El 19 de octubre de 2023 se cumplieron 50 años del asesinato en Chile de Carlos Berger Guralnik. Y parece ser que los que ayer decían que “una cosa había sido el golpe de Estado, condenable, por cierto, pero comprensible por la crispada situación a la que había llegado el país”, etcétera, etcétera, finalmente imponen esto como una verdad. Porque otra cosa es “lo que pasó después”. Eso es “harina de otro costal”.
“Lo que pasó después” es una suerte de eufemismo para no decir torturas, fusilamientos, desaparecidos. Y en un veloz juego de prestidigitación se ha separado al golpe militar de “lo que pasó después”. Así, en cada aniversario de fusilamientos, asesinatos en las calles, muertos en la tortura, desapariciones forzosas, se dice que son “accidentes, involuntarios seguramente, excesos de los cuales todos somos culpables”.
Pero todo el mundo sabe que no es así. El cincuentenario del golpe de Estado –del cual tanto se habló, analizó, hicieron documentales, series de televisión, libros, debates políticos– pareciera ser que consumió toda la memoria de un zuácate este 11 de setiembre. Y como pareciera ser que consumió toda la energía, ¿ha dejado en la orfandad la memoria de todas aquellas y todos aquellos que fueron masacrados y masacradas en los siguientes 17 años?
Este 19 de octubre, entre otros compañeros y compañeras, se fusiló hace 50 años a un joven periodista y abogado comunista, Carlos Berger Guralnik. El mayor Fernando Reveco, presidente del Consejo de Guerra que lo condenó a 61 días de presidio porque cometió la falta menor de que la radio que él dirigía hubiese seguido funcionando después de la orden de callar las transmisiones, lo recuerda “alto, buenmozo y atildado”.
Berger y su compañera, la joven abogada Carmen Hertz Cádiz, hoy diputada de la República, y su pequeño hijo Germán, habían llegado a Calama 25 días antes del golpe militar. Él iba con la misión de dirigir la radio El Loa. Carlos se había propuesto que debía colaborar desde esa radio para generar en la dura zona minera un mayor clima de tolerancia y respeto. Luego de su condena a presidio, su compañera había obtenido el compromiso verbal por parte del fiscal militar de Calama de conmutar los días que le faltaban de prisión por una multa. Como Carlos fue detenido el 11 de setiembre, al 18 de octubre le faltaban 24 días de prisión. El fiscal le pidió a Carmen que volviera el día siguiente, 19 de octubre, con una petición formalmente escrita solicitando esa conmutación. Al día siguiente acudió Carmen con el escrito, pero ya era tarde. Ese día había llegado en un helicóptero Arellano Stark.
Este crimen, así como miles de otros crímenes, parecen estar condenados al olvido en sus respectivos cincuentenarios, porque parece haber triunfado la tesis del analista Patricio Fernández Chadwick, en el sentido de que “lo que pasó después” no está ligado al golpe de Estado, que quizás fue simplemente mala suerte y ya nadie está realmente interesado o interesada en esos hechos. Ya no se habla de ello en las radios ni en la televisión. Ya no hay romerías ni imprecaciones. ¿Toda la energía del cincuentenario del 11 de setiembre sumió al resto de los crímenes en el olvido?
“Lo que pasó después” es una suerte de eufemismo para no decir torturas, fusilamientos, desaparecidos. Y en un veloz juego de prestidigitación se ha separado al golpe militar de “lo que pasó después”.
Fíjense ustedes, queridas amigas y queridos amigos, lo que pasó con el crimen de Pablo Neruda: ¿ustedes supieron de algún acto en el Nacional, o en el Santa Laura, o en el Caupolicán –o en el Cariola, por lo menos– en el que se recordara la memoria del poeta asesinado en dictadura? Yo recuerdo haber participado en un gran acto por Neruda en el estadio Nataniel, allá por fines de la década de los 80. Desde esa época hasta ahora, ¿tanta memoria perdimos?, ¿tanta libertad perdimos?, ¿tanto miedo tenemos?
En una lúcida columna, dice Matías Rivas: “Neruda fue borrado de la conmemoración de los 50 años del golpe, pese a que murió pocos días después y era un tipo gravitante en la cultura en plena Unidad Popular”. Es verdad que el olvido del asesinato de Neruda es parte de un ejercicio de barbarie cultural que tiene que ver con criterios propios de la inquisición en nombre del bien y de un futuro sin abusos. Describe Rivas que “lo que implica la censura de protagonistas del pasado en un acto de justicia póstuma”; y después agrega: “Da vergüenza el silencio del Partido Comunista, del cual fue uno de sus máximos íconos”.
Y si eso pasó con los 50 años del asesinato de Neruda, Premio Nobel, militante del Partido Comunista sin renuncias, ¿qué podría exigir un modesto obrero, una modesta operaria, asesinado o asesinada por la dictadura?
He tenido la oportunidad de compartir en estos últimos años con Carmen Hertz, aquella valiente abogada. Para amedrentarla, los esbirros de la dictadura asesinaron a la joven Sofía Yáñez Calfupán, quien le ayudaba en el servicio doméstico. He conocido a Germán Berguer Hertz, el bebé de la tragedia de Calama, acompañando a su madre para visitar a Carlos en la cárcel y recibir un 18 de octubre el último beso de su padre. Vaya para ellos un abrazo y el grito de millones de chilenas y chilenos (silenciados por la televisión, las radios y los diarios), que nunca nos cansaremos de recordar a los asesinados y de exigir justicia por ellos.
Hay que estar atentos. La memoria se escurre entre los dedos de nuestras manos, se nos va, pero no por una ley de la vida, sino por una ley de los que aún son más fuertes. Tenemos que pensar en otro Chile, uno que recuerde a los que dieron su vida por la justicia, la paz, la verdad y la independencia y dignidad de nuestra patria.
Y hacernos fuertes en eso.
Mauricio Redolés es poeta y cantautor chileno. Recibió el premio a la Música Nacional Presidente de la República 2022.