Historia de lo fantástico en las narrativas latinoamericanas II (1940-2023), un volumen dirigido por el crítico español David Roas, ofrece una lectura amplia y rigurosa sobre las transformaciones del género en la literatura de la región. Lejos de ceñirse a un canon previsible y homogéneo, propone una expansión del campo, integrando autores, corrientes, tendencias y problemáticas que desafían los límites prestablecidos.

A lo largo de más de 800 páginas, y con una notable diversidad de perspectivas críticas, el volumen articula una genealogía de lo fantástico a partir de corpus literarios dispersos y heterogéneos. Entre sus méritos sobresale la atención a un número considerable de voces menos transitadas, poco abordadas o prácticamente ignoradas, así como al lugar determinante que ocupan las narradoras en los distintos estudios.

Roas –director de la revista Brumal– apuesta en el prólogo por una definición de lo fantástico como conflicto entre lo posible y lo imposible, tanto dentro como fuera del texto. De esta manera, lo fantástico, condicionado por las construcciones colectivas de la experiencia, desestabiliza y transgrede las expectativas del lector, desdibujando así los límites de lo real. Subraya, además, las zonas de contacto con otros registros narrativos, como la leyenda romántica, el realismo mágico, lo grotesco, el gótico o la ciencia ficción, en su desarrollo latinoamericano.

Entre tantos trabajos significativos, dedicados a Argentina, México, Brasil y demás países del continente, hay tres que funcionan como ejemplo de perspectivas novedosas. Lucía Leandro Hernández analiza cómo la literatura fantástica refleja las tensiones derivadas de las alternancias entre dictaduras y democracias en países de América Central. En el análisis lo fantástico se vincula con el cuestionamiento político-militar de la intervención extranjera, especialmente la estadounidense. En el caso de Nicaragua, la narrativa fantástica refleja las tensiones sociopolíticas marcadas por la lucha antiimperialista y la dictadura somocista, integrando elementos sobrenaturales que dialogan con la violencia, la represión y las cicatrices históricas. Así, en una etapa inicial, José Coronel Urtecho expresaría en clave fantástica la violencia y el abuso sexual. Por su parte, la narrativa de Juan Aburto presenta metamorfosis animales y desmembramientos insólitos que resuenan bajo los convulsos enfrentamientos en épocas de la revolución sandinista. En un contexto de conflictividad contemporánea, encuentran sus voces escritoras como Ángela Saballos, María del Carmen Pérez Cuadra y Verónica Rossi, cuyas narraciones exploran la transformación del cuerpo femenino y la violencia de género. En Panamá lo fantástico surge en un escenario de tensiones políticas y económicas ligadas al canal, lo que impulsa una ruptura con el modernismo y un acercamiento a la vanguardia. Autores como Bernardo Domínguez Alba y Enrique Jaramillo Levy exploran lo irreal, el encierro y la pérdida de identidad. La narrativa actual de Chery Lewis incorpora una crítica social y de género, cuestionando la corporalidad femenina y la maternidad impuesta.

En el capítulo dedicado a Ecuador, Iván Rodrigo Mendizábal traza una línea evolutiva del género influenciado en un primer momento por el pensamiento mítico indígena y las tensiones de la modernidad, y otro, actual, orientado a lo urbano, estético y social. Lo fantástico opera como dispositivo crítico de lo extraño y lo marginal. Por otra parte, se destacan autores relegados por la crítica, con una relectura desde lo “raro” y “espeluznante” (Roas y Mark Fisher). La producción se organiza, además, en otras tres líneas: una intersticial al realismo social (1940-1969), con figuras como Gallegos Lara, Dávila Andrade y Andrade Heymann; otra organizada desde los años 70, con Aminta Buenaño, Isabel Izquierdo y Abdón Ubidia, que ha combinado lo fantástico con la ciencia ficción; y una tercera que incorpora el gótico contemporáneo junto con el andino y el feminismo, con autoras como Gabriela Ponce. Finalmente, la narrativa reciente amplía el espectro con autores como Ney Yépez Cortés, Fausto Ramos y Leonor Bravo.

En el capítulo de Uruguay, Hebert Benítez Pezzolano parte de los casos paradigmáticos de Onetti, Felisberto Hernández y Armonía Somers. Sus detenciones teóricas cuestionan lo insólito como distintivo de lo fantástico, la categoría “raros” de Ángel Rama y el concepto de “ficciones distanciadas” para profundizar en otras instancias críticas. En los años 60 y 70, resalta las trayectorias atípicas de LS Garini por su disolución fantástica en un realismo distorsivo, las obras de Mercedes Rein, Cristina Peri Rossi, Mario Levrero, Julio Ricci y la resistencia mítica a lo fantástico de la obra de Marosa Di Giorgio. En una posterior inmersión posdictatorial de 15 años, analiza la producción alternativa al realismo de figuras disímiles pero sintonizadas como Ricardo Prieto, Tarik Carson, Mario Levrero, Daniel Mella y Fernanda Trías, entre otros. Finalmente, repasa la narrativa emergente del siglo XXI en autores como Ramiro Sanchiz, Pablo Dobrinin, Pedro Peña y María Gueçaimburu. La experimentación de escrituras atípicas uruguayas manifiesta lo fantástico como proximidad amenazante que apuntala desde la crisis de los realismos. Lo fantástico persiste como conflicto entre lo posible e imposible, aunque problematizado por dimensiones pesadillescas, hibridaciones categoriales y presiones alegóricas.

En general, el volumen comporta una ineludible y estimulante referencia para la lectura y la crítica, puesto que su extenso aporte bibliográfico reordena, matiza y expande las tensiones fundamentales de lo fantástico en América Latina.

Historia de lo fantástico en las narrativas latinoamericanas II (1940-2023). Compilado por David Roas. 532 páginas. Iberoamericana, 2024.