Los resultados de las elecciones parlamentarias a comienzos de noviembre le permitieron a Benjamin Netanyahu conformar una coalición con mayoría parlamentaria, lo que no había logrado en las cuatro vueltas electorales anteriores desde el inicio de la crisis política israelí a comienzos de 2019. Este jueves en la votación en el Parlamento la coalición que lidera Netanyahu obtuvo 63 de los 120 votos de los integrantes del órgano unicameral israelí.
Luchando no solo por su supervivencia política, sino por su libertad personal amenazado por un juicio por corrupción que ha avanzado a pasos muy lentos, Netanyahu demostró una disposición a luchar por su supervivencia a todo costo. Para lograrlo, conformó un bloque político que incluye además de su partido, el Likud, que fue casi depurado de sus opositores y críticos, a los partidos religiosos ultraortodoxos que luchan por mantener subsidios a sus órganos de estudios religiosos y se sienten amenazados por los sectores liberales de la sociedad –el sefaradí Shas y el ashkenazi Judaísmo Unido de la Torá– y a los partidos de la ultraderecha que reúnen religión con nacionalismo en una mezcla explosiva de mesianismo fanático: Otzmá Yehudit, Noam y Sionismo Religioso.
Para gobernar Netanyahu necesitaba a estos partidos y conociendo bien sus mil y una artimañas e incumplimiento de compromisos, los socios de la coalición le obligaron a realizar una serie de operaciones legislativas previas al voto parlamentario de confianza a su nuevo gobierno. Lo más sencillo fue modificar la ley que habilita a un condenado reciente por penas leves a ser nombrado ministro. Este cambio era necesario para habilitar a Aryeh Deri, dirigente del Shas, condenado recientemente por evasión de impuestos (y en el pasado más lejano convicto por coimas), a ser designado ministro del Interior y de Salud. Las modificaciones legales más novedosas fueron reclamadas por los dos dirigentes más importantes de la ultraderecha, Bezalel Smotrich, líder de Sionismo Religioso, quien será ministro de Finanzas, e Itamar Ben-Gvir, de Otzmá Yehudit, que estará al frente de la cartera de Seguridad Nacional.
Smotrich obtuvo mediante una legislación inaudita autoridad, como ministro adicional en el Ministerio de Defensa, sobre la administración civil en los territorios militarmente ocupados. Eso significa un dominio administrativo sobre los colonos israelíes (a quienes pertenece y representa) y sobre los palestinos que no están bajo el gobierno de las autoridades palestinas.
Con estos poderes, Smotrich podrá legalizar asentamientos ilegales de colonos, destruir viviendas de palestinos construidas sin permisos, denegar los pocos permisos de construcción que aún se otorgan a palestinos en esos territorios, intervenir para hacer insoportable la vida cotidiana de campesinos palestinos, en fin, agravar seriamente las políticas de despojo y Apartheid ya existentes y expandir la colonización israelí.
Por su parte, Ben-Gvir, obtuvo la modificación del nombre del Ministerio de Seguridad Interna que pasará a llamarse Ministerio de Seguridad Nacional. El cambio de nombre es significativo. El concepto de nacional, en hebreo “leumi”, no se usa en Israel como un concepto inclusivo de todos los ciudadanos sino únicamente en referencia al colectivo de ciudadanos judíos, excluyendo al 20% de los ciudadanos del país que no lo son. Discípulo del rabino Meir Kahane, dirigente judío extremista imitador del nazismo quien tuvo su momento de mayor notoriedad entre fines de la década de 1970 y principios de la 1980, Ben-Gvir considera que la misión de la Policía es la seguridad de los judíos y no la de todos los ciudadanos de Israel.
Además, en la legislación votada esta semana en el Parlamento, Ben-Gvir agregó a su cartera una serie de entes inspectores de diversas áreas (ecológicas, sanitarias, agrícolas, de parques, entre otras) que pondrán bajo su autoridad, además de la Policía, a varios miles de agentes que hasta ahora dependían de otros ministerios y que probablemente serán usados para hostigar a la población árabe en Israel. Finalmente, para complementar a su socio y rival Smotrich, las compañías de la guardia fronteriza, fuerzas policiales militarizadas, que en los territorios ocupados actuaban bajo la tutela del Ministerio de Defensa, fueron puestas bajo la órbita del ministerio manejado por Ben-Gvir.
Estos pasos, legales y organizativos indican muy claramente hacia donde la ultraderecha conducirá al gobierno de Netanyahu.
La situación en los territorios palestinos ocupados ya viene siendo explosiva desde hace meses por la acción provocativa de los colonos y del gobierno saliente. Casi todos los días palestinos están muriendo en enfrentamientos, en el marco de incursiones militares israelíes, y al mismo tiempo aumentan los atentados, en un contexto de inmovilidad política y falta de voluntad del gobierno saliente para negociar algún arreglo.
El gobierno entrante es un gobierno que desconoce completamente los derechos de los palestinos como pueblo y parte del gobierno los considera “usurpadores de la tierra de Israel”.
Por lo tanto, cabe esperar despojos, colonización y racismo más desatados en los territorios ocupados y los muy probables estallidos de violencia extrema. El ministro de Defensa saliente, Benny Gantz, anunció la semana pasada que ante las probabilidades de conflicto tras la asunción del nuevo gobierno había ordenado al ejército prepararse al máximo.
En las élites intelectuales y en sectores liberales de la clase media israelí el ambiente es muy sombrío. Hay quienes hablan del “fin de la democracia israelí”, otros temen por sus libertades, por la imposición religiosa en el sistema educativo o por la toma de medidas contra la población no heterosexual, por el oscurantismo muy arriesgado que hay en importantes sectores de la coalición gobernante.
Algunas declaraciones de diputados de la coalición entrante acerca de la futura modificación de la ley que impide discriminar por razones religiosas denegando servicios (venta de productos, alojamiento, servicio médico, servicios profesionales varios) generaron justificada alarma e indignación en la opinión pública más liberal. Netanyahu intentó con moderado éxito calmar esos temores, declarando que no permitirá ese tipo de discriminación. Enviando una señal en ese sentido, el jueves fue elegido con los votos de la coalición el diputado del Likud, Amir Ohana, quien es abiertamente homosexual, como presidente del Parlamento.
Resta ver si realmente el Likud, que siendo un partido grande tiene que mantener lazos con sectores variados y modernos logra contener el ímpetu oscurantista de sus socios.
Por un lado, Netanyahu que quiere intervenir al poder judicial para salvarse de sus juicios, depende enteramente de ellos. Por el otro, sería muy tonto y torpe de su parte permitirles generar conflictos que terminarían volcando masivamente en su contra a parte del electorado que todavía lo vota.
El margen parlamentario que goza el gobierno entrante no es muy amplio y ante la inestabilidad de la crisis estructural israelí es muy difícil de predecir.
Lo más probable es que la ultraderecha y buena parte del Likud prefieran dirigir sus ímpetus nacionalistas fanáticos contra la población palestina en los territorios ocupados. De esa manera, algunos de los “liberales” israelíes, parte de los votantes de los partidos del anterior gobierno, atemorizados actualmente por el peligro de perdida de sus derechos, podrían respirar hondo, aliviados, al constatar que conservan sus privilegios, y llegarían a apoyar finalmente al gobierno de Netanyahu frente al enemigo externo palestino. Así, se resolvieron históricamente varias de las crisis internas de Israel, con expansión territorial y guerras externas y los palestinos fueron siempre quienes pagaron el mayor precio.