.

Asimismo, en “Música de bandoneón”, de Walter Bordoni, datada en el año 2000, el retrato del mundo inmediatamente posterior a los neoliberales y faranduleros 90 no guarda, pese a la abundancia de términos contemporáneos al fin de siglo, demasiada distancia con la crítica social que nutrió gran parte del tango de la primera mitad del siglo XX, aunque, al escuchar la canción, las cadencias y fraseos tangueros suenen desde los acoples y distorsiones de una guitarra eléctrica.

También hay un lugar para lo universal, o al menos para lo que hemos entendido como tal, en tanto los comentarios enmarcan los tópicos tangueros en una tradición literaria más canónica, y así permiten trascender el contexto histórico y geográfico preciso. La pregunta por lo perdido, por lo que el tiempo se llevó (la juventud, el amor, el barrio), nombrada por la retórica como ubi sunt (en latín, “dónde están”), tiene una milenaria historia que se remonta a la Antigüedad, volviéndose un tópico recurrente y característico en la literatura medieval.

Aunque la inmensa mayoría de las canciones, si no son propiamente tangos, correspondan a géneros afines o incorporen sonoridades tangueras, Arenas parece tomar el tango no ya como un género musical, sino como una sensibilidad y un universo poético que, si bien se origina en un contexto histórico y geográfico preciso que lo marca indeleblemente, también trasciende las barreras que intentan encerrarlo en una narrativa ya estereotipada organizada en inamovibles hitos de origen, auge y caída. Algo parecido a lo que, sin que nadie pareciera proponérselo, fue pasando con el rock. Hay un momento en que “tener rock” pasa a significar una actitud y una estética más que una forma musical, y no es raro escuchar que un cantante de plena como Martín Quiroga o una referente de la canción popular mexicana como Chavela Vargas tienen más rock que muchas bandas de rock que, por no entrar en polémicas innecesarias, no nombraremos. Como un opuesto complementario a este género internacionalista y anclado en una sensibilidad juvenil, el tango, más maduro y culturalmente localizado, “decide cuál canción le pertenece y cuál no”, según Arenas.

El disco, que alterna versiones más intimistas con otras más orquestadas, reúne nueve de los tangos antologados y se organiza coherentemente con los objetivos del libro en cuanto a mostrar un espectro lo más amplio posible de registros emocionales y estéticos, y evitar la obviedad y el cliché. Destacar dos o tres pistas sería injusto en un trabajo que de por sí merecería una reseña aparte, pero la lista de los vocalistas (sólo de los vocalistas) ya constituye un llamador bastante potente: Adriana Lapalma, Gustavo Nocetti, Gabriela Morgare, Colomba Biasco, Gonzalo Yrigoyen, Laura Canoura, Giovanna, Estefanía Melonio y Aníbal Oberlín.

La otra orilla. Antología comentada de la lírica del tango uruguayo (1927-2020), de José Arenas. 144 páginas. Yaugurú, 2025.