Víctima de una leucemia crónica que le había sido diagnosticada el año pasado, falleció este lunes en la ciudad de Milán Silvio Berlusconi, quien fuera primer ministro de Italia durante tres períodos y una de las personalidades políticas más influyentes del país en los últimos 30 años.
Con un estilo grotesco y soberbio, Berlusconi fue uno de los primeros políticos occidentales en manejar códigos que hoy parecen usuales, pero que no lo eran cuando llegó al poder en Italia por primera vez en 1994. Dueño de un carisma muy grande que le hizo ganar el cariño de ciertos sectores de la sociedad italiana, el exmandatario formaba parte del actual gobierno que lidera Giorgia Meloni, quien grabó un video que fue difundido en sus redes poco después de conocida la noticia.
“Berlusconi era, sobre todo, un combatiente, un hombre que nunca tuvo miedo de defender sus convicciones con coraje y determinación”, expresó la presidenta del Consejo de Ministros de Italia. Meloni agregó: “Fueron exactamente esa valentía y determinación las que lo convirtieron en uno de los hombres más influyentes de la historia de Italia y le permitieron imprimir verdaderos cambios en el mundo de la política, de la comunicación y de la empresa”. “Con él Italia ha aprendido que no debía imponerse límites, darse por vencida. Con él nosotros hemos combatido, vencido y perdido muchas batallas, y también por él cumpliremos los objetivos que nos habíamos fijado”, expresó Meloni, que finalizó su mensaje diciendo: “Adiós, Silvio”.
También tuvo palabras elogiosas para Berlusconi el vicepresidente italiano y líder de la ultraderechista Liga, Matteo Salvini. “Hoy nos toca despedir a un gran italiano. Uno de los más grandes de todos los tiempos, en todos los campos, desde todos los puntos de vista, sin igual. Pero sobre todo hoy pierdo a un gran amigo. Estoy destruido y rara vez lloro, pero hoy es uno de esos días. Guardo como un regalo precioso el valor de su amistad, sus consejos, su generosidad, su respeto, su genio, sus raros y cariñosos reproches seguidos inmediatamente de cumplidos y atenciones únicas”, escribió Salvini en su cuenta de Twitter.
A nivel internacional, uno de los líderes mundiales que expresaron su sentir sobre la muerte de Berlusconi fue el presidente ruso, Vladimir Putin. “Para mí, Silvio fue un hombre querido y un verdadero amigo”, dijo en un mensaje de condolencias dirigido al presidente italiano, Sergio Mattarella, que fue consignado por medios rusos. “Siempre he admirado sinceramente su sabiduría y su capacidad para tomar decisiones equilibradas y con visión de futuro incluso en las situaciones más difíciles. Durante cada una de nuestras reuniones, literalmente me llenó de su increíble vitalidad, optimismo y sentido del humor. Su muerte es una pérdida irreparable y una gran desgracia”, sentenció el mandatario ruso.
Fueron justamente su amistad con Putin y su visión sobre la guerra en Ucrania el tema que Berlusconi abordó en una de sus últimas apariciones públicas, en febrero, cuando fue a votar en las elecciones de Lombardía, región que tiene como capital la ciudad de Milán. A contramano de la postura que defiende el gobierno de Meloni, en aquella ocasión Berlusconi responsabilizó por el conflicto al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski.
Cuando le preguntaron sobre la guerra en curso, el histórico dirigente de la derecha italiana dijo que todo se podría haber evitado si el gobierno de Zelenski “hubiera dejado de atacar a las dos repúblicas autónomas del Donbás”, y agregó que juzgaba “muy negativamente a ese señor”, refiriéndose al presidente de Ucrania.
De inmediato, el gobierno italiano salió a desmarcarse de estas declaraciones mientras Berlusconi se retiraba hacia su residencia habitual, situada en Árcore, una pequeña localidad lombarda ubicada a poco más de 30 kilómetros de Milán.
Apodado Il Cavaliere por haber recibido en 1977, de manos del presidente demócrata cristiano Giovanni Leone, el título de Caballero del Trabajo por sus actividades empresariales, Berlusconi tuvo que renunciar a dicho título honorífico en 2014, a causa de la única condena definitiva que recibió en su vida por el delito de fraude fiscal. La entidad que nuclea a estos caballeros, la gran mayoría importantes industriales italianos, le hizo saber a Berlusconi que ya no era un honor que él fuera parte, por lo que, ante su inminente expulsión, decidió renunciar al título, aunque para muchos siguió siendo Il Cavaliere.
Claro que, a pesar de tener que perder su título honorífico, de ser condenado por la Justicia y de ser expulsado por ello del Senado, Berlusconi no pasó un solo día en la cárcel, sino que su condena se redujo a cumplir durante un año con trabajos comunitarios en un geriátrico. Debe de haber sido extraño para el magnate pasar varias mañanas con personas un poco mayores que él que padecían demencia y en otros casos Alzheimer, las cuales en su mayoría no podían reconocerlo. Él prefería otras compañías.
Estrados, poder y bunga bunga
Tres veces presidente del Consejo de Ministros italiano, la primera entre 1994 y 1995, la segunda entre 2001 y 2006 y la tercera y última entre 2008 y 2011, Berlusconi murió siendo uno de los hombres más ricos de Italia. Pero además de plata, el político y empresario tuvo un enorme poder que le permitió salir indemne de casi todos los casos judiciales que se presentaron en su contra en los tribunales.
Los procesos contra Berlusconi fueron más de 30, acusado sucesivamente de malversación de fondos, fraude fiscal, sobornos y explotación sexual. Este último caso tomó una enorme notoriedad porque dejó a la luz pública la manera en que se manejaba Il Cavaliere.
Mientras Berlusconi tildaba a sus acusadoras de “comunistas”, en 2013 las juezas que llevaron adelante el juicio contra él por explotación de menores y abuso de poder lograron condenarlo a siete años de cárcel e inhabilitado para cargos públicos. Aunque en ese caso, como en la mayoría, Berlusconi resultó absuelto, porque el Tribunal Supremo consideró que el ex primer ministro no tenía por qué saber la edad de las chicas que participaban en las orgías que se organizaban en su mansión de Árcore, a las que él se refería como fiestas “bunga bunga”.
A esa altura, como durante casi toda su vida, a Berlusconi le importó muy poco lo que se dijera sobre él.
Nacido en Milán en 1936 en el seno de una familia de clase media, Berlusconi estudió leyes y se desempeñó en varios oficios hasta que durante la década de 1960 fundó una empresa dedicada a los negocios inmobiliarios y en los 70 se adentró en el mundo de los medios, fundando el primer canal de televisión privado de Italia. Posteriormente, bajo el nombre de Mediaset, la empresa de Berlusconi se fue expandiendo a la prensa y la radio hast consolidar un imperio mediático que se extendió también a España y Francia, donde el futuro político también compró canales de televisión.
A mediados de los 80 compró la mayor parte del paquete accionario del club de sus amores, el Milan. Pocos años después, el equipo dirigido por Arrigo Sacchi, en el que se destacaban Franco Baresi, Paolo Maldini y los neerlandeses Ruud Gullit, Marco van Basten y Frank Rijkaard, ganó la Liga local y luego las copas de Europa en 1989 y 1990, comenzando una era dorada del club rojinegro, que, bajo la conducción de Berlusconi, ganó otras tres Champions League, además de dos Copas Intercontinentales y un Mundial de Clubes.
Este gran éxito deportivo fue el trampolín definitivo para que Berlusconi se lanzara a la vida política en un contexto que era muy favorable para un hombre de su personalidad. Curiosamente, la entrada de Berlusconi en el mundo de la política partidaria se dio a la par de un famoso proceso judicial, conocido como Manos Limpias, que descubrió una enorme red de corrupción que implicaba a los principales sectores de la política italiana, haciéndolos desaparecer. Con el camino abierto, Berlusconi, quien ya era una persona ampliamente conocida en el país, aceleró el paso hacia el poder. Cuando tuvo que elegir un nombre para su partido no lo dudó y, apelando al sentimiento futbolero del país, lo designó Forza Italia, el clásico grito de los hinchas para alentar a su selección. En marzo de 1994, Berlusconi, trepado a una ola populista, ganó las elecciones prometiendo hacer de Italia una empresa viable, tal como había hecho con sus emprendimientos particulares.
Pero más que por sus acciones políticas, el recuerdo de Berlusconi quedará ligado a los escándalos, la corrupción y los comentarios fuera de lugar, otra característica de su extravagante personalidad. En el ámbito internacional, en el que las relaciones entre los mandatarios suelen ser de respeto, cuando no de cordialidad, Berlusconi calificó a la excanciller alemana Angela Merkel como una “gorda incogible” y también fueron desubicados al extremo sus comentarios de 2008 sobre el entonces presidente estadounidense Barack Obama, a quien describió como “guapo, joven... y bronceado”. Más acá en el tiempo, en 2017 tuvo otra salida por el estilo cuando le preguntaron qué le gustaba del entonces presidente estadounidense Donald Trump y respondió: “Su esposa, Melania”.