El pueblo armenio está viviendo una de sus horas más oscuras en mucho tiempo, al tener que afrontar la retirada forzosa de Nagorno-Karabaj, territorio ancestral en el que los armenios vivieron durante siglos, pero que ahora quedó totalmente bajo control de Azerbaiyán, luego de la ofensiva lanzada por el gobierno de Bakú la semana pasada.

Hasta este martes se estimaba que más de 20.000 del total de 120.000 pobladores armenios que habitaban en Nagorno-Karabaj dejaron sus hogares y llegaron en ómnibus o en sus vehículos particulares a varias localidades de Armenia, donde las autoridades locales dispusieron medidas para recibirlos.

Sin posibilidad alguna de imponerse militarmente sobre los azeríes, que gracias a sus enormes reservas de gas y petróleo son un país rico y tienen una superioridad armamentística decisiva, los armenios quedaron sin opción y se estima que en pocos días ya casi no quedarán armenios en Nagorno-Karabaj, territorio al que los armenios denominan República de Artsaj.

Aunque la semana pasada el presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, prometió que se “garantizarían” los derechos de los armenios en la región, ellos claramente están amenazados. Una muestra clara de esta situación es que, en medio del éxodo forzoso, en la noche del lunes un depósito de combustible situado apenas a seis kilómetros de Stepanakert, la capital y ciudad más importante de Artsaj, estalló, provocando la muerte de al menos 20 personas y heridas de diversa gravedad a más de 300.

No hay que ser muy perspicaz para tener una idea certera de quién provocó el ataque y con qué objetivo.

La salida de los armenios de Nagorno-Karabaj se está dando además en un contexto internacional que de alguna manera propició la situación. Rusia, país cuya influencia le dio el poder de ejercer como árbitro en la zona, está en este momento enfrascada en la guerra con Ucrania y, si bien Moscú tradicionalmente mostró cierta afinidad con los armenios, cristianos como ellos a diferencia de los azeríes, que son musulmanes, obviamente siempre antepuso sus propios intereses.

Por su parte, los armenios nunca confiaron completamente en los rusos. De hecho, el domingo el primer ministro de Armenia, Nikol Pashinyan, pronunció un discurso en el que puso en duda los objetivos de las fuerzas rusas que estaban en Nagorno-Karabaj con el objetivo de mantener la paz. Estas declaraciones generaron que la cancillería del Kremlin emitiera este martes un comunicado, publicado en su página web, en el que expresó, respecto de los dichos del primer ministro armenio, que “lo que estamos presenciando es un intento de trasladar a Moscú la responsabilidad de los fracasos en las políticas interna y exterior”.

Por otra parte, la situación tensa en la zona tampoco le sirve a Europa, debido a que desde que se cortó el suministro ruso, Azerbaiyán se convirtió en uno de los principales proveedores de gas y petróleo que llegan a los países de la Unión Europea.

Los gobiernos de Alemania y Francia, las dos principales potencias económicas del bloque comunitario, oficiarán como garantes de un futuro acuerdo de paz entre Bakú y Ereván, y a mediano plazo podrían propiciar un acercamiento de Armenia con la UE, a medida que Ereván pretende desprenderse de la tutela rusa y acercarse a Occidente.

Otro actor decisivo en este tema es Turquía, enemigo histórico de los armenios y a la vez con estrechos lazos con los azeríes, que son un pueblo de origen túrquico.

El gobierno de Ankara apoyó decididamente y a todo nivel a Azerbaiyán en la corta guerra de 2020 en la que las fuerzas de Bakú retomaron el control de varias localidades de Nagorno-Karabaj. El lunes, confirmando esta alianza indeleble, el presidente Aliyev se reunió con su par turco, Recep Tayyip Erdogan, encuentro en el que, además de firmar acuerdos sobre cooperación energética, el mandatario turco expresó que las acciones militares del Ejército de Azerbaiyán en Nagorno-Karabaj “son un motivo de orgullo”.