Gabriel Di Leone, el Pájaro, murió en Maldonado este 25 de agosto, fiel a su pasión patrimonial y coincidiendo con un día de festejo de su partido político. Era originario de Lavalleja, departamento en que nació en 1951. Se crio en la zona rural de Puntas de Pan de Azúcar, se fue a estudiar a Minas y, con los años, terminó convirtiéndose en uno de los más destacados y queridos maldonautas, gentilicio para quienes, en muchos casos provenientes de otros pagos, andamos naufragando por la cultura fernandina.

Poeta édito, albañil, barraquero, narrador oral interminable, profesor de Literatura en liceos de Maldonado, diez años en la Dirección de Cultura de la Intendencia, fue un hombre querido por quienes nos vimos expuestos a su generosidad, amable ironía y amor por el arte y las personas.

Practicó con coherencia el arte del encuentro, aunque haya tantos desencuentros en la vida, como decía Vinícius. Sus convicciones éticas y políticas le valieron el maltrato estatal consabido en la época de la dictadura y, según sabemos, no ahorraron vehemencia en las lecciones que le propinaron, didáctica de la que egresó un individuo dedicado a la bonhomía en el acto y el verbo.

Publicó varios libros de poesía, generalmente llevado por los empujes de los amigos, quienes lo obligaron a meter las palabras en el papel. Su primer libro fue 27 de Moebius y la Capitana, en 1994, y el último fue La edad de la indecencia, en 2018, ambos editados por Civiles Iletrados, con varias paradas más.

Fue uno de los compiladores de La ballena de papel, antología de la poesía de Maldonado, editada en 2018. Huelga decir que participó en innumerables actividades culturales, oficiales y de todos los otros tipos. Su poesía transitó bellamente por las sierras, las minas, el albañil, el amor y las causas justas, siempre en la inteligencia de que el lenguaje abrevara de fuentes clásicas y de la cachimba viva y chispeante del habla coloquial de la zona ultraserrana de Uruguay.

Sostiene Luis Pereira Severo, editor, amigo y culpable, que tuvo una “desaprensión hacia la literatura como pasarela, que se expresa en el modo en que el poeta organiza sus escritos”, cuyo orden y corrección debe mucho al poeta y hermano Gonzalo Fonseca, sin por ello abdicar de un “cuidado de artesano en la escritura concebida como laborioso material de orfebrería”.

Su escasa tendencia a la impostación y la conveniencia lo hicieron tan querido como poco mencionado por las centralidades literarias. Es tan poeta universal como el pandeazuquense Álvaro Figueredo, a quien se tomó el trabajo de rescatar, según relata Valentín Trujillo, que fue su alumno en el “Depa”. Su voz, la poética y la humana, hizo siempre que el mundo tuviera más humor, amor y belleza. En ciertos espacios en los que se dan noticias es más factible encontrar fotos de políticos y delincuentes. En su coherencia vital, Di Leone se puede resumir en una palabra a imitar en todas sus formas: bondad.