El 21 de febrero de 2024, el intendente Enrique Antía y el entonces presidente Luis Lacalle Pou inauguraron, por primera vez, el barrio a donde finalmente fueron realojadas 530 familias del asentamiento Kennedy. Ese día entregaron las llaves de sus nuevas viviendas a los primeros vecinos realojados, con la garantía de que se trataba de “un paso fundamental en la calidad de vida y en la atención social”. Desde entonces, decenas de familias se mudaron a diario hasta que el realojo total se completó en octubre del mismo año -poco antes de las elecciones nacionales-, cuando el intendente y el presidente de la República volvieron a cortar cintas inaugurales.
Al proceso de realojo también fueron integradas familias o personas que regenteaban bocas de venta de droga en el exasentamiento. Pero tanto el jefe comunal como las autoridades policiales del momento intentaron tranquilizar a quienes ya mostraban preocupación y aseguraron que las personas dedicadas al microtráfico estaban “plenamente identificadas” y que serían “vigiladas de cerca”. Las bocas realojadas continuaron funcionando durante meses hasta que, en marzo pasado, la Brigada Departamental Antidrogas (BDA) desarrolló la “Operación Snail”.
Foto: Natalia Ayala
Siete personas radicadas en el nuevo barrio fueron detenidas en medio de un megaoperativo con 50 policías que realizaron seis allanamientos. Seis hombres marcharon a la cárcel, aunque la investigación no quedó allí. A mediados de mayo, tras reiterados tiroteos en la zona, los vecinos vieron llegar nuevamente a la BDA y a numerosos policías que, con ayuda de un dron, allanaron más viviendas y se llevaron detenidos a dos hombres. Uno fue encarcelado por utilizar su casa para vender drogas. Luego, la vivienda fue ocupada por una pareja desconocida en el barrio y terminó incendiada, días atrás. Esta semana, la IDM tomó posesión de la casa y la tapió “para evitar que sea ocupada nuevamente”, informaron las autoridades comunales.
Los titulares sobre estos episodios no solo coparon los medios de comunicación departamentales y nacionales; también dejaron sobre el barrio la sombra del estigma que la mayoría de las familias sufrieron durante décadas en el antiguo asentamiento. Pero hay quienes no están dispuestas a que la historia se repita: un grupo de mujeres se puso al hombro la misión de trabajar en comunidad y contra la “mala imagen” que se cierne sobre las cabezas de los nuevos habitantes.
Mujeres en una cruzada social
La educadora social Fabiana Rado vivió en el exasentamiento Kennedy desde los ocho años y fue una firme luchadora por la regularización de las viviendas en el lugar. Sin embargo, ante la indeclinable decisión tomada por el gobierno departamental, aceptó la mudanza junto al puñado de vecinos que todavía se resistían al desarraigo que algunos expertos interpretan como un proceso de gentrificación. Ahora, desde su nuevo hogar, Rado aboga junto a otras vecinas y organizaciones por “los valores de compañerismo y solidaridad” amenazados por “el individualismo y el narcomenudeo” en el nuevo barrio.
Alejandrina Viera, referente de la Asociación Civil Vida Digna, que trabaja con personas en situación de calle y de adicciones, comparte la misma cruzada. Expresó a la diaria que quieren “sacar el estigma de que, por ser una población vulnerable, todo es delincuencia”. Si la criminalización se da en diferentes estratos sociales, pero “es más difundida cuando ocurre entre los pobres”, entiende que es necesario tomar en cuenta a estos últimos.
Sobre todo, incluir a los más jóvenes en proyectos sociales para evitar que “se los encasille como ladrones, o que sean vinculados con bocas de droga, cuando lo que faltan son oportunidades”. María Pía Silvera, quien vivía en el ex asentamiento San Antonio II y desde diciembre reside en el nuevo barrio, es otra de las mujeres abocadas a transmitir el concepto de que “se pueden generar actividades en conjunto para aportar al barrio y para que se escuche la otra cara y no la de los tiros”.
Foto: Natalia Ayala
La sombra del pasado
El ex asentamiento Kennedy estuvo “más de 35 años abandonado”, enfatizó Rado. Allí no había centros de estudio ni políticas sociales, “lo único que tuvimos presente fue la policía para reprimir la indiferencia”, contó a la diaria. Así, los cientos de familias de obreros que ocupaban aquellas tierras fueron adquiriendo “formas colectivas de supervivencia frente al crecimiento de bocas de drogas y balaceras”. Ahora que todos siguen soñando con la “calidad de vida y atención social” que prometió el intendente al mentar su plan de realojo como el “mayor en la historia del país”, Rado insiste en que la violencia “no se soluciona solo con la policía”.
La educadora social considera que la clave pasa por ofrecer oportunidades recreativas, deportivas, educativas y de empleo, dado que la “mayoría del barrio no tiene trabajo”. Por otra parte, opinó que “no hay un interés político de mejorar las situaciones de carencia que atraviesan a mujeres, jóvenes y vecinos del lugar”, y aseguró que al Estado “no le interesó regularizar el ex asentamiento Kennedy porque son tierras ricas y había otros intereses”.
Recordó que, muchas veces, los vecinos que tenían camioneta o cachilo llevaban a los niños a la escuela o al liceo, porque de lo contrario debían caminar largas distancias. Otros viajaban en bicicleta hasta la Casa de la Cultura, que queda en el centro fernandino, pero “quienes no tenían esa posibilidad, quedaban marginados en el barrio sin ningún tipo de propuesta”. En comparación, este nuevo barrio cuenta con una escuela que funciona hasta las 16.00, pero como “tiene pocos cupos” algunos concurren a la escuela Nº 21, la Nº 82 u otras. “No queremos perder esta autonomía como vecinos”, expresó la vecina.
Cumplir con lo prometido
Además de la escuela, el barrio del realojo cuenta con un centro CAIF y policlínicas de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE). Aunque las vecinas aspiran a que las autoridades cumplan su promesa de construir canchas de fútbol y mejorar la plaza. “No alcanza con una vivienda, hay que generar proyectos educativos, comunitarios, escuchar a la vecindad sobre lo que propone”, amplió Rado.
En la misma línea, Viera comentó que se tendría que “parar un poco de tanta política partidaria y hacer más política social enfocada en el individuo”, con el fin de “atajar a tiempo a mucha gurizada que se nos está yendo de las manos”. Para prevenir que los jóvenes se involucren en el narcotráfico al “deslumbrarse” cuando ven la vida que llevan los traficantes de droga respecto a los autos o vestimenta que poseen, sostuvo que “es indispensable generar oportunidades”, educar y abordar los problemas de adicciones.
“En la asociación vemos muchas familias destruidas”, adolescentes que abandonan en los primeros años del liceo y de quienes nadie se ocupa de reinsertar en el sistema educativo. A su juicio, contar con un dispositivo Ciudadela similar al que funciona en la policlínica Vigía sería importante, porque allí abordan cuestiones de adicciones en jóvenes. Ocurre que en el nuevo barrio hay personas con situaciones de consumo de drogas que arrastran desde hace años.
Foto: Natalia Ayala
Silvera mencionó que también sería oportuno contar con talleres barriales para que los jóvenes exploren qué les gusta y puedan a futuro conseguir trabajo. Eso implicaría no tener que trasladarse ni contar con locomoción. Si bien “está bueno fomentarles que vayan a la escuela o el liceo”, a veces se torna difícil ir a estudiar: “sabiendo que en tu casa no hay comida, no podés concentrarte y pensar una carrera a largo plazo”, manifestó.
Convivencia, una construcción colectiva
Rado aportó otro elemento en aras de construir convivencia e identidad barrial: cree que debe haber “iniciativa y voluntad” entre los propios vecinos para modificar las formas de vincularse entre sí, en lugar de reaccionar con violencia cuando ocurre un problema. “Con diálogo y respeto se pueden prevenir situaciones de violencia”, complementó Viera.
Con el propósito de aportar una mirada positiva e involucrar a los residentes del barrio, ella, Viera y Silvera y otras mujeres organizan mensualmente la Feria Barrial Interactiva. Desde ese lugar, pretenden fomentar el emprendedurismo, generar “un espacio cultural de intercambio” y contribuir a “mejorar la calidad de vida”.
La feria tuvo sus primeras ediciones en marzo y mayo de este año y el 7 de junio será la próxima de 13.00 a 18.00 en la plazoleta que está en construcción al costado del Tajamar. En febrero presentaron un expediente al Municipio de Maldonado con los objetivos del proyecto, para solicitar el espacio y también depósitos de basura, bajada de luz y baños químicos. Suelen vender ropa usada, bijouterie, plantas, comida, y participan artistas musicales y en ocasiones una maquilladora artística que realiza diseños a niños y niñas.
Viera explicó que buscan que “la gente salga un rato, estar en comunidad y aprender a socializar, tener tolerancia, empatía y sensibilidad”. Silvera señaló que “estas movidas fomentan lo colectivo” e invitó a que familias de otros barrios se sumen a este espacio abierto o puedan tomarlo como ejemplo para hacer actividades similares.
Foto: Natalia Ayala
Otro proyecto positivo, a juicio de las vecinas, es el programa “Generadoras”, que desarrolla el Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional (INEFOP). Se inició en agosto de 2024 y finalizará en octubre próximo, con el objetivo de “contribuir a la empleabilidad de las mujeres jefas de hogar” en el nuevo barrio. El programa está dirigido a mujeres mayores de 18 años con estudios primarios o secundarios incompletos y que se encuentren en situación de desempleo o precariedad laboral. Para esto, cuentan con capacitaciones en distintas áreas que se dictan de manera gratuita. “La gente activa funciona diferente”, resumió Viera.