El estado de operación antiterrorista que se había declarado el sábado en Rusia luego de la insurrección del grupo Wagner fue levantado y la normalidad volvió este domingo, tanto a Moscú como a Voronezh y Rostov del Don, las ciudades que habían sido tomadas por los rebeldes en las últimas horas del viernes.

También el tráfico en las rutas cercanas a las zonas donde se produjo el levantamiento retomó el domingo la normalidad, aunque aún persisten muchas dudas sobre la respuesta que el Ejército tuvo ante los rebeldes. Tampoco está claro cuál será de ahora en más el rol que tendrán los efectivos de Wagner, que hasta el momento venían actuando con eficacia en la guerra de Ucrania, particularmente en la región del Donbás, en la que están actuando de forma ininterrumpida desde 2014.

Si bien las diferencias entre el jefe del grupo Wagner, Yevgeny Prigozhin, y los mandos militares rusos eran evidentes y en más de una ocasión el empresario que supo ser una persona de extrema confianza del presidente Vladimir Putin los había criticado de manera pública en publicaciones realizadas en Telegram, nadie podía suponer lo que comenzó a suceder en la noche del viernes.

Luego de denunciar que las tropas rusas habían atacado a su campamento matando a algunos de sus integrantes, algo que el Kremlin negó, Prigozhin anunció el levantamiento de su organización, en la que se estima que trabajan alrededor de 50.000 efectivos, muchos de ellos exmilitares rusos con amplia experiencia, que además cuentan con un poderío armamentístico muy importante.

Luego de tomar la sede del Estado Mayor del Ejército de la ciudad de Rostov del Don, muy cerca de la frontera con Ucrania, Prigozhin anunció que parte de sus tropas iban con destino a Moscú. En ese momento, en la mañana del sábado, el presidente Putin emitió un duro discurso televisivo en el que hizo un “llamamiento a la unidad de todas las fuerzas rusas”. Sin mencionar específicamente a Prigozhin, el mandatario dijo que sus acciones son una “traición” a Rusia, especialmente en el contexto de la guerra en Ucrania y los “ataques occidentales” contra el país, y que él y todos los que actúen a su lado “serán castigados”.

Algunas fuentes militares occidentales explicaron al diario estadounidense The Washington Post que las tensiones entre el grupo Wagner y las autoridades rusas llegaron a un punto de no retorno aproximadamente el 10 de junio, cuando el Ministerio de Defensa ruso ordenó a la organización que se acogiera a la política del Gobierno por la que todos los grupos de voluntarios armados debían firmar contratos con el Ejército.

Prigozhin entendió esta orden como una incorporación forzosa a las filas, que iba a terminar con la amplia independencia con la que venía actuando Wagner, más aún teniendo en cuenta las discrepancias que él tenía con la cúpula militar rusa sobre el desarrollo de la guerra de Ucrania.

La tensión durante el sábado fue enorme, y mientras algunos medios occidentales deslizaron la versión de que Putin había abandonado Moscú, el vocero del Kremlin, Dmitry Peskov, desmintió esta versión y pocas horas más tarde comunicó que se había llegado a un acuerdo con Prigozhin, gracias a la mediación del presidente bielorruso Alexander Lukashenko, un aliado incondicional de Putin. Según este acuerdo, los hombres de Wagner que participaron en el motín volverían a sus bases y no recibirían castigo alguno por sus “méritos de combate” en Ucrania. Además, se comunicó que Prigozhin se instalaría en Bielorrusia y que no habría ningún proceso penal contra él.

Pero la eventual presencia de Prigozhin y parte de sus tropas en Bielorrusia generó inquietud en Ucrania, por un eventual ataque que parta desde allí. La situación también inquietó a otro país que tiene frontera con Bielorrusia, Lituania. Su presidente, Gitanas Nauseda, pidió a la OTAN que “refuerce” su flanco oriental si efectivamente Prigozhin se instala en territorio bielorruso.