Tuve que ir a Pelotas a ver un concierto de Kleiton & Kledir junto con su hermano Vitor Ramil y, en una feria montada al lado del Mercado Público, no vi otra opción que hurgar en el puesto de libros usados y quedarme con Comédias para se ler na escola, de Luis Fernando Verissimo, creador de un personaje que había servido de inspiración a una letra de los músicos. Siempre falta leer alguno de las decenas de libros del autor portoalegrense. Siempre buenos. Periodista, escritor, guionista, caricaturista, saxofonista de jazz e hincha de Internacional, su partida física, ocurrida el sábado, despertó reacciones en todos los medios brasileños, le mereció una despedida del presidente Lula y, en su estado de Rio Grande do Sul, el gobernador Eduardo Leite, de otro signo político, declaró tres días de luto. Como con Pelé o Ayrton Senna.

Durante su carrera vendió millones de libros, lo cual habla sólo de una fracción de sus lectores, dado que cimentó y mantuvo su escritura durante décadas en el diario gaúcho Zero Hora, en el Jornal do Brasil, la revista Veja y el Estadão, donde su proyección se volvió nacional. Pero ¿por qué se hace tan popular alguien que escribe en periódicos? Ocurre que en Brasil existe un género con una pata en lo periodístico y otra en la literatura que se conoce como crónica, muchas veces ejercida por exponentes como el mismísimo Vinícius de Moraes, Fernando Sabino o el también portoalegrense Moacyr Scliar. El componente de la realidad, que puede ser política o de la más simple cotidianidad, es expresado por plumas finas y libres.

Foto del artículo 'Luis Fernando Verissimo escribe con Érico'

Según explica el escritor Fabrício Carpinejar, también cronista, Verissimo le dio una impronta propia al género, moviéndolo de su habitual primera persona hacia formas narrativas, con lo que se volvió, con toda probabilidad, el más destacado autor de cuentos breves del Brasil contemporáneo. Otro dato es que nuestro autor empezó a escribir sobre sus 30 años, por necesidad y en un diario. Él mismo declaró que se dio cuenta de que ya sabía hacerlo y que tal vez su inicio demorado se motivara en el hecho de que su padre fue el enorme Érico Verissimo, cuya obra O tempo e o vento Luis Fernando leyó recién salida de la máquina de escribir.

A propósito del parentesco, sabrán disculpar mi anécdota: hace unos 20 años ingresé con avidez al Sebo Icária de Pelotas (sebos son las librerías de usados) y fui específico en mi búsqueda, tras lo cual el librero ajedrecista me sugirió que leyera al padre. ¿En serio podía ser tan bueno? Le hice caso; tenía razón. Y, de pasada, aprovecho a comentar una vez más que Maria Bethânia y Caetano Veloso son hermanos.

Burla y estilo

Como en todo autor que valga la pena, hay algunos rasgos del estilo de Verissimo casi omnipresentes. Las historias, cuyos diálogos son siempre inapelables, atrapan desde la primera línea, con un estilo enjuto de oraciones directas y breves que no se detienen en barroquismos. Aquí se evidencian los trazos del dibujante –que también fue–, caricaturista mordaz de la sociedad brasileña, con situaciones y tipos humanos fácilmente reconocibles a través de quienes se expresan críticas políticas o el más puro humor, que, puede ser necesario recordarlo, consiste en poner algo donde no va, con lo cual quien lee se ve sacudido por un destello de inteligencia que señala, al alterarlo, cuál es el orden del mundo, que no es menos absurdo. El país le agradece la risa, o la sonrisa.

Foto del artículo 'Luis Fernando Verissimo escribe con Érico'

Párrafo aparte merecen los personajes. Dibujó la Família Brasil, le dio vida a la Velinha de Taubaté, la única que todavía le creía al gobierno militar, y este lector le agradece particularmente la existencia del Analista de Bagé (tal vez lo único traducido y publicado en Uruguay; está en Banda Oriental) y de Ed Mort. El primero es un psicólogo gaúcho con todas las características del conservadurismo riograndense más bagual, pero “freudiano de carregar bandeirinha”, que, como método terapéutico, recurre a un abrupto rodillazo que relativiza cualquier malestar psíquico. Y el otro es una perfecta parodia brasileña de los detectives del género negro a lo Chandler, un exponente sumido en la más estricta pobreza, acompañado de unas cucarachas que se ríen de sus desgracias y requerido por clientas llamativas que avivan su vocación.

La burla es constante y, mejor todavía, presentada en estructuras narrativas siempre imprevisibles. Adictivas. Leer un texto era siempre el anzuelo para ir en busca del siguiente, todos construidos a partir de una mirada muy informada y culta a la vez que desacralizadora y próxima. Casi nadie logra eso, como tampoco la fina observación de las relaciones humanas. Podría hacerse una interesante tesis sobre su tratamiento del casamiento, los amantes y los divorcios, como su sugerencia de que tendría que existir el Dia da amante, o un relato en el que una pareja armónica se ve forzada a separarse a causa de la presión de los hijos, que no entienden por qué no son como el resto de los padres. O la charla entre un hijo que enreda al padre preguntándole si existe “sexa”, que sería el femenino de “sexo”, lo cual genera el comentario preocupado de la madre por el excesivo interés del gurí por la gramática.

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Me consta que muchos textos suyos figuran en los materiales de estudio del programa de Centros de Lenguas Extranjeras y funcionan muy bien para enseñar portugués. Después, no resultará tan difícil pensar cuáles son los motivos que alejan a la población uruguaya de algo que está tan cerca, e incluso de la propia literatura uruguaya. En cualquier caso, volviendo a la emoción predominante, me quedo con la imagen de Luis Fernando tecleando en su escritorio con la foto de su padre Érico y con una viñeta que alguien hizo en que se ven sus dos figuras en una nube.